lunes, 15 de diciembre de 2025

Crónica de Ficciones de Borges

“(…) y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto”.

J L Borges

 

“La ficción aparece asociada al ocio, la gratuidad, el derroche de sentido, el azar, lo que no se puede enseñar, en última instancia, se asocia con la política seductora y pasional de la barbarie”

Ricardo Piglia.

 

   En la casa de Pepi, centro cultural villurquí, nos dispusimos a hablar del libro de Borges. Lo primero que se oyó fueron las quejas (¿Quejas de un bandoneón de Pichuco?, no, nada que ver.) Quejas, sobre todo de Nacho, bien sincero, quejas, cuestiones bien fundadas todas, expresiones quejumbrosas, vamos a decir, ante la dificultad que nos da leer este volumen de cuentos.

   Ficciones, es en realidad, un libro que nos habla acerca de la ficción. Quizá un tratado teórico presentado en forma de cuentos. ¿Un tratado? No, qué digo, son piezas literarias de una gran poética. Son cuentos de ficción que nos hablan acerca de la ficción como mera construcción y no como representación.

   Pensemos en la novela del siglo XIX. Vamos a José Mármol. Su novela Amalia, ambientada en el año 1840, es decir, en el segundo gobierno de Rosas, era bien representativa desde la mirada unitaria, del estado de cosas del momento. Era la visión del unitario victimizado por los federales. Es, además, una novela bien panfletaria. Pienso también en Eugenio Cambaceres; en Esteban Echeverría; en Lucio Vicente López; autor de La gran aldea;  en Lucio Victorio Mansilla; en los escritores gauchescos como Bartolomé Hidalgo (uruguayo) o en Azcazubi. Ellos representaban, contaban lo real. No olvidemos al mejor, a José Hernández. Hablaban acerca de lo que pasaba en la vida cotidiana y en la política, representaban el suelo y la sociedad, al punto tal que era más prestigioso para José Mármol ser reconocido como “El periodista José Mármol”, que como novelista o poeta,- y eso que era muy buen novelista, por cierto. Es que el periodismo en el siglo XIX era un hecho literario. Pienso en Facundo y ahí encontramos un personaje de ficción que fue creado para representar un tipo social de aquel tiempo.

  Es decir, la literatura representaba, decía cosas acerca de lo real, proponía, denunciaba, y, en esto se asentaba su valor. Acá la realidad nutría a la ficción. Lo real era aquello que el escritor quería o debía representar.

  ¿Y si inauguramos el siglo XX con la idea contraria? Con la ficción como un universo autónomo, como una realidad en sí misma.

  O vayamos más allá. Vayamos  a Tlon Uqbar Orbis Tertius, el relato  más “reclamado”, con más dificultades. “A ese cuento no lo entiendo”, decían y dicen muchos lectores. Es un trabajo leerlo, pero es buenísimo. Vamos más allá. Voy a contar el argumento.

  Bioy es un personaje sacado de la realidad, lo conocemos. Bioy habla de una enciclopedia que habla de un lugar que se llama “Uqbar” que está en Asia. Borges cree que es un invento de Bioy a quien ve y admira como a un genio de la invención, - y si no me creen, vayan a leer el prólogo que le dedica a La invención de Morel”.- Encuentra en la enciclopedia ese lugar que se llama Uqbar, cuya literatura es fantástica, tan fantástica que cuenta la historia de Tlon, del planeta Tlon.

  Tlon existe, es una realidad creada por una idea. En ese lugar todo lo que existe es creado por nuestra conciencia. El mundo es una creación de nuestra mente. La casa en la que estoy ahora existe porque yo la percibo. El universo es lo que percibimos. Al percibir creamos. Cuando dejamos de pensar en las cosas, éstas dejan de existir. El mundo es creación de nuestra mente. Si dejo de pensarlo, el mundo desaparece. Si lo olvido también. Tlon crea un grupo ideológico que ocupa nuestro mundo. Manda a unos hombres con una mitología secreta  que se va transmitiendo por generaciones y que invade nuestra vida real  (que también es creada, concebida por la mente). Es una logia que inventa la percepción de nuestro mundo y nosotros no nos damos cuenta.

  Cualquier semejanza con la realidad actual es pura coincidencia del maestro. ¿Es pura casualidad o coincidencia?

 

     Otro cuento que reafirma esta tesis es Pier Menard autor de don Quijote.

  Pier Menard es un escritor que quiere escribir “El ingeniosos hidalgo Don Quijote de la mancha” y quiere hacerlo igual al que hizo don Miguel de Cervantes Saavedra. No quiere copiarlo, quiere escribirlo él, y para eso trata de leer lo mismo que habrá leído el escritor manchego en el siglo XVII. Y lo logra.

 Examen de la obra de Herbert Quain nos anuncia que un comienzo puede dar infinitos posibles desenlaces, así como un argumento puede dar infinitas interpretaciones, y, a la vez, infinitas interpretaciones pueden dar un determinado argumento.

   Un desenlace impensable pero posible es el de El jardín de los senderos que se bifurcan. El asesino es impensado,  los lectores nos sorprendemos. La intriga es muy honda y su resolución estaba a nuestra vista. Pero lo que más nos sorprende es la idea de un laberinto de laberintos, y, más aún, de un laberinto de tiempo, de un tiempo que se bifurca hacia innumerables futuros.

  El laberinto estaba en el escritorio laqueado. Era un laberinto de tiempo. Nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto.

¿Cómo un libro puede ser un laberinto de laberintos?

   Ficciones de Borges nos dice que el tiempo puede bifurcarse infinitamente y crear innumerables porvenires que se entrecrucen y formen tramas infinitas también. Todos los desenlaces son posibles… Yo le agregaría que, bueno, sí, estoy de acuerdo, pero en ficción a cada uno de esos desenlaces hay que saber verosimilizarlos.

