Día histórico para los siete locos, que, sí, ahora somos muchos más que siete. Además de Virgi y Papá Luis, se nos incorporaron Camila, Andrea y Lucas.
Y digo “día histórico” porque también, al
igual que en el encuentro pasado, estrenamos casa nueva en el barrio de Sáenz
Peña, la casa de Virgi, amplia, cálida ¡Y con piano!
Adaptamos los muebles, hicimos una gran ronda
con sillones y sillas. No faltó lugar para nadie. La mesa en el medio,
pletórica de manjares.
El eternauta II. La cara de Juan Salvo en la
tapa nos anuncia más violencia, menos piedad. El héroe se volvió despiadado y
brutal como los enemigos a los que tiene que enfrentar.
Nuestro héroe está cada vez más cerca de ese monstruo inefable e indescriptible que es el poder. ¿Cómo es el poderoso? ¿Qué cara tiene? ¿Cómo es el que mueve los hilos? ¿Quién es? ¿Quién coordina a los gurbos, a los hombre robot, a los manos, a los zarpos? Ya conocemos la jerarquía de estos esbirros, pero, ¿quién es el que está arriba de los manos? ¿Por qué se llaman los “ellos”? Palabra ésta que nos remite a Freud, recordemos: “superyó, yo, ello”. Los ellos no tienen nombre, es como si no tuvieran denominación. Papá Luis y Rosi señalaron la no casual coincidencia de este “nombre” (para mí es un no-nombre o desnombre), con el inconsciente reprimido.
Hablamos mucho del cambio de Juan Salvo. Rosi
dijo que se fue deshumanizando. Pepi señaló que él ya era un hombre que no se
permitía dudar. Virginia hizo una alusión a la historia bíblica de la Señora de
Lot. Es verdad, Juan Salvo no puede mirar para atrás. Juan ya no es el padre de
familia que quiere volver. Ya no estamos en el tiempo en el que el motor de la
acción era volver al chalet a estar con sus penélopes, Elena y Martita, a
recuperar su dulce vida. Juan ya no es un señor feliz y estable en la bella
casa de Vicente López. Ahora es un guerrero y el enemigo es más importante que
su dulce vida. Ahora el héroe va hacia adelante a conquistar el enigma. El
enigma es un vacío de lenguaje. En el enigma no hay relato. Es lo que no se
conoce. El poder es un enigma. Es lo que mueve la acción en una historia. Juan
va hacia ese enigma. Va hacia ese enemigo del que apenas conocemos algunas señales, pero
no su forma. El enigma lo hace avanzar y la acción también. En esta segunda
parte llega a atrapar a un ello y lo elimina con una crueldad que no demostró en el eternauta
I. Ese asesinato se desarrolla en tres cuadritos sin palabras, hasta que al
final se oye al narrador decir: “Tiembla el torso del Eternauta, hasta que por
fin…” Sin dudas ni vacilaciones, sólo con un temblor del torso, ahoga, estruja,
retuerce y lo dice. “Confirmado, no era un mano, era un ello”. Pero es tan
inasible este enemigo, que, a pesar de la crueldad y la fuerza, no se sabe si
lo mató del todo o si el ello se escabulló. Era “un ello…uno de los nunca
vistos señores de los manos, uno de los directores….”
No podemos ver al poder real, pero Juan sigue
adelante hasta descifrar ese enigma y poder eliminarlo. Y es capaz de arriesgar y perder a sus seres
más queridos en el promontorio con tal de derrotar a ese enemigo poderoso
genocida e inenarrable.
Juan ya no es Juan. Es el Eternauta. Ya no está con un grupo de amigos con quienes compartir el rol de héroe. Es un guerrero solo que va solo con su saber. Saber que, por circunstancias ajenas a él, no puede compartir. Los nuevos amigos no cuentan con el saber de él. Ni con la experiencia de él. Un saber de guerrero militar del que él mismo se sorprende cuando comprueba que hasta sabe fabricar armas.
Es muy hermoso ese pasaje en la
novela (esta es en una novela gráfica, sí) en el que se ponen a trabajar con
los humanos de las cuevas. Es un momento de comunidad y trabajo. Hay otros momentos así de amor y convivencia, lo
que nos dice que la paz es posible.
Enfrentar, ser capaces de toparse con el enigma, con lo que no tiene relato.
El Eternauta se rehúsa a
entregar a los quinientos hombres al
enemigo. Como Teseo, decide enfrentar a eso que se desconoce y que oprime
nuestras vidas. No entregar a los quinientos hombres. Cualquier similitud con el
mito de Creta, el rey Minos y el minotauro, no es pura casualidad. Cualquier
similitud con la realidad política de países empobrecidos pagando deudas
infinitas a vampiros financieros, tampoco es casual. La circunstancia de ricos endeudando a los
pobres se repite desde la antigüedad, por eso las similitudes con la ficción no
son casuales.
