sábado, 9 de julio de 2016

“¡Mamá, haceme grande que zonzo me vengo solo!”

Crónica de la reunión acerca del Manual de zonceras argentinas de Arturo Jauretche

A Chipi
(28/08/1953 – 14/04/2016)

Escapan a mi conocimiento los motivos de los presentes, tanto de quienes habían decidido continuar o volver, como de quienes se acercaban por primera vez. Ni siquiera puedo dar cuenta de los míos. Es como si detrás de aquellas presencias que rodeaban la mesa hubiera algo que se ausentara. Pero, ¿qué importan los motivos? “Si un encuentro cayó del cielo, no pregunto más” me respondo, jugando con las palabras de Gustavo Cerati, un artista que se ausentó, pero que llevo presente en la marca que me imprimió.

Presencias ausentes, ausencias presentes, ¿y si disolvemos la oposición presencia-ausencia?
Pregunta confusa: proponer la disolución de la oposición supone afirmar que alguna vez ella existió como tal, es decir, como oposición, y quizás ocurrió desde siempre que la ausencia habitara en la presencia y la presencia en la ausencia. Sin ir más lejos, un escritor, a la hora de escribir, tiene presente a un lector ausente, y un lector, a la hora de leer, trae a la presencia al escritor ausente. En cualquier caso, hoy resultaría difícil no percibir la indisoluble mezcla entre ambos polos. La tecnología contribuyó grandemente a tamaña revelación, en la medida en que aseguró la presencia de voces e imágenes de quienes se encontraban ausentes de un espacio y, en ciertas ocasiones, un tiempo determinados.

No fue de extrañar, pues, que desde Río de Janeiro abriera la reunión Wagner, a través de un mensaje de Whatsapp cuya grabación ignoro cuándo sucedió. Con la excepción de Dani, cómplice de nuestro amigo a la distancia, nadie esperaba semejante acontecimiento, lo que invita a asumir que no controlamos todo, que el plan del día que armamos –o repasamos- por la mañana, todavía acostados en la cama y con la mirada hacia el techo, puede verse súbitamente dislocado y que casi siempre –si no siempre- haríamos muy bien en dejar ser lo que irrumpe o, para decirlo con mayor precisión, dejarlo hablar ¡Hable, nomás, querido amigo carioca!

Wagner evocó un fragmento de una aguafuerte arltiana:
“Me escribe un lector: ‘me interesaría muchísimo que Vd. Escribiera algunas notas sobre los libros que deberían leer los jóvenes, para que aprendan y se formen un concepto claro, amplio, de la existencia (no exceptuando, claro está, la experiencia propia de la vida)’ (…) Si usted quiere formarse ‘un concepto claro’ de la existencia, viva. Piense. Obre. Sea sincero. No se engañe a sí mismo. Analice. Estúdiese. El día que se conozca a usted mismo perfectamente, acuérdese de lo que le digo: en ningún libro va a encontrar nada que lo sorprenda. Todo será viejo para usted. Usted leerá por curiosidad libros y libros y siempre llegará a esta fatal palabra terminal: ‘Pero si esto lo había pensado yo, ya’. Y ningún libro podrá enseñarle nada. Salvo los que se han escrito sobre esta última guerra. Esos documentos trágicos vale la pena conocerlos. El resto es papel…”.


La aguafuerte a la que pertenece el citado fragmento lleva por título “La inutilidad de los libros”. En un mundo en que se produce para el intercambio (y no para el consumo personal) y en que, por tanto, lo que se produce debe servir para la satisfacción de alguna necesidad ajena (sea ésta básica, sea artificial pero sentida como básica), señalar la inutilidad de los libros no es otra cosa que destacar el carácter disruptivo de los mismos en relación con el modo de producción capitalista.

Y si los libros quiebran la lógica de la utilidad, la lectura suspende, al menos mientras acontece, el tiempo de la utilidad, ese tiempo cuantificado, minuciosamente parcelado en horas, minutos, segundos, centésimas, milésimas, con el único propósito de que ningún instante se desaproveche, se vuelva baldío. Así pues, cuando Nachito abre un libro en el colectivo que lo transporta a su trabajo en Tigre, abre, a su vez, un paréntesis que lo separa de la alienante vorágine y lo catapulta a otro tiempo, el tiempo de la experiencia.