  El tiempo no es uno solo absoluto, uniforme como el que creemos vivir. Hay infinitas series de tiempos Hay una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes, otros que se cruzan  y otros que marchan  paralelos. Un tejido. Una o muchas tramas.

  Y, a propósito de esto, voy a transcribir un poema de Borges, del libro La Cifra, hermosísimo poemario del año 1981.

Ahí va:

 

 La Trama

 

“En el segundo patio

la canilla periódica gotea,

fatal como la muerte de César.

Las dos son piezas de la trama que abarca

el círculo sin principio ni fin,

el ancla del fenicio,

el primer lobo y el primer cordero,

la fecha de mi muerte

y el teorema perdido de Fermat.

A esa trama de hierro

los estoicos la pensaron de un fuego

que muere y que renace como el Fénix.

Es el gran árbol de las causas

y de los ramificados efectos;

en sus hojas están Roma y Caldea

y lo que ven las caras de Jano.

El universo es uno de sus nombres.

Nadie lo ha visto nunca

y ningún hombre puede ver otra cosa.”

 

  En Las ruinas circulares, un hombre se va a una isla a dormir para soñar (Como la película de Leonardo Favio “Soñar soñar”. No, nada que ver, esto es otro tema) Decía, un hombre va a soñar. Y sueña primero un corazón, después el esqueleto, hasta que sueña un hombre completo. Esto es una obra de ficción. Esta es la ficción, un hombre construido por un sueño. El dios del fuego le da vida al hombre construido por el sueño del protagonista. Más adelante, el protagonista soñador camina sobre un incendio sin quemarse y ahí se da cuenta de que él también ha sido construido por un sueño. Quizá el soñador que lo construyó haya sido también un hombre soñado. No hay origen. El pasado y el fin son infinitos. Todas estas existencias son construcciones de la mente de un soñador.

  Y, a propósito de esto, voy a transcribir otro poema de nuestro autor que también está en el poemario La cifra:

 

                                       Un sueño

 

“En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin

puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que

tiene la forma del círculo) hay una mesa de madera y un banco. En

esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres

que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra

celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda

circular… El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisio-

neros escriben.”

 

   La ficción es un universo autónomo, construido, creado con su propia lógica. ¿Y la realidad, qué es? ¿Una construcción de nuestra percepción?

          Cuenta Borges en la biografía surgida de la entrevista con su colaborador y traductor Norman Thomas di Giovanni de 1970 que él tuvo su primer empleo estable en la sucursal Miguel Cané (el autor de Juvenilia, sí) de la Biblioteca Municipal. Que resistió nueve años ese trabajo que consistía en clasificar algunos ejemplares de libros desclasificados. La tarea le llevaba una hora diaria y en las otras cinco bajaba al sótano a leer y escribir. Así compuso algunos de los célebres cuentos del volumen Ficciones.

Pero, mejor, voy a transcribir lo que el mismo autor dice en esta autobiografía:

La lotería de Babilonia”, “La muerte y la brújula” y “Las ruinas circulares” también fueron escritos (del todo o en parte) durante ese tiempo robado a la biblioteca. Acompañados por algunos más, se convirtieron en El jardín de senderos que se bifurcan, libro que amplié y cuyo título modifiqué por el de Ficciones en 1944. Ficciones y El Aleph (1949 y 1952 son, según creo, mis libros más importantes.”

 

 

  Nuestra conversación en el living de Pepa fue una gran trama de hilos de voces que convergían o chocaban  o se entrecruzaban, pero hay que reconocer que todos somos lectores muy entusiastas que tramamos, tejemos lecturas en grupo. Porque no es bueno leer solo. Ese 28 de Septiembre de 2025 estábamos Nacho, Andrea, Eustaquio, Eugenia, Daniel, Pepi, Ana María, Lili, Virgi, quien escribe, Rosi y una pequeñita preciosa nadando en el mejor de los mundos, bien calentita, quizá oyendo nuestra conversación. Ahora está con nosotros y no es ningún sueño ni idea. Es bien real y hermosa.  Pronto la vamos a conocer.

Claro que estas líneas son un homenaje a la mamá. ¡Gracia, Rosi!




 

Raquel Poblet.


domingo, 14 de diciembre de 2025

El hombre que está solo y espera

    En una localidad del conurbano bonaerense, en una tarde de domingo del mes de noviembre de 2025, se abre una vez más un espacio para la lectura, la reunión y la crónica con amigos dispuestos a comentar otro libro que nos convoca.

    Ésta es la última reunión del año, reunión de cierre que cuenta con la particularidad de estar a la espera del nacimiento de Isabela, aún en la panza de Rosi.

    En estos tiempos tan difíciles, donde las condiciones socio políticas y económicas fabrican mucho lugar para el miedo, la desilusión y la desesperanza, este espacio de comunicación y confianza, de cariño, es una conexión viva, real, recíproca, fundamental para seguir creyendo y apostando.  

 

    “Creer, he allí la magia”, dice Raúl Scalabrini Ortiz en su ensayo escrito en 1931, en medio de la desazón de la Década Infame.

    Nos habla del hombre que está frustrado, el que perdió la ilusión, el que está solo, -comenta Ana-, y nos recuerda el período de la historia argentina entre 1930 y 1943 que comenzó con el golpe contra Hipólito Yrigoyen.

    Entonces, comienza el diálogo y le pedimos a Lili que nos lea la frase que había subrayado y dice:

    ¡Creer! He allí toda la magia de la vida. Atreverse a erigir en creencias los sentimientos arraigados en cada uno, por mucho que contraríen la rutina de creencias extintas, he allí todo el arte de la vida.

    Magia y Arte se hacen sinónimos en la apertura de este ensayo que denomina con el nombre de "espíritu de la tierra" a ese hombre gigantesco, un arquetipo enorme que se nutrió y creció con el aporte inmigratorio.

    Este ensayo indaga las modalidades del alma porteña del año 1930, con un estilo y dentro de un género que se hace liviano recién en las últimas páginas cuando da paso a un tono poético que Nacho subraya. Contagiados de su entusiasmo leemos en el último capítulo, cuyo título es Acentos de una soledad, una oración al hombre de Corrientes y Esmeralda.

