Hasta que por fin llegó el domingo 16 de Marzo y nos vimos los siete locos, que, somos más de siete. Éramos Dani, Rosi, Nacho, Silvana, Anita, Virginia (sos nuestra, Virgi) y yo, en la larga mesa de nuestra máxima anfitriona Pepa. Un hogar y una mamá en Villa Urquiza. A la mesa también estaba la pequeña Valentina. La bella Aymé y Maxi haciendo quilombito infantil, lo que tornaba más hogareño nuestro encuentro de lectura.
Hacía
mucho que no nos veíamos. Desde el festivo diciembre. Nuestras últimas visiones
fueron bailando de madrugada en el cálido salón de la biblioteca Mariano
Moreno de Sáenz Peña. En aquella ocasión, al despedirnos, creo que fue
Nacho quien dijo: “Bueno, nos vemos en marzo. Tenemos que renovar el deseo”. Y,
efectivamente, luego de dos meses y medio, aquí estábamos muy renovados con las
lecturas de los cuentos del volumen La
furia de la gran Silvina y con Luna caliente del querido Mempo
Giardinelli. Aclaro, que, más allá de
mis halagos al autor, hubo quienes profesaron y manifestaron disgusto y embole
por la novela.
Democráticamente ganados
sus votos, sin fraudes. Violentamente derrocado también por los milicos y el
establishment, que ya se había ocupado de bombardear la Plaza de Mayo y otros
espacios con gente del pueblo caminando. Otra cosa que no se sabe bien, es que
el gran líder había sufrido otros
atentados como la bomba que la Marina puso en el año ‘53 en la sede de la CGT y
que tuvo como participante a la hermana de Silvina Ocampo, la aristócrata
Victoria.
Finalmente, el 16 de Septiembre derrocan a Perón,
lo proscriben, no consiguen matarlo, encarcelan y fusilan a peronistas y empieza
otro período de proscripción y de dictadores militares. Hay un lapso que va del
’58 al ’62 en el que gobierna el doctor Frondizi, todos los días acosado por militares que se le
metían armados en el despacho, detalle muy poco consignado por la historia.
Don Arturo, que impulsó una política de desarrollo y levantó la proscripción al
peronismo, sufrió un golpe de estado militar y fue puesto preso en la isla Martín García.
Otro gobierno tutelado por milicos fue el de Illia, ‘63 – ‘66, que, aun
habiendo sido obediente al anular los contratos petroleros de su antecesor, fue
también derrocado. Después vinieron esas
dictaduras catoliconas, que metían presos a los jóvenes. Si tenías entre
dieciocho y treinta años, en esos años de fines de los sesenta y principios de
los setenta, te comías una o dos noches para “averiguación de antecedentes”. Y
otras cosas más, como la noche de los bastones largos y la censura al arte.
También había contracultura y militancia. Toda la gloria y felicitación a la juventud de aquella época
que se la jugaba. Mi admiración y la de muchos a esa generación.
Los generales dictadores fueron Onganía,
Levingston, ocho meses y Lanusse hasta la vuelta de Perón. Primero, el gobierno
de Héctor J, Cámpora, después Lastiri como seis meses, hasta que asume el
General. Años de alegría, libertad y violencia. El 1 de Julio del ’74, el Pocho
muere y asume Isabelita. De estos tiempos, mejor, no cuento. En marzo del ’76
hacen el golpe y estamos ante la dictadura más sangrienta e industricida de
nuestra historia que dura hasta el ’83.
En el ’83 escribe Mempo Giardinelli Luna caliente, y es en el año ’83 cuando los argentinos clausuramos,
decidimos definitivamente y para siempre “no golpear jamás las puertas de los
cuarteles”, defender las instituciones, hacer cumplir los mandatos
presidenciales desde el principio hasta el final, que eran de seis años. En ese
año la escribe y en el ’84 la edita, creo que por Bruguera. También en ese año
estuvo primero No habrá más penas ni olvido, de Osvaldo Soriano, otro
escritor querido y puntal de la democracia.
