Crónica
de la reunión acerca del Manual de
zonceras argentinas de Arturo Jauretche
A Chipi
(28/08/1953 – 14/04/2016)
Escapan
a mi conocimiento los motivos de los presentes, tanto de quienes habían
decidido continuar o volver, como de quienes se acercaban por primera vez. Ni
siquiera puedo dar cuenta de los míos. Es como si detrás de aquellas presencias
que rodeaban la mesa hubiera algo que se ausentara. Pero, ¿qué importan los
motivos? “Si un encuentro cayó del cielo, no pregunto más” me respondo, jugando
con las palabras de Gustavo Cerati, un artista que se ausentó, pero que llevo
presente en la marca que me imprimió.
Presencias
ausentes, ausencias presentes, ¿y si disolvemos la oposición
presencia-ausencia?
Pregunta
confusa: proponer la disolución de la oposición supone afirmar que alguna vez
ella existió como tal, es decir, como oposición, y quizás ocurrió desde siempre
que la ausencia habitara en la presencia y la presencia en la ausencia. Sin ir
más lejos, un escritor, a la hora de escribir, tiene presente a un lector
ausente, y un lector, a la hora de leer, trae a la presencia al escritor
ausente. En cualquier caso, hoy resultaría difícil no percibir la indisoluble
mezcla entre ambos polos. La tecnología contribuyó grandemente a tamaña
revelación, en la medida en que aseguró la presencia de voces e imágenes de
quienes se encontraban ausentes de un espacio y, en ciertas ocasiones, un
tiempo determinados.
No
fue de extrañar, pues, que desde Río de Janeiro abriera la reunión Wagner, a
través de un mensaje de Whatsapp cuya grabación ignoro cuándo sucedió. Con la
excepción de Dani, cómplice de nuestro amigo a la distancia, nadie esperaba
semejante acontecimiento, lo que invita a asumir que no controlamos todo, que
el plan del día que armamos –o repasamos- por la mañana, todavía acostados en
la cama y con la mirada hacia el techo, puede verse súbitamente dislocado y que
casi siempre –si no siempre- haríamos muy bien en dejar ser lo que irrumpe o,
para decirlo con mayor precisión, dejarlo hablar ¡Hable, nomás, querido amigo
carioca!
Wagner
evocó un fragmento de una aguafuerte arltiana:
“Me escribe un lector: ‘me interesaría muchísimo que Vd.
Escribiera algunas notas sobre los libros que deberían leer los jóvenes, para
que aprendan y se formen un concepto claro, amplio, de la existencia (no
exceptuando, claro está, la experiencia propia de la vida)’ (…) Si usted quiere
formarse ‘un concepto claro’ de la existencia, viva. Piense. Obre. Sea sincero.
No se engañe a sí mismo. Analice. Estúdiese. El día que se conozca a usted
mismo perfectamente, acuérdese de lo que le digo: en ningún libro va a
encontrar nada que lo sorprenda. Todo será viejo para usted. Usted leerá por
curiosidad libros y libros y siempre llegará a esta fatal palabra terminal:
‘Pero si esto lo había pensado yo, ya’. Y ningún libro podrá enseñarle nada.
Salvo los que se han escrito sobre esta última guerra. Esos documentos trágicos
vale la pena conocerlos. El resto es papel…”.
La
aguafuerte a la que pertenece el citado fragmento lleva por título “La
inutilidad de los libros”. En un mundo en que se produce para el intercambio (y
no para el consumo personal) y en que, por tanto, lo que se produce debe servir para la satisfacción de alguna
necesidad ajena (sea ésta básica, sea artificial pero sentida como básica),
señalar la inutilidad de los libros no es otra cosa que destacar el carácter
disruptivo de los mismos en relación con el modo de producción capitalista.
Y
si los libros quiebran la lógica de la utilidad, la lectura suspende, al menos
mientras acontece, el tiempo de la utilidad, ese tiempo cuantificado,
minuciosamente parcelado en horas, minutos, segundos, centésimas, milésimas,
con el único propósito de que ningún instante se desaproveche, se vuelva baldío.