    “Has vuelto sin llegar. Ignoro el camino en que te buscaron mis noches y la desesperada intensidad de luz que mis ojos disiparon. Pero sé que mi súplica no amansará tu silencio ni descubrirá la soleada latitud en que resides.”

    Entre todos fuimos armando el recuerdo del cambio de nombre de la calle Canning, cuando el gobierno de Juan Perón la renombró Raúl Scalabrini Ortiz en 1974 en honor al periodista y escritor argentino, y luego en 1985, tras el regreso de la democracia. El nombre había sido revertido en 1976 por la dictadura militar que restauró el nombre original, dejando en evidencia sus intereses anti nacionales.

    Con el mate pasando de mano en mano, siguen los comentarios.

    Perón nacionalizó los trenes, algo que le había sido pedido por Raúl Scalabrini Ortiz, ingeniero agrimensor de FORJA. Por detalles como éste, Andrea comenta que Scalabrini no formó parte del peronismo pero sí estuvo con Perón.

    Destacando párrafos o referencias, fuimos a la siguiente comparación del ensayo. 

    El hombre porteño que es parte de una trama social más compleja y urbana, se diferencia para Raúl Scalabrini Ortiz, del argentino de las fronteras con Uruguay, Brasil, Paraguay, Chile, que experimenta ser un “indigente sembrador sin tierra”, un individuo aislado y en espera, aunque ambos sufren la misma amenaza, el peligro de la norteamericanización, su poderío podría reemplazar el de los británicos en cuanto a la dominación imperialista.

    Otra comparación interesante, es la que aportó Eustaquio cuando trajo a Juan Muraña, de Borges. La leyenda del famoso cuchillero de Palermo, el malevo, figura mítica del arrabal porteño, conocido por su habilidad con el puñal, entra en contrapunto con el porteño que “no es pendenciero ni hombre de altercado, pero si se le agachan manotea”, es decir que tiene una actitud defensiva y aunque no busca peleas reacciona (manotea) ante cualquier provocación o agachada.

    Y así, entre mates, pan de miel, chipá y mucho afecto, terminamos esta reunión que fue dejando hilvanes, apuntes para la crónica. 




Vir de Sáenz Peña



    Este libro que compendia los sentimientos que yo he soñado y proferido durante muchos años en las redacciones, cafés y calles de Buenos Aires, fue vivido durante los treinta y tres años del autor y escrito en un mes, septiembre de 1931, a instancias amistosas de don Manuel Gleizer.


Raúl Scalabrini Ortiz

viernes, 26 de septiembre de 2025

El niño resentido

   Ningún pibe nace chorro. Es verdad. El delincuente va madurando, va adquiriendo mejores técnicas y va perdiendo culpa.

   Tampoco tiene necesariamente que morir chorro. “El arte nos salva”, dijo Charly una vez, y nuestro autor acaba de demostrarlo. El destino para un individuo no es uno solo ni está escrito. Siempre hay posibilidades, nos toca a nosotros hacer una sociedad mejor, más igualitaria, más justa.

   César Gonzáles nos muestra a sus lectores una vida que no vivimos y que desconocemos. El texto es una gran novela, pero sabemos que no es ficción. Sabemos que es una autobiografía y a su autor lo conocemos por sus películas y por sus entrevistas en tele o radio, que recomiendo de mil amores.

   Llegamos todos a la casa de Rosi ese domingo, muy locos, tengo la imagen de nosotros en la cocina, alrededor de la mesa ovalada, Aymé, tan hermosa, disfrazada, subiéndose; había muchas manos acomodando los manjares y las bebidas, los ojos nuestros muy abiertos, a ver cuándo empezábamos a conversar, teníamos mucho para decir, para comentar, para reponer estas líneas que tanto nos conmovieron y asombraron.

   Empezamos a hablar todos juntos con impaciencia.

   -¿Viste la parte en que la mamá vuelve de la cárcel?

   -Sí, y durmieron todos juntos.

   - Y el recorrido que hizo, sola, sin plata y sin medios, hasta llegar a la casa.

   Empezamos a hablar del capítulo que se llama El sonido de la libertad,  que cuenta de su mamá volviendo a la casa después de haber cumplido una condena: “La habían largado en medio de la noche, hizo dedo, subió a un camión, luego a un tren y caminó las cincuenta cuadras desde Liniers hasta casa. No la solté en ningún momento, nos íbamos turnando en su abrazo con mis  hermanos. Esa madrugada dormimos todos juntos en la misma cama, pegados a ella como garrapatas. Al otro día, el sol recuperó un poco de su color y volvimos a la escuela, llevados de su mano.”

   Los pasajes de encuentros amorosos, cariñosos fueron los primeros y más comentados, como cuando trajeron la tele y la familia se ponía a actuar. Era un momento de reunión y alegría.

   Es que hay un adentro y un afuera con una frontera muy bien delineada. La frontera del barrio era la avenida Marconi a donde “se jugaba nuestra guerra contra la sociedad”. Del otro lado de esta avenida estaba la clase media a la que había que atacar. ¿Atacar para sobrevivir?

   Otro pasaje que quisiera reponer es cuando nuestro protagonista vuelve él de una prisión de menores. Caminó muchísimo con sus zapatillas sin cordones. No subió al tren por temor a los guardias. Vio un colectivo cuyo cartel decía Retiro. El chofer no lo dejó subir. Dejó pasar cinco colectivos hasta que un chofer se apiadó. Cruzó Puente Alsina, vislumbró el Riachuelo, se sobrepuso al ritmo de la ciudad, que le parecía demencial. Llegó a la estación, logró pedir las monedas hasta juntar el importe del boleto del tren que lo llevara a El Palomar. Desde allí caminó las veinte cuadras hasta su casa en la Villa Carlos Gardel.