Otro libro muy vendido en ese año, el primero
de la democracia y bajo la presidencia del doctor Alfonsín, fue Diario de la
Argentina, de Jorge Asís. Este novelón no recibió mención alguna de ningún crítico
de medio alguno, pero vendió como el que más junto a El nombre de la rosa
de Umberto Eco.
Es que aquella fue una época, unos años en
los que todos queríamos leer, ir al teatro, releer, escribir, bailar, hacer
política, ver todo el cine que la dictadura cívico eclesiástica militar había
prohibido. A Mempo lo tengo muy ubicado en esos años de esplendor y expresión
cultural. “Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera, nadie quiere que
adentro algo se muera”, decía María Elena.
Pero ahora, vayamos a centrarnos en la novela. La historia empieza directamente, sin introducciones ni presentaciones; se inicia con la atracción erótica entre Ramiro Bernárdez, un académico de treinta y dos años recién llegado de Francia, y Araceli, la chica púber, hija de Braulio Tennembaum amigo del protagonista. El amigo que se calienta con la hija del amigo, y la hija que se calienta con el amigo del padre bajo la luna caliente y el calorazo que debe hacer en el Chaco. Atracción perversa, si las hay.
Claro que lo prohibido se consuma en una indudable violación. Después queda la duda acerca del estado de la muchacha, digo, si la chica había quedado muerta o viva. Más bien, los lectores nos inclinamos por la primera opción. Y a partir de acá empieza el protagonista a hacer el camino del antihéroe o del villano. Ramiro Bernárdez tiene que huir, encubrir, saber mentir. Comete su segundo crimen. Y lo tiene que encubrir. Violar a la hija de tu amigo y matar a tu amigo, es demasiado. El único destino que le queda es seguir evadiendo la ley. Y con respecto a esto, me gustaría citar textuales unas palabras de Silvana: “Yo hice una interpretación muy libre, comparando al personaje con el descenso a su infierno personal, donde se va viendo la transformación de su moralidad y las consecuencias de sus actos. Donde en un contexto de mucha violencia, y cuando se esperaba una condena tangible a sus delitos, su sentencia fue una tortura más bien psicológica encarnada en la culpa y el miedo.”- Silvana dixit.
Y, ya
que abordamos la degradación moral del protagonista, agrego las palabras de
Nacho: “Viví el paisaje chaqueño, me excité con su luna caliente hasta arder.
Buena descripción del paisaje. Novela polémica sobre límites. Límites
geográficos y también morales.
¿Nos puede pasar a
cualquiera esto de perder en un segundo la razón y cometer una locura?
Por un lado fue una
violación por la diferencia de edad,
pero ella también lo deseaba, lo buscaba. Polémico. ¿Ella había muerto desde el inicio? ¿Luego aparecía su
fantasma? ¿O era la culpa del doctor que lo acorralaba? ¿Shakespeare? ¿Hamlet?
El contexto militar, el miedo, que ronda la escena. La locura de la selva
misionera. Quiroga. ¿El interrogatorio del milico?
Por último agrego la
tensión que supo generar la novela de Mempo.”- Nacho dixit.
Frente a la duda de Nacho sobre si hubo
violación o no, transcribo una de las últimas
líneas del segundo capítulo: “Y
entonces él le tapó la boca con una mano, conteniendo el alarido. Forcejearon
mientras él le rogaba que no gritara, y se acostaba sobre ella, apretándola con
su cuerpo, sin dejar de manosearla, besándole el cuello y susurrándole que se
callara. (…) Ella sacudió la cabeza, desesperada por zafarse de la boca de
Ramiro, por volver a respirar, y entonces fue él, enloquecido, frenético, le
pegó un puñetazo, (…) Pero como Araceli
gimoteaba ahora ruidosamente volvió a pegarle, más fuerte y le tapó la cara con
la almohada mientras se corría largamente, espasmódico, dentro de la muchacha
que se resistía como un animalito, como una gaviota herida.”
Queda en el lector la duda sobre el estado en
que había quedado la muchacha, digo, si había quedado muerta o viva. La duda
aqueja al protagonista, y es la duda lo
que lo convierte en asesino y lo que lo hace emprender su derrotero de villano
criminal por las rutas chaqueñas.