Así pues, cuando Nachito abre un libro en el colectivo que lo transporta a su
trabajo en Tigre, abre, a su vez, un paréntesis que lo separa de la alienante
vorágine y lo catapulta a otro tiempo, el tiempo de la experiencia.
Puestos
en crisis la lógica de la utilidad y el tiempo de la utilidad, los libros y la
lectura desestabilizan un tercer bastión de las sociedades contemporáneas, a
saber, el individualismo, por cuanto nos colocan en diálogo con otro, en un
vínculo en el cual escuchamos a ese otro
al tiempo que lo interrogamos desde nuestras propias inquietudes. La conexión,
realizada inevitablemente por el lector, entre la palabra escrita y su
perspectiva personal torna patente el hecho de que la lectura no consiste en la
mera recepción de “lo que dijo un autor”, y tal como lo dijo, sino en una reelaboración
efectuada a la luz de dicha perspectiva personal. La lectura es escritura, lo que quizás aparece insinuado en el
gesto jauretcheano de incluir, al final de su texto, páginas en blanco para que
el lector escribiera las zonceras que se le ocurrieran.
Diálogo,
entonces, entre autor y lector como práctica disolvente del individualismo
funcional. Si esto sucede con quien accede a un libro en solitario, ¿qué decir
de un grupo de lectura?
El
propósito jauretcheano parece contradecir el dictum arltiano concerniente a la inutilidad de los libros: develar
las zonceras de las que se vale la “pedagogía colonialista” promovida por la
“intelligentzia” con el afán de mantener el orden de cosas vigente. Así formulado,
el propósito confiere al texto jauretcheano una utilidad específica. Se trata
de una intervención concreta en la lucha política. En una palabra, el escrito sirve para avivar: “Trato aquí, pues, de
suscitar la reacción de esa tan mentada ‘viveza criolla’ para que, si en verdad
somos vivos de ojo, lo seamos también de temperamento,
como decía mi amigo”.
Queda
en cada quien apreciar qué tan cerca o lejos se hallan Arlt y Jauretche en sus
respectivas concepciones. Por mi parte, sostengo que no es un detalle menor que
el último de los autores mencionados considere a su libro como un “manual”. El
manual es un texto que contiene definiciones, ilustraciones y actividades
destinadas a que el niño aprenda, o bien instrucciones consagradas a que el
consumidor pueda utilizar el artefacto que compró. Sirve para. Desconozco si Arlt incluía al manual en el conjunto de
los libros a los que caracterizaba como inútiles y desconozco si Jauretche
concebía a toda la literatura como un manual, esto es, como un texto que sirve para. Con todo, Jauretche sí
parece reivindicar, en la Zoncera Nº15, la inutilidad frente a quienes “nos
abruman con que ‘time is money’, pero esa inutilidad se encuentra referida a la
siesta y no a la literatura. De cualquier manera, lo que hermana al Arlt de las
Aguafuertes con el Jauretche del Manual es el gran sentido del humor,
elemento común que nos mueve a preguntarnos si no hay allí, en la risa, un
intransigente modo de transitar la vida.
Pues
bien, partimos de la definición de “zonceras”. Según Jauretche, “consisten en
principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna
infancia –y en dosis para adultos- con la apariencia de axiomas, para
impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen
sentido”. A la luz de esta primera aproximación, emergió casi de inmediato la
religión, entendida como un compendio de zonceras que tergiversan los hechos y
dificultan apreciarlos tal cual son. Más tarde, por cierto, nos preguntaríamos
si resulta posible percibir los hechos “tal cual son” y si, en ese caso, es la
ciencia la que nos permite hacerlo. Entretanto, algunos asistentes aclaraban
que la crítica a la religión no suponía una crítica a la espiritualidad. Al
respecto, trazaban una distinción entre esta última y la superstición.
A
continuación, enumeramos algunas características que Jauretche asigna a las
zonceras:
1)
Se presentan como axiomas que excluyen la argumentación. De ahí que el escritor
bonaerense insistiera en que “en cuanto el zonzo analiza la zoncera –como se ha
dicho- deja de ser zonzo”.