   ¿Por qué le damos tanta atención a estos pasajes cuando en la novela hay momentos de una violencia inimaginable para nosotros?  Es que estos recorridos también son inimaginables para nosotros. Como lo son las muertes inesperadas de amigos o de amores. O los robos mismos, las entradas adentro de las casas, las estrategias, o la falta de estrategias y la suerte pura. Inimaginable para nosotros también son los dolores físicos, las heridas, los balazos, los momentos de abstinencia o falta de droga, el daño infernal de la cocaína, las heridas, la recuperación después de las heridas, las humillaciones, las piñas.

   Sí es imaginable para nosotros una navidad feliz como la que tuvieron, y que muy bien narrada está, después de los saqueos del dosmiluno. “La villa esa noche fue una fiesta dionisíaca. (….) Cada mesa rebalsaba de comida y bebidas, preparada con un estilo particular. Uno no sabía dónde quedarse porque todos te invitaban a pasar y cada mesa superaba estéticamente a la anterior. En todos persistía una alegría mezclada con la sorpresa, nadie podía creer la cantidad y la calidad de las cosas y nadie se guardó nada ni fue tacaño. (….) Nunca había visto a los vecinos tan felices. Fue tanto el desborde emocional por la falta de experiencia en tener la heladera así de llena que, a la semana siguiente, para las fiestas de Año Nuevo, en las mesas no había ni un cuarto de lo que hubo para Navidad.”

   Otro pasaje que quisiera reponer está en el capítulo “Amigos de otro mundo” en el que vemos al protagonista ir a la casa de un amigo de clase media. “La casa de Diego fue como un puente directo de la indigencia a la modernidad. Él como Emiliano, tenía bidet, un cuarto propio, una computadora de escritorio y una PlayStation flamante. (….) Merendaba en una mesa rebosante de manteca, dulce de leche, facturas, masitas y jugos naturales. ¡Hasta podía darme un baño en una ducha de agua caliente con bañera incluida!” 

   Me detengo, repongo y cito los pasajes en los que no aparece la sangre y la violencia, porque la novela entera, está tramada desde un fondo amoroso. César Gonzales encontró su voz para contar su vida. Como dije más arriba, narra una experiencia por la que sus lectores no hemos pasado, ni conocemos y, sabemos, que, si alguna vez nos dedicáramos al delito, las consecuencias de nuestros actos, o, más bien, la penitencia o castigo infligido serían mucho más blandos. Quiero decir, que en esta sociedad, tu origen, tu clase social condiciona la penitencia. Quiero decir, y lo dice con mucha más claridad y fundamento nuestro autor, que el poder judicial ejerce una justicia de clase. Y recomiendo esta novela autobiográfica porque hay en ella una buena poética y porque por unas horas los lectores podemos experimentar ser el otro, ser el villero, ¿el bárbaro?  Y así, saber lo que ve y siente el niño al que consideramos diferente, porque vive otra vida diferente, una vida en desamparo que lo hace para nosotros injustamente invisible.


 

   Raquel Poblet.

lunes, 23 de junio de 2025

Sobre Marín Fierro

    Al hablar de Martín Fierro, quisiera, por capricho, porque nos lo preguntamos, contar la vida del autor y hacer un recorrido histórico.

    José Hernández nació en 1834. Su papá se llamaba Rafael y era federal. Su mamá, al revés. Se llamaba Isabel de Pueyrredón, y, claro, con semejante apellido, era unitaria. José nació en lo que es hoy el Partido de San Martín, que en esa época se llamaba “Caserío de Pedriel”.

    Los padres fueron a trabajar al campo. Eran de sociedad, pero igual tenían que trabajar. Se fueron a una de las estancias de Rosas y él se quedó al cuidado de una tía y un tío. Pero en 1840 el Restaurador de las leyes se puso bravo, (ojo, que los unitarios no eran ningunos buenitos), y  los tíos tuvieron que emigrar, así que José, que era chico, se quedó con su abuelo, un federal con convicción, que también se llamaba José Hernández. Nuestro autor vivió en Buenos Aires y fue al Liceo Argentino de San Telmo. Pero tuvo que mudarse al campo por problemas pulmonares, y allí vivió con su padre, que, como dije antes, era federal. Ahí se hizo campero e hizo amistad con los peones y con los gauchos. Conoció las técnicas agrícolas de la época. ¿La época? Corría el año ’43, (siempre 1800, siempre siglo XIX), o sea el segundo gobierno de Rosas, en el que el candidato pidió y obtuvo la “Suma del poder público”, que le fue otorgada por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y que consistía en concentrar los tres poderes en manos del Restaurador. Es que habían asesinado a Facundo Quiroga y había un clima de violencia y anarquía en toda la Confederación. Por un lado, Lavalle y el General Paz, por otro, desde el norte estaban preparando, o, no,  más bien, ya tenían un ejército unitario que venía bajando. Los unitarios no eran buenitos.


    Rosas termina su mandato en 1852 cuando enfrenta a Urquiza  en la batalla de Caseros, es vencido y se exilia para siempre en Southampton. Asume Justo José de Urquiza el gobierno de la Confederación Argentina. Lo asume en Entre Ríos. Hay guerras continuas entre las  provincias y la Reina del Plata. En la Reina del Plata asume Valentín Alsina, unitario total, muy modernizador. Y pasa lo peor. Buenos Aires se separa de la Confederación. Urquiza gobierna desde Entre Ríos para lo que era toda la Argentina en ese momento, -sin la Patagonia y con un poquito de lo que hoy sería La Pampa-, y Buenos Aires por el otro. Buenos Aires sola, pero con el puerto, con las relaciones exteriores, con el comercio exterior, siempre moderna y rica. Nuestro escritor se enroló en un ejército contrario a Valentín Alsina y se unió a todo lo que tuviera olor a federalismo. Ya andaba también Bartolomé Mitre en el bando unitario.

