lunes, 23 de junio de 2025

Sobre Marín Fierro

    Al hablar de Martín Fierro, quisiera, por capricho, porque nos lo preguntamos, contar la vida del autor y hacer un recorrido histórico.

    José Hernández nació en 1834. Su papá se llamaba Rafael y era federal. Su mamá, al revés. Se llamaba Isabel de Pueyrredón, y, claro, con semejante apellido, era unitaria. José nació en lo que es hoy el Partido de San Martín, que en esa época se llamaba “Caserío de Pedriel”.

    Los padres fueron a trabajar al campo. Eran de sociedad, pero igual tenían que trabajar. Se fueron a una de las estancias de Rosas y él se quedó al cuidado de una tía y un tío. Pero en 1840 el Restaurador de las leyes se puso bravo, (ojo, que los unitarios no eran ningunos buenitos), y  los tíos tuvieron que emigrar, así que José, que era chico, se quedó con su abuelo, un federal con convicción, que también se llamaba José Hernández. Nuestro autor vivió en Buenos Aires y fue al Liceo Argentino de San Telmo. Pero tuvo que mudarse al campo por problemas pulmonares, y allí vivió con su padre, que, como dije antes, era federal. Ahí se hizo campero e hizo amistad con los peones y con los gauchos. Conoció las técnicas agrícolas de la época. ¿La época? Corría el año ’43, (siempre 1800, siempre siglo XIX), o sea el segundo gobierno de Rosas, en el que el candidato pidió y obtuvo la “Suma del poder público”, que le fue otorgada por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y que consistía en concentrar los tres poderes en manos del Restaurador. Es que habían asesinado a Facundo Quiroga y había un clima de violencia y anarquía en toda la Confederación. Por un lado, Lavalle y el General Paz, por otro, desde el norte estaban preparando, o, no,  más bien, ya tenían un ejército unitario que venía bajando. Los unitarios no eran buenitos.


    Rosas termina su mandato en 1852 cuando enfrenta a Urquiza  en la batalla de Caseros, es vencido y se exilia para siempre en Southampton. Asume Justo José de Urquiza el gobierno de la Confederación Argentina. Lo asume en Entre Ríos. Hay guerras continuas entre las  provincias y la Reina del Plata. En la Reina del Plata asume Valentín Alsina, unitario total, muy modernizador. Y pasa lo peor. Buenos Aires se separa de la Confederación. Urquiza gobierna desde Entre Ríos para lo que era toda la Argentina en ese momento, -sin la Patagonia y con un poquito de lo que hoy sería La Pampa-, y Buenos Aires por el otro. Buenos Aires sola, pero con el puerto, con las relaciones exteriores, con el comercio exterior, siempre moderna y rica. Nuestro escritor se enroló en un ejército contrario a Valentín Alsina y se unió a todo lo que tuviera olor a federalismo. Ya andaba también Bartolomé Mitre en el bando unitario.

    Estamos muy entrados en los años ’50. Los rosistas quieren volver. José Hernández está en esa lucha, por supuesto, y sigue el ideario de Alberdi. Las luchas eran armadas, los debates públicos eran para pocos. Se fue a trabajar a Paraná, que era la capital de la Confederación, (recordemos, gobernaba Urquiza). Fue taquígrafo del senado y se dedicó a escribir. También se unió al Partido Reformista, que combatía contra la figura creciente de Mitre. Colaboró en varios diarios como El Nacional Argentino (seguimos bajo el gobierno de Urquiza), en el Diario de Uruguay de Concepción del Uruguay. También compuso cielitos. ¿Qué eran los cielitos? Se los conoce como las primeras composiciones de literatura gaucha. Los cielitos se cantaban y se bailaban, tenían un estribillo pegadizo y temas referidos a la revolución, a nuestra independencia. En la película “Camila” de María Luisa Bemberg, se baila un cielito y juegan al gallito ciego cuando Camila (Susú Pecoraro) se encuentra con el padre Ladislao, (Imanol Arias).

    José Hernández escribió, además de notas políticas favorables a los federales, versos en este género llamado “cielitos” y los publicó. Pero los cielitos más conocidos son los  de Bartolomé Hidalgo. Y se los considera como la primer composición o poesía gaucha. Ya lo dije.