Si bien Juan ya no está con los amigos de antaño, si bien está avanzando con su nuevo saber de sobreviviente, un saber que lo aísla de sus nuevos amigos, tiene ahora un nuevo acompañante que es el mismo guionista. Sí, es el mismo Oesterheld actuando en el espacio de la ficción. Un Oesterheld dibujado con la cara más “adocenada”, como dice Solano López en el gran documental de Juan Sasturain. Dice también que “es un hombre maduro, un poco pacato”. Este nuevo acompañante tiene las cualidades inversas a las de Juan, aunque se comporta heroicamente varias veces. No tiene la agilidad física que ha adquirido Juan en su transformación, pero es ayudado por jóvenes, los jóvenes de las cuevas. Hermosos todos, valientes, que conocen las causas y se hacen cargo de la lucha. El pueblo de las cuevas es el momento y el lugar del afecto, es el punto amoroso de la historia; quiero decir, el pueblo de las cuevas es el único lugar en el que se sale del desierto hostil en el que se desarrolla la acción. Son humanos, son sobrevivientes, son amigos. Y son bellos. Son combatientes contra ese poder que los esquilma. Pagaban un tributo en pescado a un efemeí (FMI) inefable, intangible y fagocitador. ¿Sería esta otra similitud no casual con la actualidad del momento?
El eternauta II salió en el año ’76. Cristian nos recordó que Oesterheld desde la clandestinidad le enviaba los manuscritos a Solano López, y que ya no se veían personalmente. Es que la similitud de la ficción con la realidad acá no es casual, como tampoco es casual la similitud entre las épocas. ¿Verdad? Bueno, Germán Oesterheld ingresa a la
ficción, admira y acompaña a Juan, a quien ya no llama Juan, sino “el
eternauta”. Germán es acompañante, narrador y testigo, y, además, sabe que acá
hay una discontinuidad en el tiempo, por eso es testigo y sólo comparte ese
saber con Juan. Pero también el guionista advierte el cambio de Juan y cuando
habla de él lo llama directamente “el eternauta”. (Uy, perdonen, estoy
repitiendo, qué le voy a hacer.)
Germán advierte esa transformación en su
amigo, y, después de que este matara al ello (no sabemos si lo mató), se
pregunta: “¿Y vos, Juan? ¿Quién sos vos Juan?”
Germán también se transforma. Hace el camino inverso al de Juan Salvo. Germán pasa de ser un hombre solitario a conocer y gozar del cariño de los compañeros. Conoce y anda siempre con Cosme y otros jóvenes que lo ayudan. María lo cura. A él lo mueve el amor de sus compañeros jóvenes. Y acá hay otra similitud con la realidad de la época en que fue escrita esta obra que, por supuesto, no es pura casualidad. Y este cariño que Germán siente y reconoce, me hace pensar en unos versos de Juan Gelman que me gustaría citar ahora. Son del poemario Notas, del año ’79.
Este que transcribo ahora
es Nota XIII:
“cada compañero tenía un pedazo de sol
en el alma/el corazón/ la memoria/
cada compañero tenía un pedazo de sol/
y de eso estoy hablando
no estoy hablando de los errores que
nos llevaron a la derrota/ por ahora/ no
estoy hablando de la soberbia/la ceguera/el
delirio militarista
de la conducción
estoy diciendo que cada compañero tenía un
pedazo de sol
que le iluminaba la cara/
le daba calor en el pavor nocturno/
lo abellaba alegrándole los ojos/
lo hacía volar/volar/volar”
He citado un fragmento.
El poema continúa.
Otro detalle que sí conocía Germán (hablo
siempre del Germán de la ficción), es
que el eternauta, era el testigo del tiempo. El tiempo es una materialidad en
esta historia. ¿Se puede conocer el tiempo? ¿Se puede ver? ¿Se lo puede
manipular? Si bien es una dimensión artificial, Juan Salvo pudo desarmarlo en
la novela anterior, El eternauta I. Pudo colocarse y recolocarse en distintas
épocas. Era este uno de los saberes que mucho no podía compartir. Y por esta
razón también, Germán, abandonó bastante el nombre Juan y pasó a llamarlo el
eternauta. Esto fue también causa y efecto de la transformación del héroe.
Un enemigo nuevo que aparece ahora son los zarpos. Otros esbirros del poder. Son seres humanos mutantes y caníbales alcanzados por la radiación. Ahí el eternauta se da cuenta de una verdad crucial.
Estos zarpos se parecen mucho a esa patota que entró con gas pimienta en la universidad de Quilmes y que después se fotografió haciéndose pasar por estudiantes. Insisto, las similitudes ficción- realidad acá no son casuales.