    Estamos muy entrados en los años ’50. Los rosistas quieren volver. José Hernández está en esa lucha, por supuesto, y sigue el ideario de Alberdi. Las luchas eran armadas, los debates públicos eran para pocos. Se fue a trabajar a Paraná, que era la capital de la Confederación, (recordemos, gobernaba Urquiza). Fue taquígrafo del senado y se dedicó a escribir. También se unió al Partido Reformista, que combatía contra la figura creciente de Mitre. Colaboró en varios diarios como El Nacional Argentino (seguimos bajo el gobierno de Urquiza), en el Diario de Uruguay de Concepción del Uruguay. También compuso cielitos. ¿Qué eran los cielitos? Se los conoce como las primeras composiciones de literatura gaucha. Los cielitos se cantaban y se bailaban, tenían un estribillo pegadizo y temas referidos a la revolución, a nuestra independencia. En la película “Camila” de María Luisa Bemberg, se baila un cielito y juegan al gallito ciego cuando Camila (Susú Pecoraro) se encuentra con el padre Ladislao, (Imanol Arias).

    José Hernández escribió, además de notas políticas favorables a los federales, versos en este género llamado “cielitos” y los publicó. Pero los cielitos más conocidos son los  de Bartolomé Hidalgo. Y se los considera como la primer composición o poesía gaucha. Ya lo dije.

    Después de la batalla de Pavón, que significó la caída de Urquiza y, luego el horrendo asesinato a manos de un sargento del federal Ricardo López Jordán,  Mitre asume la presidencia, se integra Buenos Aires a la Confederación y nuestro autor publica Vida del Chacho, una biografía del Chacho Peñaloza muy linda de leer. Recordemos que al Chacho lo matan sanguinariamente unos killers al mando de Sarmiento en 1863.  Hernández  culpa  a Sarmiento por ese asesinato. También López Jordán se puso en contra de Sarmiento, que durante el gobierno de Mitre, además de ser gobernador de San Juan y ministro de relaciones exteriores, era Director de Guerra. Hernández se sumó a esta rebelión contra el multitask sanjuanino y, perdió. La guerrilla fue sofocada y tuvo que exiliarse en Brasil. Sarmiento había pedido precio por su cabeza. Estuvo un año en ese país. Recordemos que también durante el Gobierno de Mitre se llevó a cabo la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. (1864 - 1870) Hoy casi todos los historiadores consideran que aquello no fue una guerra, sino un genocidio contra nuestra hermana república.

    Nuestro autor volvió a Buenos Aires, vivió medio de incógnito, o no tanto en un hotel, mandó, por seguridad a su mujer e hijes, que eran seis, a vivir lejos.  Ya era el año 1872 y Sarmiento ya era presidente. Hernández, en ese hotel que estaba frente a la Casa Rosada, es decir, frente a su poderoso perseguidor. Así, recluido en su habitación, escribió El Gaucho Martín Fierro.

    En el ’74 Sarmiento termina su presidencia, qué alivio, y Hernández hace periodismo y llega a ser diputado de la legislatura de Buenos Aires. Sigue luchando, pero sin armas, por el ideario federal, quiere federalizar más nuestra ciudad, y se hace amigo de Dardo Rocha a quien ayudó a diseñar y fundar La Plata.

    En el año 1879 escribió La vuelta de Martín Fierro a pedido del público. Después, en 1881 escribió Instrucción del estanciero, una obra en prosa en la que pone todo el saber de campo que adquirió cuando estuvo con su abuelo y su papá haciendo vida campera.

    Murió siendo senador en 1886.

 

    Martín Fierro es la historia de un gaucho. O, no, más bien, es la historia de todos los gauchos encarnados en la voz del héroe que nos propone José Hernández. Es una novela de denuncia política. Una novela muy poética. Un poema que narra la desgracia de ser perseguido por el poder de turno y la triste, no deseada decisión de tener que marginarse, salir de la ley y hacerse gaucho matrero.

“Yo he sido manso, primero,

 y seré gaucho matrero

 en mi triste circunstancia,

 aunque es mi mal tan projundo;

 nací y me he criao en estancia,

 pero ya conozco el mundo.”

 


    Lo mismo le pasa a Cruz, que debe cruzar la ley e irse con su amigo al otro lado, al lado de la miseria y la barbarie porque en el espacio de la civilización no hay lugar para ellos.

    Pero nuestro gaucho sobrevive y continúa el recorrido de su vida.

    A la segunda parte, llamada “La vuelta de Martín fierro” se la interpreta como “la asimilación" del personaje, o, más bien, se interpreta al autor como alguien que se asimiló a la nueva realidad, al país que Sarmiento nos dejó, (gobernó del ‘68 al ’74)  y a la presidencia de Avellaneda, (’68-’74).

    Igual, Hernández no paró de denunciar. En “La vuelta…”, los dos hijos de Fierro y el hijo de Cruz cuentan las injusticias del poder sobre ellos, que eran huérfanos, huérfanos sin amparo como lo era su padre y como fueron los gauchos en su propia tierra.

    El hijo mayor sufrió, entre muchas cosas, un presidio injusto del que expresa su sentimiento de soledad.

“La justicia muy severa

suele rayar en crueldá;

sufre el pobre que allí está

calenturas y delirios

pues no existe pior martirio

que esa eterna soledá.”

 

    El segundo hijo, que fue despojado por el juez de paz, de la herencia que le hubo dejado una tía, fue criado malamente por el Viejo Vizcacha, que es a todas luces el verdadero contrario de Martín Fierro. Es salvaje, cruel violento y predica la deshonestidad y la trampa como valor.

    Picardía también fue muy maltratado, reclutado y enviado a la frontera, que es el infierno.

    En toda la novela los indios carecen de nombre y sus muertes no son registradas. Los indios eran  seres anónimos sin individualidad ni identidad. Ni siquiera contaban con la culpa de quien los asesinara.