Y asocio a esto las palabras de Cristian: “Cuando empecé a leerla lo primero que pensé fue, otra vez una violación, es un tema terrible, ya no tengo ganas de leer esto. Pensé que se venía algo a lo Amores urgentes de Juan Solá o La virgen cabeza, que estuvieron buenísimos, pero un poco me agotó este tipo de lectura. Y enseguida me di cuenta de que no iba por ahí la cosa y me encantó el libro, me pareció muy amena y sencilla la manera en la que está narrado y vi esa sencillez como una virtud de Mempo, en vez de una falta de recursos.”
Pero algo insólito, quizá no muy bien verosimilizado sucede, y es la sorpresiva reaparición de Araceli sana, salva y enamorada… Una sensación de absurdo acomete a los lectores. Como si de pronto estuviéramos leyendo una comedia dislocada. Pero es una sensación fugaz. Araceli estaba un poco loca y la cultura de la violación combina muy bien con este clima de época.
Es interesante también ver que el narrador no reflexiona sobre los actos inmorales del protagonista. El narrador muestra las acciones, las reacciones y el terrible paisaje que parece influir en los actos de Ramiro. ¿Podía el protagonista diseminar su culpa en la luna caliente y en el calor tórrido del ambiente? Pero a medida que va avanzando la acción vemos que lo que realmente influye es esto que hoy se denomina “clima de época”. O también llamarlo “moral de época”. Recordemos que esta ficción ocurre en el año ’77, en plena dictadura, en uno de los peores años de represión y falta de libertades Esto nos hace pensar que el protagonista no pudo elegir. Acá hay algo muy contradictorio. Por un lado la “libertad” que implica haberse dejado llevar por un impulso bestial, y por el otro, la falta de libertad al no poder negarse a un impulso violento y tanático como el que tuvo con la púber. La opresión de la luna caliente y también del año 77 le quitó la libertad de decir no que te da el raciocinio. Se puede leer que Ramiro Bernárdez no eligió, sino que actuó compelido por un impulso al que no se pudo negar. Su voluntad estuvo tiranizada por la luna y el clima de época. La situación tanto política como climatológica funcionó como eso, lo convirtió en un animal carente de la libertad de negarse a hacer lo que está mal, la libertad de negarse que te da el raciocinio.
Avalar lo injusto y lo criminal y reclutar
cómplices era propio de la dictadura. A propósito de esto, reproduzco ahora la
opinión de Rosalía, Rosi, sobre la novela: “Me pareció ingenioso y creativo en los
giros que tomó la historia.
Su forma de escribir te
deja seguir leyendo, olvidándote del tiempo. Lo que dije: escribir sobre lo que
pocos pueden decir, o sobre lo que la moral no tensiona. Digo, se anima a
polemizar sobre una problemática compleja de abordar.
Visibiliza la impunidad de las fuerzas y expone a los “ensobrados” ”. Rosi dixit.
Pero a
la salvación total la encuentra en las palabras de su propia víctima, que es
Araceli cuando declara mintiendo: “-Les
dije toda la verdad, mi amor, que estuviste toda la noche conmigo y que estamos
enamorados.”
Araceli y la luna lo
bestializa. Araceli es una bestia que no quiere hablar ni aclarar lo que pasó,
o, más bien, lo que hizo el civilizado abogado llegado de Europa.
Araceli lo salva.
La dictadura lo condena y
lo salva. La dictadura es bestia porque es bestial ser el que manda y ser la
ley al mismo tiempo.
Faltaría al protagonista hablar, aclarar,
sacarlo todo afuera con su víctima- amante Araceli:
“Entonces, para detenerla, le dijo lo que tanto ansiaba y temía decir:
_ Araceli -en voz baja, hablándole al oído-, vos creés que yo
maté a tu papá, ¿no?
_No quiero hablar -murmuró ella, despacito, con su voz
aniñada-”.
Otra vez ocultar. No
hablar.
El asesinato a Braulio
Tennembaum queda definitivamente impune.
Raquel Poblet.