2)
Pasan por ser obviedades. De modo que en el examen de ellas, Jauretche ejecuta
el gesto filosófico por excelencia, que reside en interrogarse por lo obvio,
por lo que naturalizamos, por lo que damos por sobreentendido, pero, en
realidad, no entendemos del todo.
3)
Implican un desprecio por lo propio, lo nativo, lo nacional, que es visto como
expresión de la barbarie y a lo que,
por tanto, hay que enfrentar “con la espada, con la pluma y la palabra”. Cabe
preguntarse aquí qué es “lo propio”, “lo nativo”, “lo nacional” ¿Son los
obreros, descendientes de españoles, italianos, etc.? ¿Son los “pueblos
originarios”? ¿Todos esos pueblos? ¿O sólo uno?
Otro
de los puntos discutidos en la reunión fue la crítica jauretcheana a la
izquierda. Dicha corriente atribuyó el apoyo de la clase obrera argentina a un
líder militar supuestamente alejado de sus intereses objetivos a la falta de
educación. De acuerdo con el autor bonaerense, un diagnóstico semejante ubicaba
a los sectores populares nacionales en el lugar de la minoría de edad, del niño
que todavía no era del todo consciente de sus propias metas y, por ende, no podía
actuar por sí mismo, y a la izquierda en el lugar de la mayoría de edad, del
adulto que debía tutelar al menor hasta
que pudiera caminar solito. Se producía, así, la paradójica situación de que
los intelectuales del Partido Comunista y el Partido Socialista, provenientes
de la clase media, se arrogaban la autoridad de informarle a los estratos
trabajadores cómo debían pensar y cómo debían actuar. Algunos participantes del
encuentro retrucaron esta crítica con el ejemplo de Mauricio Macri quien, a
pesar de encarnar fielmente un proyecto político contrario, por donde se lo
mire, a los sectores populares, venció en las últimas elecciones con un fuerte
respaldo de ellos. Por lo demás, ¿acaso Jauretche no se ubica en el mismo lugar
que la izquierda en el momento en que viene no sólo a decirnos que somos engañados
a través de zonceras sino también a desasnarnos?
Finalmente,
y aceptando la invitación de Arturo a completar el libro, pensamos una zoncera
más: aquella que afirma que la causa de los problemas sociales y las soluciones
son individuales.
Ejemplo
1: “El mal que aqueja la Argentina es la corrupción”. Tal frase lleva a pensar
que la raíz de los inconvenientes es moral
(la corrupción, en efecto, es un acto de inmoralidad). Y la moralidad (o
inmoralidad) resulta un aspecto individual.
De modo que el país saldrá a flote cuando desaparezcan las personas réprobas. Contraejemplo:
si desaparecieran las personas réprobas del actual gobierno, el país no saldría
a flote porque el problema no reside en la moralidad o inmoralidad de algunos
sino en el proyecto político, económico y cultural encarnado por aquél.
Ejemplo
2: “La causa de la pobreza es la vagancia de los pobres”. Aquí las fichas están
puestas nuevamente sobre la moralidad, y la moralidad remite, una vez más, al
individuo. Pobres perezosos: son responsables de su situación. Cuando, en
realidad, si los pobres no trabajan es porque no hay trabajo. Se trata de un
problema económico, político y social.
Ejemplo
3: “La gente debe estar bien consigo misma. Una salida posible es, en ese
sentido, el yoga”. Aquí el problema no está en el contenido de la frase. Todos
acordamos con él. El problema está en quién lo dice. Si lo afirma Mauricio en
tanto político, más aún, en tanto gobernante, nos está ocultando muy
deliberadamente la parte que le compete, que es precisamente la parte principal
del asunto, que es la concerniente a la cosa pública: allí está, en primer
lugar, la salida y no en el individuo.
En
suma, trayectorias provenientes de múltiples lugares (Villa Urquiza, Villa
Crespo, Balvanera, Florida, China y Brasil) se encontraron aquel sábado sin más
certezas que la de la posesión de un libro de Jauretche y la de que de allí no
saldrían de la misma manera ¡Hermosa coincidencia! ¿Qué direcciones tomarán
esas trayectorias? No lo sé, pero llevarán consigo alguna marca de aquella
experiencia que ya no está, pero que siempre estará.
El señor Pol
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