    De todas las muertes por asesinato, la que se toma en cuenta es la del Moreno, a quién Martín Fierro, luego de haberlo asesinado, quiere enterrar. Esa muerte en lugar de engendrar otra venganza de muerte, nos trajo la gran payada del final. Payando se corta la cadena de muertes. Se corta, por fin, la cadena trágica y se nos brinda un final que es pura imaginación, pensamiento y poesía. Fierro y el hermano del Moreno, en lugar de batirse a duelo compiten con el canto. También están los hijos, que dejaron de ser huérfanos. Y, seguramente, los otros parroquianos de la pulpería habrán encontrado la victoria en la reunión poética.



 

  Raquel Poblet.

 

 

domingo, 18 de mayo de 2025

El Martín Fierro en la llanura de Sáenz Peña

    El Martín Fierro era para mí un tópico de la tradición, una reunión de refranes moralistas que me resultaba muy poco atractivo. Mientras iba leyendo aparecieron los esperados comentarios de cada quien en su encuentro y desencuentro con el texto y las recomendaciones de Pepi de las conferencias y cuentos de Borges y de Kohan referidos a esta obra de José Hernández. 

    Entonces, apareció el placer de dejarme llevar por la música de este poema, el irme por las ramas leyendo los cuentos El sur (en Ficciones de Borges, año 1944), Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (en El Aleph de Borges, año 1949), El amor (de Martín Kohan, publicado en página12, año 2011), o mirando en YouTube las conferencias. 

    La magia ya estaba hecha, los prejuicios se transformaron en entusiasmo.

    ¡Ché qué groso este tipo! ¡Un rapero!

    En la reunión me enteré que lo leían en las pulperías.

    ¡Un influencer!

    A mí me llegó mucho su penar y su consuelo, cantar.

    Fierro dice que no es cantor letrao, pero puede hacer gemir a la prima y llorar a la bordona.

    Se define como un gaucho perseguido al que tanta alversidá -"tenía hijos, hacienda y mujer pero empecé a padecer, me echaron a la frontera"- sólo lo arrojó al maltrato ya que para Fierro aquello no era servicio ni defender la frontera.

    No le fue muy bien con la palabra, recibió un: "¡te he de enseñar andar reclamando sueldos!". La lección la aprendió estaqueado.

    Así que nuestro héroe se hizo humo y enfiló para el campo orégano donde se vio libre, donde lo llevó el deseo.

    En libertad sintió que sufría al ñudo, y cuando al cabo de tres años volvió, sin hallar rastro de su rancho, largó el llanto como una mujer y juró ser más malo que una fiera.

    "De carta de más me vía, me dijeron que era malo y entraron a perseguirme."

    Es el mismo Fierro, quien no se ahorra cargar con algunas muertes, el que contempla las estrellas que Dios ha creado para consolarse en ellas, las que le parecen más bellas cuando más desdichado está.



Vir

viernes, 4 de abril de 2025

Crónica de Luna caliente

   Hasta que por fin llegó el domingo 16 de Marzo y nos vimos los siete locos, que, somos más de siete. Éramos Dani, Rosi, Nacho, Silvana, Anita, Virginia  (sos nuestra, Virgi) y yo, en la larga mesa de nuestra máxima anfitriona Pepa. Un hogar y una mamá en Villa Urquiza.  A la mesa también estaba la pequeña Valentina. La bella Aymé y Maxi haciendo quilombito infantil, lo que tornaba más hogareño nuestro encuentro de lectura.

   Hacía mucho que no nos veíamos. Desde el festivo diciembre. Nuestras últimas visiones fueron bailando de madrugada en el cálido salón de la biblioteca Mariano Moreno de Sáenz Peña. En aquella ocasión, al despedirnos, creo que fue Nacho quien dijo: “Bueno, nos vemos en marzo. Tenemos que renovar el deseo”. Y, efectivamente, luego de dos meses y medio, aquí estábamos muy renovados con las lecturas de los cuentos del volumen  La furia de la gran Silvina y con Luna caliente del querido Mempo Giardinelli. Aclaro, que, más  allá de mis halagos al autor, hubo quienes profesaron y manifestaron disgusto y embole por la novela.

   Mempo la escribió en el año ’83. Recordemos ese año. El ’83 fue el año en el que clausuramos las dictaduras que nos venían azotando desde 1930 con el violento derrocamiento a don Hipólito Yrigoyen. Luego vino la Década infame, saturada de hambre, represión y milicos por doquier hasta el ’45 que llegó Perón al balcón y que ganó en el ’46 con el 53,71% de los votos.    

   Democráticamente ganados sus votos, sin fraudes. Violentamente derrocado también por los milicos y el establishment, que ya se había ocupado de bombardear la Plaza de Mayo y otros espacios con gente del pueblo caminando. Otra cosa que no se sabe bien, es que el gran líder había sufrido  otros atentados como la bomba que la Marina puso en el año ‘53 en la sede de la CGT y que tuvo como participante a la hermana de Silvina Ocampo, la aristócrata Victoria.

   Finalmente, el 16 de Septiembre derrocan a Perón, lo proscriben, no consiguen matarlo, encarcelan y fusilan a peronistas y empieza otro período de proscripción y de dictadores militares. Hay un lapso que va del ’58 al ’62 en el que gobierna el doctor Frondizi, todos los días acosado por militares que se le metían armados en el despacho, detalle muy poco consignado por la historia. Don Arturo, que impulsó una política de desarrollo y levantó la proscripción al peronismo, sufrió un golpe de estado militar  y fue puesto preso en la isla Martín García. Otro gobierno tutelado por milicos fue el de Illia, ‘63 – ‘66, que, aun habiendo sido obediente al anular los contratos petroleros de su antecesor, fue también derrocado.  Después vinieron esas dictaduras catoliconas, que metían presos a los jóvenes. Si tenías entre dieciocho y treinta años, en esos años de fines de los sesenta y principios de los setenta, te comías una o dos noches para “averiguación de antecedentes”. Y otras cosas más, como la noche de los bastones largos y la censura al arte. También había contracultura y militancia. Toda la gloria y  felicitación a la juventud de aquella época que se la jugaba. Mi admiración y la de muchos a esa generación.

