viernes, 26 de septiembre de 2025

El niño resentido

   Ningún pibe nace chorro. Es verdad. El delincuente va madurando, va adquiriendo mejores técnicas y va perdiendo culpa.

   Tampoco tiene necesariamente que morir chorro. “El arte nos salva”, dijo Charly una vez, y nuestro autor acaba de demostrarlo. El destino para un individuo no es uno solo ni está escrito. Siempre hay posibilidades, nos toca a nosotros hacer una sociedad mejor, más igualitaria, más justa.

   César Gonzáles nos muestra a sus lectores una vida que no vivimos y que desconocemos. El texto es una gran novela, pero sabemos que no es ficción. Sabemos que es una autobiografía y a su autor lo conocemos por sus películas y por sus entrevistas en tele o radio, que recomiendo de mil amores.

   Llegamos todos a la casa de Rosi ese domingo, muy locos, tengo la imagen de nosotros en la cocina, alrededor de la mesa ovalada, Aymé, tan hermosa, disfrazada, subiéndose; había muchas manos acomodando los manjares y las bebidas, los ojos nuestros muy abiertos, a ver cuándo empezábamos a conversar, teníamos mucho para decir, para comentar, para reponer estas líneas que tanto nos conmovieron y asombraron.

   Empezamos a hablar todos juntos con impaciencia.

   -¿Viste la parte en que la mamá vuelve de la cárcel?

   -Sí, y durmieron todos juntos.

   - Y el recorrido que hizo, sola, sin plata y sin medios, hasta llegar a la casa.

   Empezamos a hablar del capítulo que se llama El sonido de la libertad,  que cuenta de su mamá volviendo a la casa después de haber cumplido una condena: “La habían largado en medio de la noche, hizo dedo, subió a un camión, luego a un tren y caminó las cincuenta cuadras desde Liniers hasta casa. No la solté en ningún momento, nos íbamos turnando en su abrazo con mis  hermanos. Esa madrugada dormimos todos juntos en la misma cama, pegados a ella como garrapatas. Al otro día, el sol recuperó un poco de su color y volvimos a la escuela, llevados de su mano.”

   Los pasajes de encuentros amorosos, cariñosos fueron los primeros y más comentados, como cuando trajeron la tele y la familia se ponía a actuar. Era un momento de reunión y alegría.

   Es que hay un adentro y un afuera con una frontera muy bien delineada. La frontera del barrio era la avenida Marconi a donde “se jugaba nuestra guerra contra la sociedad”. Del otro lado de esta avenida estaba la clase media a la que había que atacar. ¿Atacar para sobrevivir?

   Otro pasaje que quisiera reponer es cuando nuestro protagonista vuelve él de una prisión de menores. Caminó muchísimo con sus zapatillas sin cordones. No subió al tren por temor a los guardias. Vio un colectivo cuyo cartel decía Retiro. El chofer no lo dejó subir. Dejó pasar cinco colectivos hasta que un chofer se apiadó. Cruzó Puente Alsina, vislumbró el Riachuelo, se sobrepuso al ritmo de la ciudad, que le parecía demencial. Llegó a la estación, logró pedir las monedas hasta juntar el importe del boleto del tren que lo llevara a El Palomar. Desde allí caminó las veinte cuadras hasta su casa en la Villa Carlos Gardel.

   ¿Por qué le damos tanta atención a estos pasajes cuando en la novela hay momentos de una violencia inimaginable para nosotros?  Es que estos recorridos también son inimaginables para nosotros. Como lo son las muertes inesperadas de amigos o de amores. O los robos mismos, las entradas adentro de las casas, las estrategias, o la falta de estrategias y la suerte pura. Inimaginable para nosotros también son los dolores físicos, las heridas, los balazos, los momentos de abstinencia o falta de droga, el daño infernal de la cocaína, las heridas, la recuperación después de las heridas, las humillaciones, las piñas.

   Sí es imaginable para nosotros una navidad feliz como la que tuvieron, y que muy bien narrada está, después de los saqueos del dosmiluno. “La villa esa noche fue una fiesta dionisíaca. (….) Cada mesa rebalsaba de comida y bebidas, preparada con un estilo particular. Uno no sabía dónde quedarse porque todos te invitaban a pasar y cada mesa superaba estéticamente a la anterior. En todos persistía una alegría mezclada con la sorpresa, nadie podía creer la cantidad y la calidad de las cosas y nadie se guardó nada ni fue tacaño. (….) Nunca había visto a los vecinos tan felices. Fue tanto el desborde emocional por la falta de experiencia en tener la heladera así de llena que, a la semana siguiente, para las fiestas de Año Nuevo, en las mesas no había ni un cuarto de lo que hubo para Navidad.”

   Otro pasaje que quisiera reponer está en el capítulo “Amigos de otro mundo” en el que vemos al protagonista ir a la casa de un amigo de clase media. “La casa de Diego fue como un puente directo de la indigencia a la modernidad. Él como Emiliano, tenía bidet, un cuarto propio, una computadora de escritorio y una PlayStation flamante. (….) Merendaba en una mesa rebosante de manteca, dulce de leche, facturas, masitas y jugos naturales. ¡Hasta podía darme un baño en una ducha de agua caliente con bañera incluida!” 

   Me detengo, repongo y cito los pasajes en los que no aparece la sangre y la violencia, porque la novela entera, está tramada desde un fondo amoroso. César Gonzales encontró su voz para contar su vida. Como dije más arriba, narra una experiencia por la que sus lectores no hemos pasado, ni conocemos y, sabemos, que, si alguna vez nos dedicáramos al delito, las consecuencias de nuestros actos, o, más bien, la penitencia o castigo infligido serían mucho más blandos. Quiero decir, que en esta sociedad, tu origen, tu clase social condiciona la penitencia. Quiero decir, y lo dice con mucha más claridad y fundamento nuestro autor, que el poder judicial ejerce una justicia de clase. Y recomiendo esta novela autobiográfica porque hay en ella una buena poética y porque por unas horas los lectores podemos experimentar ser el otro, ser el villero, ¿el bárbaro?  Y así, saber lo que ve y siente el niño al que consideramos diferente, porque vive otra vida diferente, una vida en desamparo que lo hace para nosotros injustamente invisible.


 

   Raquel Poblet.

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