martes, 30 de mayo de 2017

Sudeste

Capítulo 1: El que espera desespera.

    Haroldo nos llevó al Tigre. A la tardecita temprano nos congregamos en la estación de tren. Guille fue la primera en llegar y a continuación caímos Ana, Nacho, Pol, Fer y quien escribe. Timo, en cambio, recién se estaba subiendo al Mitre en Retiro. Es que el tiempo no existe en el río, se fusiona con uno. Lo que se observa es el cambio del paisaje con las distintas estaciones. Esta concepción del tiempo, fue tomada a rajatabla por Timo.


                Las mujeres del grupo, Ana y Guille, aprovecharon la espera para ir a averiguar si estaba abierta la casa de Haroldo. El río había subido por el viento sudeste y no era seguro que pudiésemos visitarla.

                Los muchachos aguardamos en la estación unos 40 minutos comiendo bizcochos de grasa hasta que caímos en la cuenta que las chicas no habían regresado. Las dimos por perdidas y salimos a buscarlas por Tigre continental. A esa altura, Timo andaba por San Isidro.

                Preguntamos en Información Turística , anduvimos dando vueltas por la sucursal del Imperialismo Mc Dollar, nos asomamos al muelle y finalmente decidimos regresar a la estación. Ellas estaban allí esperándonos con toda la información para viajar a lo de Haroldo. Timo llegaría 15 minutos después.

                Con paso veloz nos dirigimos al muelle y subimos a una lancha taxi, la casa museo cerraba en 45 minutos. Arrancó el motor, nos aflojamos, vino alguna náusea pasajera y respiramos hondo. Ya estábamos en el río. Ya estábamos metidos en Sudeste.  



Capítulo 2: La casa de Haroldo.


                No era muy lejos. Tardamos sólo 15 minutos en lancha. Ese tiempo bastó para introducirnos de lleno en ese mundo de agua, sauces, juncos y humedad. El mundo de los pescadores.

                Al llegar bajamos Nacho y quien escribe a averiguar si existía la posibilidad de dar una vuelta por la que otrora fue casa y ahora museo, de Haroldo Conti. Nos recibió Mari Carmen, una mujer de unos 55 años, quien no sólo nos permitió entrar, sino también se ofreció a contarnos historias sobre Haroldo persona, porque a ella la literatura no le interesaba demasiado.

                En aquella época, Mari Carmen, sus padres y su hermana vivían en la casa de al lado. Nos relató anécdotas de Haroldo levantándose del almuerzo de repente y yendo a la cocina a escribir, en un rapto de inspiración. Nos mostró la mesa donde escribía en la cocina, la cocina propiamente dicha viejísima y sus dos pavas. Aparentemente se la pasaba tomando mate.

                Después subimos la escalera. Allí se percibe todo, el crujir de la madera, el cantar de los pájaros, el motor de una chata a lo lejos, tal cual se describe en Sudeste.

                Arriba hay dos ambientes. El primero con un gran hogar, construido por el abuelo de Mari Carmen. En ese cuarto ocurrían las guitarreadas que se prolongaban hasta altas horas de la noche.

                El segundo ambiente es el cuarto de Haroldo, simple y austero. Dos camas de una plaza, una en cada costado, una biblioteca, una televisión de aquella época, blanco y negro, que todavía funciona y donde se podía ver un partido de fútbol actual.


                Terminamos la recorrida en el balcón que da al río y a un camino de madera que conduce al muelle. Mari Carmen continuaba contándonos historias: “a Haroldo le gustaba comer comida casera, por eso criaban cerdos allí”; “tenía la salud frágil, siempre estaba mal de la panza”; “él me llevó de viaje a la Paloma y regresé toda rota, con un dedo fracturado y la rodilla machucada”; “era bastante mujeriego”; “era un ser extraordinario, lo quería mucho”.


                La temperatura había bajado y cerca del río, donde estábamos esperando la lancha de vuelta, se sentía más. Pero nosotros, los 7 que estábamos allí, los 7 locos, que somos de la ciudad, del cemento y el smog, queríamos sentir un ratito más ese otro mundo. El oleaje que hipnotiza , las hojas y ramas de los árboles desplazadas por el viento, las aves que hablan en lo alto y el río bravo que transcurre como la vida.


Capítulo 3: Sudeste.

                Cuatro cafés con leche, un café con crema, 2 tecitos y 4 tostados mixtos. Agregále una coca y un vasito de soda cortesía para cada uno. Gracias. Ya estábamos calentitos en un bar a pocos metros de la estación de tren, listos para pensar juntos Sudeste, la primera novela de Haroldo, que data del año 1962.

                El río es como la vida y tal vez por esa razón Sudeste empieza y termina con una muerte. Esto se entiende, si asumimos que la muerte forma parte de la vida y que la vida no existiría de no ser por la muerte, los famosos opuestos de Heráclito.

                Inicia con la muerte del viejo. El viejo se pasó la vida trabajando en la pesca. Siempre la misma rutina, despertarse de madrugada, antes que salga el sol, vestirse, comer un pedazo de pan con mate y salir al río. Un día decide sentarse a esperar la muerte.

                En este punto surge la discusión, al viejo la muerte no lo sorprende, sino que él toma una decisión: “voy a sentarme a esperarla”. Algo debe haber sentido en el cuerpo, una señal que le hizo entender, que ya era el momento.

                El Boga, la vieja y el viejo Bastos no se conmueven demasiado frente a la actitud del viejo, y en un principio no le creen. El viejo permanece sentado, progresa el deterioro físico y un día deben trasladarlo al hospital. Muere y se lo entierra sin demasiado rito. Para ellos la muerte es un trámite, porque se toma como natural.