  Los generales dictadores fueron Onganía, Levingston, ocho meses y Lanusse hasta la vuelta de Perón. Primero, el gobierno de Héctor J, Cámpora, después Lastiri como seis meses, hasta que asume el General. Años de alegría, libertad y violencia. El 1 de Julio del ’74, el Pocho muere y asume Isabelita. De estos tiempos, mejor, no cuento. En marzo del ’76 hacen el golpe y estamos ante la dictadura más sangrienta e industricida de nuestra historia que dura hasta el ’83.

  En el ’83 escribe Mempo Giardinelli  Luna caliente, y es en el  año ’83 cuando los argentinos clausuramos, decidimos definitivamente y para siempre “no golpear jamás las puertas de los cuarteles”, defender las instituciones, hacer cumplir los mandatos presidenciales desde el principio hasta el final, que eran de seis años. En ese año la escribe y en el ’84 la edita, creo que por Bruguera. También en ese año estuvo primero No habrá más penas ni olvido, de Osvaldo Soriano, otro escritor querido y puntal de la democracia.

  Otro libro muy vendido en ese año, el primero de la democracia y bajo la presidencia del doctor Alfonsín, fue Diario de la Argentina, de Jorge Asís. Este novelón no recibió mención alguna de ningún crítico de medio alguno, pero vendió como el que más junto a El nombre de la rosa de Umberto Eco.

  Es que aquella fue una época, unos años en los que todos queríamos leer, ir al teatro, releer, escribir, bailar, hacer política, ver todo el cine que la dictadura cívico eclesiástica militar había prohibido. A Mempo lo tengo muy ubicado en esos años de esplendor y expresión cultural. “Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera, nadie quiere que adentro algo se muera”, decía María Elena.

   Pero ahora, vayamos a centrarnos en la novela. La historia empieza directamente, sin introducciones ni presentaciones; se inicia con la atracción erótica entre Ramiro Bernárdez, un académico de treinta y dos años recién llegado de Francia, y Araceli, la chica púber, hija de Braulio Tennembaum amigo del protagonista. El amigo que se calienta con la hija del amigo, y la hija que se calienta con el amigo del padre bajo la luna caliente y el calorazo que debe hacer en el Chaco. Atracción perversa, si las hay.

   Claro que lo prohibido se consuma en una indudable violación. Después queda la duda acerca del estado de la muchacha, digo, si la chica había quedado muerta o viva. Más bien, los lectores nos inclinamos por la primera opción. Y a partir de acá empieza el protagonista a hacer el camino del antihéroe o del villano. Ramiro Bernárdez tiene que huir, encubrir, saber mentir. Comete su segundo crimen. Y lo tiene que encubrir. Violar a la hija de tu amigo y matar a tu amigo, es demasiado. El único  destino que le queda es seguir evadiendo la ley.  Y con respecto a esto, me gustaría citar textuales unas palabras de Silvana: “Yo hice una interpretación muy libre, comparando al personaje con el descenso a su infierno personal, donde se va viendo la transformación de su moralidad y las consecuencias de sus actos. Donde en un contexto de mucha violencia, y cuando se esperaba una condena tangible a sus delitos, su sentencia fue una tortura más bien psicológica encarnada en la culpa y el miedo.”- Silvana dixit. 

   Y, ya que abordamos la degradación moral del protagonista, agrego las palabras de Nacho: “Viví el paisaje chaqueño, me excité con su luna caliente hasta arder. Buena descripción del paisaje. Novela polémica sobre límites. Límites geográficos y también morales.

   ¿Nos puede pasar a cualquiera esto de perder en un segundo la razón y cometer una locura?

   Por un lado fue una violación por la diferencia de edad,  pero ella también lo deseaba, lo buscaba. Polémico. ¿Ella había muerto desde el inicio? ¿Luego aparecía su fantasma? ¿O era la culpa del doctor que lo acorralaba? ¿Shakespeare? ¿Hamlet? El contexto militar, el miedo, que ronda la escena. La locura de la selva misionera. Quiroga. ¿El interrogatorio del milico?

   Por último agrego la tensión que supo generar la novela de Mempo.”- Nacho dixit.

   Frente a la duda de Nacho sobre si hubo violación o no, transcribo una de las últimas líneas del segundo capítulo: “Y entonces él le tapó la boca con una mano, conteniendo el alarido. Forcejearon mientras él le rogaba que no gritara, y se acostaba sobre ella, apretándola con su cuerpo, sin dejar de manosearla, besándole el cuello y susurrándole que se callara. (…) Ella sacudió la cabeza, desesperada por zafarse de la boca de Ramiro, por volver a respirar, y entonces fue él, enloquecido, frenético, le pegó un puñetazo, (…)  Pero como Araceli gimoteaba ahora ruidosamente volvió a pegarle, más fuerte y le tapó la cara con la almohada mientras se corría largamente, espasmódico, dentro de la muchacha que se resistía como un animalito, como una gaviota herida.”

   Queda en el lector la duda sobre el estado en que había quedado la muchacha, digo, si había quedado muerta o viva. La duda aqueja al protagonista, y es la duda lo que lo convierte en asesino y lo que lo hace emprender su derrotero de villano criminal por las rutas chaqueñas.

   Y asocio a esto las palabras de Cristian: “Cuando empecé a leerla lo primero que pensé fue, otra vez una violación, es un tema terrible, ya no tengo ganas de leer esto. Pensé que se venía algo a lo Amores urgentes de Juan Solá o La virgen cabeza, que estuvieron buenísimos, pero un poco me agotó este tipo de lectura. Y enseguida me di cuenta de que no iba por ahí la cosa y me encantó el libro, me pareció muy amena y sencilla la manera en la que está narrado y vi esa sencillez como una virtud de Mempo, en vez de una falta de recursos.” 

