Ningún pibe nace chorro. Es verdad. El delincuente va madurando, va adquiriendo mejores técnicas y va perdiendo culpa.
Tampoco
tiene necesariamente que morir chorro. “El arte nos salva”, dijo Charly una
vez, y nuestro autor acaba de demostrarlo. El destino para un individuo no es
uno solo ni está escrito. Siempre hay posibilidades, nos toca a nosotros hacer
una sociedad mejor, más igualitaria, más justa.
César Gonzáles nos muestra a sus
lectores una vida que no vivimos y que
desconocemos. El texto es una gran novela, pero sabemos que no es ficción.
Sabemos que es una autobiografía y a su autor lo conocemos por sus películas y
por sus entrevistas en tele o radio, que recomiendo de mil amores.
Llegamos todos a la casa de Rosi ese domingo, muy locos, tengo la imagen de nosotros en la cocina, alrededor de la mesa ovalada, Aymé, tan hermosa, disfrazada, subiéndose; había muchas manos acomodando los manjares y las bebidas, los ojos nuestros muy abiertos, a ver cuándo empezábamos a conversar, teníamos mucho para decir, para comentar, para reponer estas líneas que tanto nos conmovieron y asombraron.
Empezamos a hablar todos juntos con
impaciencia.
-¿Viste la parte en que
la mamá vuelve de la cárcel?
-Sí, y durmieron todos
juntos.
- Y el recorrido que
hizo, sola, sin plata y sin medios, hasta llegar a la casa.
Empezamos a hablar del capítulo que se llama El
sonido de la libertad, que cuenta de
su mamá volviendo a la casa después de haber cumplido una condena: “La habían
largado en medio de la noche, hizo dedo, subió a un camión, luego a un tren y
caminó las cincuenta cuadras desde Liniers hasta casa. No la solté en ningún
momento, nos íbamos turnando en su abrazo con mis hermanos. Esa madrugada dormimos todos juntos
en la misma cama, pegados a ella como garrapatas. Al otro día, el sol recuperó
un poco de su color y volvimos a la escuela, llevados de su mano.”
Los pasajes de encuentros amorosos, cariñosos
fueron los primeros y más comentados, como cuando trajeron la tele y la familia
se ponía a actuar. Era un momento de reunión y alegría.
Es que hay un adentro y un afuera con una
frontera muy bien delineada. La frontera del barrio era la avenida Marconi a
donde “se jugaba nuestra guerra contra la sociedad”. Del otro lado de esta
avenida estaba la clase media a la que había que atacar. ¿Atacar para
sobrevivir?
Otro pasaje que quisiera reponer es cuando
nuestro protagonista vuelve él de una prisión de menores. Caminó muchísimo con
sus zapatillas sin cordones. No subió al tren por temor a los guardias. Vio un
colectivo cuyo cartel decía Retiro. El chofer no lo dejó subir. Dejó pasar
cinco colectivos hasta que un chofer se apiadó. Cruzó Puente Alsina, vislumbró
el Riachuelo, se sobrepuso al ritmo de la ciudad, que le parecía demencial.
Llegó a la estación, logró pedir las monedas hasta juntar el importe del boleto
del tren que lo llevara a El Palomar. Desde allí caminó las veinte cuadras
hasta su casa en la Villa Carlos Gardel.
¿Por qué le damos tanta atención a estos
pasajes cuando en la novela hay momentos de una violencia inimaginable para
nosotros? Es que estos recorridos también
son inimaginables para nosotros. Como lo son las muertes inesperadas de amigos
o de amores. O los robos mismos, las entradas adentro de las casas, las
estrategias, o la falta de estrategias y la suerte pura. Inimaginable para
nosotros también son los dolores físicos, las heridas, los balazos, los
momentos de abstinencia o falta de droga, el daño infernal de la cocaína, las
heridas, la recuperación después de las heridas, las humillaciones, las piñas.
Sí es imaginable para nosotros una navidad
feliz como la que tuvieron, y que muy bien narrada está, después de los saqueos
del dosmiluno. “La villa esa noche fue una fiesta dionisíaca. (….) Cada mesa
rebalsaba de comida y bebidas, preparada con un estilo particular. Uno no sabía
dónde quedarse porque todos te invitaban a pasar y cada mesa superaba
estéticamente a la anterior. En todos persistía una alegría mezclada con la
sorpresa, nadie podía creer la cantidad y la calidad de las cosas y nadie se
guardó nada ni fue tacaño. (….) Nunca había visto a los vecinos tan felices.
Fue tanto el desborde emocional por la falta de experiencia en tener la
heladera así de llena que, a la semana siguiente, para las fiestas de Año
Nuevo, en las mesas no había ni un cuarto de lo que hubo para Navidad.”
Otro pasaje que quisiera reponer está en el capítulo “Amigos de otro mundo” en el que vemos al protagonista ir a la casa de un amigo de clase media. “La casa de Diego fue como un puente directo de la indigencia a la modernidad. Él como Emiliano, tenía bidet, un cuarto propio, una computadora de escritorio y una PlayStation flamante. (….) Merendaba en una mesa rebosante de manteca, dulce de leche, facturas, masitas y jugos naturales. ¡Hasta podía darme un baño en una ducha de agua caliente con bañera incluida!”
Me detengo, repongo y cito los pasajes en los
que no aparece la sangre y la violencia, porque la novela entera, está tramada
desde un fondo amoroso. César Gonzales encontró su voz para contar su vida.
Como dije más arriba, narra una experiencia por la que sus lectores no hemos
pasado, ni conocemos y, sabemos, que, si alguna vez nos dedicáramos al delito,
las consecuencias de nuestros actos, o, más bien, la penitencia o castigo
infligido serían mucho más blandos. Quiero decir, que en esta sociedad, tu
origen, tu clase social condiciona la penitencia. Quiero decir, y lo dice con
mucha más claridad y fundamento nuestro autor, que el poder judicial ejerce una
justicia de clase. Y recomiendo esta novela autobiográfica porque hay en ella
una buena poética y porque por unas horas los lectores podemos experimentar ser
el otro, ser el villero, ¿el bárbaro? Y
así, saber lo que ve y siente el niño al que consideramos diferente, porque
vive otra vida diferente, una vida en desamparo que lo hace para nosotros
injustamente invisible.
Raquel Poblet.


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