                Comienza argumentando Ana, con la conocida pasión puesta en cada palabra: “Uno es un ser para la muerte”, citando a Heidegger. Continúa: “la única certeza que tenemos es la muerte. El capitalismo nos ha quitado un montón de cosas, entre ellas, la oportunidad de elegir cuándo morir”.

                La muerte con la que finaliza la novela es la del protagonista, el Boga, nombre de pez para este hombre del río. Es una muerte trágica, a la altura de una tragedia griega, pero él  logra morir, luego de un esfuerzo sobrehumano, en el lugar donde deseaba, sobre el “Aleluya”, un barco también fallecido y abandonado en ese río.

                Acto seguido, se abordó el tópico de la soledad. Nacho irrumpió en el atardecer: “El Boga buscaba la soledad pero también le temía”. Citamos un fragmento del libro que relata el momento en que el Boga intenta abandonar al Cabecita y su perro Capi, su única compañía. Y la desesperación de estos dos últimos, que se arrojan al río e intentan alcanzarlo, corriendo el riesgo de ahogarse. Nacho además interpretó que el Cabecita y su perro eran amigos imaginarios del Boga, por este miedo a estar sólo.

                Se habló de los personajes de la novela: el Boga, el viejo y la vieja, el hombre, La Rubia, el Cabecita, el viejo Bastos, como parte de un “lumpenaje” descripto por el autor, que habita las islas y el río. Discutimos el concepto de “lumpen” según Marx, que son los marginados, los que viven de la caridad o el robo, los que no tienen conciencia de clase y pueden terminar sirviendo a los intereses de la burguesía, los que no son capaces de llevar a cabo la revolución.

                “Estos personajes viven en una marginalidad extrema. Viven el día a día”, nos dice Guille. Ya en 1962, año en que fue escrita Sudeste, se nota la preocupación de Haroldo Conti por estos temas, el cuestionamiento acerca de las condiciones de vida de la población y el estado de las cosas. Un cuestionar para el cambio, por una sociedad más justa.

                “En estos personajes hay poca palabra y mucho compromiso” agrega Guille. “Gente de pocas palabras pero de palabra”, remata nuestra compañera.

    Da la impresión que el Boga, el viejo y la vieja no tienen sentimientos. La entrañable Ana María aclara la cuestión: “Existe una diferencia entre sentimientos y sensaciones. Las sensaciones dependen de los sentidos, en el sentimiento ya existe elaboración, pensamiento. Estos personajes son pura sensación y naturaleza”.


                La charla amena flota como los botes y deriva en el tema del destino. Hay una aceptación del destino por parte del Boga. Se deja llevar, no tiene un rumbo fijo. En ese sentido es como el río. Pero el destino le juega una mala pasada y lo junta con el hombre y La Rubia. Y casi involuntariamente, comienza a formar parte de una bandita de vagos y malhechores.

                Los platos estaban vacíos, los tostados se habían deglutido ansiosamente y a esa altura quedaba el fondito del café tibio, pero restaba muchísimo hilo de Sudeste por cortar. ¿Quién narra Sudeste? La pregunta surgió porque en ocasiones no se entiende quién está contando la historia. Para Guille el narrador es el Boga, pero se nombra a él mismo en tercera persona, como José Luis Chilavert o el Diego en los reportajes. Para el señor Pol el narrador no es ninguno de los personajes. Sí coincidimos en que se trata de un narrador omnisciente.

                Pol y Nacho se unieron en una idea directriz: “Hoy día, los seres humanos nos creemos los dueños de la naturaleza, en Sudeste ocurre lo opuesto, el Boga se funde con la naturaleza”. Pol contó acerca de un documental, donde los chinos pescan un tiburón enorme solamente para cortarle la aleta. Luego lo dejan morir. Aparentemente comer aleta de tiburón es socialmente distinguido. Esta escena ejemplifica la falta de respeto del hombre moderno por la naturaleza.


                A colación del tiburón cruelmente asesinado, anclamos en el tema de la violencia. Encontramos en la naturaleza violencia. Dicho de otra forma, hay eventos naturales que son violentos. Un terremoto que arrasa un pueblo o un león que corre al bambi, lo caza y se lo come podrían servirnos de ejemplo. A lo que Guille retrucó: “estamos de acuerdo, que el león coma un bambi es violento, pero no acumula bambis para vender”. 
       
                Coincidimos todos en que no hay nada más violento que el sistema capitalista, en el cual estamos sumergidos, viviendo como podemos, metabolizando de alguna forma, con alguna enzima “seleccionada darwinianamente”, la pobreza, la exclusión, la marginalidad, los asesinatos, la meritocracia, el cinismo de los que nos gobiernan.

                Y la distinción entre violencia natural y cultural, derivó la barcaza de la charla hacia la pregunta de los militantes de los años en que fue escrita Sudeste: ¿se justifica la violencia para combatir la violencia? Se nombraron revoluciones pacíficas como la “Revolución de los Claveles” de abril de 1974 en Portugal y la resistencia no violenta de Gandhi para lograr la independencia India en 1947.

                Levantamos campamento cuando la aguja del reloj apuntó al 7 y el atardecer ya estaba instalado sobre el río allí en el Tigre. Los hombres de ciudad vivimos pendientes del tiempo. Pero en ocasiones, como en esta oportunidad, cuando la compañía es amena y la discusión interesante, nos olvidamos de él y nos dejamos llevar, como si estuviésemos acostados en un bote que es arrastrado por la corriente…



                                                                                                       Kelo

No hay comentarios.:

Publicar un comentario