Puestos en crisis la lógica de la utilidad y el tiempo de la utilidad, los libros y la lectura desestabilizan un tercer bastión de las sociedades contemporáneas, a saber, el individualismo, por cuanto nos colocan en diálogo con otro, en un vínculo en el cual  escuchamos a ese otro al tiempo que lo interrogamos desde nuestras propias inquietudes. La conexión, realizada inevitablemente por el lector, entre la palabra escrita y su perspectiva personal torna patente el hecho de que la lectura no consiste en la mera recepción de “lo que dijo un autor”, y tal como lo dijo, sino en una reelaboración efectuada a la luz de dicha perspectiva personal. La lectura es escritura, lo que quizás aparece insinuado en el gesto jauretcheano de incluir, al final de su texto, páginas en blanco para que el lector escribiera las zonceras que se le ocurrieran.


Diálogo, entonces, entre autor y lector como práctica disolvente del individualismo funcional. Si esto sucede con quien accede a un libro en solitario, ¿qué decir de un grupo de lectura?

El propósito jauretcheano parece contradecir el dictum arltiano concerniente a la inutilidad de los libros: develar las zonceras de las que se vale la “pedagogía colonialista” promovida por la “intelligentzia” con el afán de mantener el orden de cosas vigente. Así formulado, el propósito confiere al texto jauretcheano una utilidad específica. Se trata de una intervención concreta en la lucha política. En una palabra, el escrito sirve para avivar: “Trato aquí, pues, de suscitar la reacción de esa tan mentada ‘viveza criolla’ para que, si en verdad somos vivos de ojo, lo seamos también de temperamento, como decía mi amigo”.

Queda en cada quien apreciar qué tan cerca o lejos se hallan Arlt y Jauretche en sus respectivas concepciones. Por mi parte, sostengo que no es un detalle menor que el último de los autores mencionados considere a su libro como un “manual”. El manual es un texto que contiene definiciones, ilustraciones y actividades destinadas a que el niño aprenda, o bien instrucciones consagradas a que el consumidor pueda utilizar el artefacto que compró. Sirve para. Desconozco si Arlt incluía al manual en el conjunto de los libros a los que caracterizaba como inútiles y desconozco si Jauretche concebía a toda la literatura como un manual, esto es, como un texto que sirve para. Con todo, Jauretche sí parece reivindicar, en la Zoncera Nº15, la inutilidad frente a quienes “nos abruman con que ‘time is money’, pero esa inutilidad se encuentra referida a la siesta y no a la literatura. De cualquier manera, lo que hermana al Arlt de las Aguafuertes con el Jauretche del Manual es el gran sentido del humor, elemento común que nos mueve a preguntarnos si no hay allí, en la risa, un intransigente modo de transitar la vida.

Pues bien, partimos de la definición de “zonceras”. Según Jauretche, “consisten en principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia –y en dosis para adultos- con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido”. A la luz de esta primera aproximación, emergió casi de inmediato la religión, entendida como un compendio de zonceras que tergiversan los hechos y dificultan apreciarlos tal cual son. Más tarde, por cierto, nos preguntaríamos si resulta posible percibir los hechos “tal cual son” y si, en ese caso, es la ciencia la que nos permite hacerlo. Entretanto, algunos asistentes aclaraban que la crítica a la religión no suponía una crítica a la espiritualidad. Al respecto, trazaban una distinción entre esta última y la superstición.

A continuación, enumeramos algunas características que Jauretche asigna a las zonceras:

1) Se presentan como axiomas que excluyen la argumentación. De ahí que el escritor bonaerense insistiera en que “en cuanto el zonzo analiza la zoncera –como se ha dicho- deja de ser zonzo”.