Y me gustaría transcribir una reflexión de
nuestra compañera Pepa. La transcribo.
Pepa dixit:
“Juan Salvo decide asumir personalmente esta
lucha porque sabe que no le va a alcanzar para enfrentar al ello. La vida de
Oesterheld fue así. Cuando sus hijas empezaron a militar, militaban desde una
posición burguesa, porque eran chicas de un colegio de gran nivel económico.
Ahí va cambiando todo. Ellas se meten y él las va acompañando. Elsa no. A
medida que él se va comprometiendo, él va sabiendo que es perseguido, que lo
van a agarrar. Él pone sus esperanzas en los jóvenes, están sus hijas, pero el
ideal político pudo más. Sabía que lo iban a apresar, que iba a ser un
desaparecido. La lucha política, la necesidad de cambiar este mundo atroz en el
que el ello gobierna y que no es otro más que nuestro enemigo de siempre. Ahí
hago una relación con la vuelta de Obligado, en donde las tropas anglo
francesas vienen hacia el sur para enfrentar a los puertos tanto de Uruguay
como de Buenos Aires y se encuentran con la resistencia de Mansilla. (Eran
Lucio Norberto y Lucio Vicente, padre e hijo). El conductor era Rosas. Murieron
un montón de esos soldados, que, además hicieron la cadena enlazada de costa a
costa. Y el paisaje de las costas de Obligado es muy parecido al paisaje de las
cuevas. Los muchachos que intervinieron en esa pelea desigual, que terminó en
una victoria pírrica, al decir de algunos historiadores, terminó con muchas más
muertes de la parte rioplatense. Inglaterra y Francia se dieron cuenta después
que se habían trenzado en un enorme
desafío, totalmente loco. El pasaje de las
cuevas se parece a la Vuelta de Obligado por el paisaje y por la desigualdad de
fuerzas.”
Y ahora, luego de las sabias palabras de nuestra querida Pepa, permítanme el capricho de transcribir otro poema de Juan Gelman, el que viene antes del que ya cité. Lo asocio a los humanos de las cuevas y a toda la lucha del eternauta, por eso. Ahí va:
Nota XII
los sueños rotos por la
realidad
los compañeros rotos por
la realidad/
los sueños de los
compañeros rotos
¿están verdaderamente
rotos/perdidos/nada
Se pudren bajo tierra?/¿su
rota luz
diseminada a pedacitos
bajo tierra?/¿alguna vez
los pedacitos se van a
juntar?
¿va a haber la fiesta de
los pedacitos que se reúnen?
y los pedacitos de los
compañeros/¿alguna vez se juntarán?
¿caminan bajo tierra para
juntarse un día como dice manuel?/
¿se juntarán un día?
de esos amados pedacitos
está hecha nuestra concreta soledad/
per/dimos la suavidad de
paco/la tristeza de haroldo/la lucidez
de rodolfo/el coraje de
tantos
ahora son pedacitos
desparramados bajo todo el país
hojitas caídas del
fervor/la esperanza/la fe/
pedacitos que fueron
alegría/combate/confianza
en
sueños/sueños/sueños/sueños
y los pedacitos rotos del
sueño/¿se juntarán alguna vez?
¿se juntarán algún
día/pedacitos?
¿están diciendo que los
enganchemos al tejido del sueño general?
¿están diciendo que
soñemos mejor?
Les cuento que Juan
Gelman le dedicó este poema al escritor peruano Manuel Scorza, el que escribió Redoble
por Rancas y otras novelas más. También les cuento que las minúsculas, los cortes de verso, las
barras y la puntuación en mi transcripción son fieles al original.
Ahora quiero contar cómo terminó nuestra
reunión. Aunque siempre haya detalles que habrán quedado por decir. Esta obra
es tan compleja como apasionante. Y les pido a los integrantes del grupo, que
si tienen algo por agregar, comentar, refutar o corregir, lo hagan, sí.
¿Cómo terminó la reunión?
Los pequeños, tan hermosos, se pusieron a
correr, a jugar y a hacer acrobacias entre nosotros. Pusimos los muebles en su
lugar. De pronto hubo un grupo que aparecimos en la sala de delante de la gran
casa de Virgi, y ¡Oh! ¿Era Frederick Chopin? ¿Era Marta Argerich? ¿Era Charlie García?
¡No! Era el mismísimo Dani poniendo sus
humanos y diestros dedos sobre el piano,
jamás sobre máquinas malignas, no, sobre el piano, y nos vimos primero cantando
“aprendí a ser, formal y cortés”, después “él era un reeyyy, de esteee
luuugaaar”. Después canciones de los Beatles y después más sui Generis. Es que
Los siete locos somos hippies que marcamos tendencia.
Raquel Poblet