   Pero algo insólito, quizá no muy bien verosimilizado sucede, y es la sorpresiva reaparición de Araceli sana, salva y enamorada… Una sensación de absurdo acomete a los lectores. Como si de pronto estuviéramos leyendo una comedia dislocada. Pero es una sensación fugaz. Araceli estaba un poco loca y la cultura de la violación combina muy bien con este clima de época. 

   Es interesante también ver que  el narrador no reflexiona sobre los actos inmorales del protagonista. El narrador muestra las acciones, las reacciones y el terrible paisaje que parece influir en los actos de Ramiro. ¿Podía el protagonista diseminar su culpa en la luna caliente y en el calor tórrido del ambiente? Pero a medida que va avanzando la acción vemos que lo que realmente influye es esto que hoy se denomina “clima de época”. O también llamarlo “moral de época”. Recordemos que esta ficción ocurre en el año ’77, en plena dictadura, en uno de los peores años de represión y falta de libertades Esto nos hace pensar que el protagonista no pudo elegir. Acá hay algo muy contradictorio. Por un lado la “libertad” que implica haberse dejado llevar por un impulso bestial, y por el otro, la falta de libertad al no poder negarse a un impulso violento y tanático como el que tuvo con la púber. La opresión de la luna caliente y también  del año 77 le quitó la libertad de decir no que te da el raciocinio. Se puede leer que Ramiro Bernárdez no eligió, sino que actuó compelido por un impulso al que no se pudo negar. Su voluntad estuvo tiranizada por la luna y el clima de época. La situación tanto política como climatológica funcionó como eso, lo convirtió en un animal carente de la libertad de negarse a hacer lo que está mal, la libertad de negarse que te da el raciocinio.

   La relación entre Ramiro y Araceli se asocia a la que pinta Nabokov en su novela Lolita. Para mí hay una gran diferencia. En la historia del escritor ruso, el protagonista, llamado Humbert Humbert , (sí, es así, su nombre por duplicado), planea en detalle la posesión de la púber Lolita. Al asesinato lo provoca después de haber pervertido a la menor. Lo provoca, no lo comete con sus manos. Todo en esa novela en un roce. El incesto ahí en un roce. Habla de Lolita como rozándola. Humbert Humbert no pierde su conducta civilizada. “Tiene roce”. Por el contrario, el arquitecto recién llegado de Europa a tierras sudacas se bestializa sin querer, casi no piensa en lo que hace. No se gobierna a sí mismo. La luna caliente lo barbariza, lo impulsa. Recién después de su primer crimen debe planear, pensar cada uno de sus próximos pasos, debe fingir, como lo hace con el paraguayo que lo levanta, debe meditar bien lo que va a declarar a la policía después. A pesar de  la luna caliente y el bochorno se convierte en un hábil declarante.

   Y como el crimen dominaba y gobernaba en aquel año, las autoridades podían perdonarlo. Perdonarlo para convertirlo en cómplice del proceso de reorganización. (Ay, hubiera preferido eludir este nombre, perdón.). Por algo (lo dice el texto) al crimen lo investiga personalmente un teniente coronel, Gamboa  Boscheti, que le dice: “- voy a ser claro nuevamente, doctor: usted no está siendo admitido en la universidad sólo por sus estudios, ni por sus títulos. En el proceso en el que estamos empeñadas las Fuerzas Armadas, ello no es posible, sin nuestro conocimiento. Usted viene a ser lo que yo llamaría un hombre de reserva, una persona en estudio. Que nos interesa mucho. Y hasta ahora sus antecedentes son impecables. ¿Se da cuenta?  (…)”

   Avalar lo injusto y lo criminal y reclutar cómplices era propio de la dictadura. A propósito de esto, reproduzco ahora la opinión de Rosalía, Rosi, sobre la novela: “Me pareció ingenioso y creativo en los giros que tomó la historia.

   Su forma de escribir te deja seguir leyendo, olvidándote del tiempo. Lo que dije: escribir sobre lo que pocos pueden decir, o sobre lo que la moral no tensiona. Digo, se anima a polemizar sobre una problemática compleja de abordar.

   Visibiliza la impunidad de las fuerzas y expone a los “ensobrados” ”. Rosi dixit. 

   Pero a la salvación total la encuentra en las palabras de su propia víctima, que es Araceli cuando declara mintiendo: “-Les dije toda la verdad, mi amor, que estuviste toda la noche conmigo y que estamos enamorados.”

   Araceli y la luna lo bestializa. Araceli es una bestia que no quiere hablar ni aclarar lo que pasó, o, más bien, lo que hizo el civilizado abogado llegado de Europa.

   Araceli lo salva.

   La dictadura lo condena y lo salva. La dictadura es bestia porque es bestial ser el que manda y ser la ley al mismo tiempo.

   Faltaría al protagonista hablar, aclarar, sacarlo todo afuera con su víctima- amante Araceli:

   “Entonces, para detenerla, le dijo lo que tanto ansiaba y temía decir:

   _ Araceli -en voz baja, hablándole al oído-, vos creés que yo maté a tu papá, ¿no?

   _No quiero hablar -murmuró ella, despacito, con su voz aniñada-”.

   Otra vez ocultar. No hablar.

   El asesinato a Braulio Tennembaum queda definitivamente impune.

   Estamos, entonces, ante un adentro opresivo, el interior de la dictadura, el año 77 en el que todo se oculta y se miente. Es el interior del texto, es la ficción. El año ’83, cuando el autor cuenta, despliega los hechos, escribe una novela que hubiera estado prohibida en el año en el que se sitúa su ficción. El ’83 fue un año de liberación, el año de nuestro gran pacto democrático, y esperamos que este pacto sea eterno en la Argentina, que la democracia sea la esencia de nuestra patria, que la luna llena, caliente, chaqueña, nueva o menguante, sea para el amor y el goce y nunca para el crimen.

 

Raquel Poblet.