2) Pasan por ser obviedades. De modo que en el examen de ellas, Jauretche ejecuta el gesto filosófico por excelencia, que reside en interrogarse por lo obvio, por lo que naturalizamos, por lo que damos por sobreentendido, pero, en realidad, no entendemos del todo.

3) Implican un desprecio por lo propio, lo nativo, lo nacional, que es visto como expresión de la barbarie y a lo que, por tanto, hay que enfrentar “con la espada, con la pluma y la palabra”. Cabe preguntarse aquí qué es “lo propio”, “lo nativo”, “lo nacional” ¿Son los obreros, descendientes de españoles, italianos, etc.? ¿Son los “pueblos originarios”? ¿Todos esos pueblos? ¿O sólo uno?

Otro de los puntos discutidos en la reunión fue la crítica jauretcheana a la izquierda. Dicha corriente atribuyó el apoyo de la clase obrera argentina a un líder militar supuestamente alejado de sus intereses objetivos a la falta de educación. De acuerdo con el autor bonaerense, un diagnóstico semejante ubicaba a los sectores populares nacionales en el lugar de la minoría de edad, del niño que todavía no era del todo consciente de sus propias metas y, por ende, no podía actuar por sí mismo, y a la izquierda en el lugar de la mayoría de edad, del adulto que debía tutelar al menor hasta que pudiera caminar solito. Se producía, así, la paradójica situación de que los intelectuales del Partido Comunista y el Partido Socialista, provenientes de la clase media, se arrogaban la autoridad de informarle a los estratos trabajadores cómo debían pensar y cómo debían actuar. Algunos participantes del encuentro retrucaron esta crítica con el ejemplo de Mauricio Macri quien, a pesar de encarnar fielmente un proyecto político contrario, por donde se lo mire, a los sectores populares, venció en las últimas elecciones con un fuerte respaldo de ellos. Por lo demás, ¿acaso Jauretche no se ubica en el mismo lugar que la izquierda en el momento en que viene no sólo a decirnos que somos engañados a través de zonceras sino también a desasnarnos?


Finalmente, y aceptando la invitación de Arturo a completar el libro, pensamos una zoncera más: aquella que afirma que la causa de los problemas sociales y las soluciones son individuales.

Ejemplo 1: “El mal que aqueja la Argentina es la corrupción”. Tal frase lleva a pensar que la raíz de los inconvenientes es moral (la corrupción, en efecto, es un acto de inmoralidad). Y la moralidad (o inmoralidad) resulta un aspecto individual. De modo que el país saldrá a flote cuando desaparezcan las personas réprobas. Contraejemplo: si desaparecieran las personas réprobas del actual gobierno, el país no saldría a flote porque el problema no reside en la moralidad o inmoralidad de algunos sino en el proyecto político, económico y cultural encarnado por aquél.

Ejemplo 2: “La causa de la pobreza es la vagancia de los pobres”. Aquí las fichas están puestas nuevamente sobre la moralidad, y la moralidad remite, una vez más, al individuo. Pobres perezosos: son responsables de su situación. Cuando, en realidad, si los pobres no trabajan es porque no hay trabajo. Se trata de un problema económico, político y social.

Ejemplo 3: “La gente debe estar bien consigo misma. Una salida posible es, en ese sentido, el yoga”. Aquí el problema no está en el contenido de la frase. Todos acordamos con él. El problema está en quién lo dice. Si lo afirma Mauricio en tanto político, más aún, en tanto gobernante, nos está ocultando muy deliberadamente la parte que le compete, que es precisamente la parte principal del asunto, que es la concerniente a la cosa pública: allí está, en primer lugar, la salida y no en el individuo.


En suma, trayectorias provenientes de múltiples lugares (Villa Urquiza, Villa Crespo, Balvanera, Florida, China y Brasil) se encontraron aquel sábado sin más certezas que la de la posesión de un libro de Jauretche y la de que de allí no saldrían de la misma manera ¡Hermosa coincidencia! ¿Qué direcciones tomarán esas trayectorias? No lo sé, pero llevarán consigo alguna marca de aquella experiencia que ya no está, pero que siempre estará.     

                                                                       El señor Pol                                                                                               

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