    Después de la batalla de Pavón, que significó la caída de Urquiza y, luego el horrendo asesinato a manos de un sargento del federal Ricardo López Jordán,  Mitre asume la presidencia, se integra Buenos Aires a la Confederación y nuestro autor publica Vida del Chacho, una biografía del Chacho Peñaloza muy linda de leer. Recordemos que al Chacho lo matan sanguinariamente unos killers al mando de Sarmiento en 1863.  Hernández  culpa  a Sarmiento por ese asesinato. También López Jordán se puso en contra de Sarmiento, que durante el gobierno de Mitre, además de ser gobernador de San Juan y ministro de relaciones exteriores, era Director de Guerra. Hernández se sumó a esta rebelión contra el multitask sanjuanino y, perdió. La guerrilla fue sofocada y tuvo que exiliarse en Brasil. Sarmiento había pedido precio por su cabeza. Estuvo un año en ese país. Recordemos que también durante el Gobierno de Mitre se llevó a cabo la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. (1864 - 1870) Hoy casi todos los historiadores consideran que aquello no fue una guerra, sino un genocidio contra nuestra hermana república.

    Nuestro autor volvió a Buenos Aires, vivió medio de incógnito, o no tanto en un hotel, mandó, por seguridad a su mujer e hijes, que eran seis, a vivir lejos.  Ya era el año 1872 y Sarmiento ya era presidente. Hernández, en ese hotel que estaba frente a la Casa Rosada, es decir, frente a su poderoso perseguidor. Así, recluido en su habitación, escribió El Gaucho Martín Fierro.

    En el ’74 Sarmiento termina su presidencia, qué alivio, y Hernández hace periodismo y llega a ser diputado de la legislatura de Buenos Aires. Sigue luchando, pero sin armas, por el ideario federal, quiere federalizar más nuestra ciudad, y se hace amigo de Dardo Rocha a quien ayudó a diseñar y fundar La Plata.

    En el año 1879 escribió La vuelta de Martín Fierro a pedido del público. Después, en 1881 escribió Instrucción del estanciero, una obra en prosa en la que pone todo el saber de campo que adquirió cuando estuvo con su abuelo y su papá haciendo vida campera.

    Murió siendo senador en 1886.

 

    Martín Fierro es la historia de un gaucho. O, no, más bien, es la historia de todos los gauchos encarnados en la voz del héroe que nos propone José Hernández. Es una novela de denuncia política. Una novela muy poética. Un poema que narra la desgracia de ser perseguido por el poder de turno y la triste, no deseada decisión de tener que marginarse, salir de la ley y hacerse gaucho matrero.

“Yo he sido manso, primero,

 y seré gaucho matrero

 en mi triste circunstancia,

 aunque es mi mal tan projundo;

 nací y me he criao en estancia,

 pero ya conozco el mundo.”

 


    Lo mismo le pasa a Cruz, que debe cruzar la ley e irse con su amigo al otro lado, al lado de la miseria y la barbarie porque en el espacio de la civilización no hay lugar para ellos.

    Pero nuestro gaucho sobrevive y continúa el recorrido de su vida.

    A la segunda parte, llamada “La vuelta de Martín fierro” se la interpreta como “la asimilación" del personaje, o, más bien, se interpreta al autor como alguien que se asimiló a la nueva realidad, al país que Sarmiento nos dejó, (gobernó del ‘68 al ’74)  y a la presidencia de Avellaneda, (’68-’74).

    Igual, Hernández no paró de denunciar. En “La vuelta…”, los dos hijos de Fierro y el hijo de Cruz cuentan las injusticias del poder sobre ellos, que eran huérfanos, huérfanos sin amparo como lo era su padre y como fueron los gauchos en su propia tierra.

    El hijo mayor sufrió, entre muchas cosas, un presidio injusto del que expresa su sentimiento de soledad.

“La justicia muy severa

suele rayar en crueldá;

sufre el pobre que allí está

calenturas y delirios

pues no existe pior martirio

que esa eterna soledá.”

 

    El segundo hijo, que fue despojado por el juez de paz, de la herencia que le hubo dejado una tía, fue criado malamente por el Viejo Vizcacha, que es a todas luces el verdadero contrario de Martín Fierro. Es salvaje, cruel violento y predica la deshonestidad y la trampa como valor.

    Picardía también fue muy maltratado, reclutado y enviado a la frontera, que es el infierno.

    En toda la novela los indios carecen de nombre y sus muertes no son registradas. Los indios eran  seres anónimos sin individualidad ni identidad. Ni siquiera contaban con la culpa de quien los asesinara.

    De todas las muertes por asesinato, la que se toma en cuenta es la del Moreno, a quién Martín Fierro, luego de haberlo asesinado, quiere enterrar. Esa muerte en lugar de engendrar otra venganza de muerte, nos trajo la gran payada del final. Payando se corta la cadena de muertes. Se corta, por fin, la cadena trágica y se nos brinda un final que es pura imaginación, pensamiento y poesía. Fierro y el hermano del Moreno, en lugar de batirse a duelo compiten con el canto. También están los hijos, que dejaron de ser huérfanos. Y, seguramente, los otros parroquianos de la pulpería habrán encontrado la victoria en la reunión poética.



 

  Raquel Poblet.