Están los que se sienten cómodos escribiendo cosas inventadas, como ser novelas o cuentos y están los que tienen la capacidad de contar lo real, lo que vemos. Estos son los cronistas, periodistas. Y están los que pueden hacer las dos cosas. Qué suertudos. Bueno, yo me encuentro entre los primeros.
Porque si ahora tengo que escribir la crónica, ya sé de antemano que quedarán cosas por contar, atmósferas, pinceladas en el aire que no puedo asir para poner en estas líneas.
Quisiera proyectar la alegría y cierto clima de jolgorio, que, a
pesar del mal tiempo político que nos toca, no hemos perdido.
Pero la realidad siempre supera a la escritura. Es así.
La realidad versus lo ficcional. La novela
que nos convocó es una obra bien ficcional, con personajes inventados, con
arquetipos exagerados, algunos queribles, otros no. Muy ficcional es esta
novela, sí. Sin embargo retrata, a mi modo de ver, una realidad difícil de
retratar, que es la de Argentina destruida por el neoliberalismo de los noventa
y de las políticas industricidas que hemos sufrido. La familia Bertotti-
Gonzales, cuyo padre acaba de perder su trabajo en la fábrica Plastivida, y
cuya madre, la querida Mirta, había perdido también su trabajo en la boutique.
En este océano de desempleo la familia
resurge gracias a los ahorros del más amado hijo mayor y de la instalación de
una pizzería disparatada como la familia misma.
Y hablando de seres queridos, queremos tanto a Mirta, la cronista de su vida en menopausia. La menopausia del programa neoliberal en los comienzos de los años dos mil.
La Argentina que no es la
misma que conocimos las y los que vivimos los años de Perón más los sesenta y
los setenta. Pepa y Anita lo corroboraron. Y me permito acá citar un pasaje en el que
habla del abuelo Américo: “Pasaron los
años. Mi suegro prosperó muchísimo desde que llegó de Milán con una mano atrás
y otra adelante,…” Vivimos el país
del progreso y el ascenso social, aun atravesando dictaduras plomizas como las de Onganía, Lanuse y otros…qué feo tener que nombrarlos. A los Bertotti les
tocó otra realidad. El padre desempleado, que, además, era una bestia violenta;
el hijo del medio, el Caio, pobrecito, sin sueños; la hija Sofía, que vendía
ilusión de sexo por internet; el hijo mayor, de otra generación, que sí podía
soñar, viajar, enamorarse, tener un bebé y hasta hacer el gran sacrificio por
los suyos.
No olvidemos al abuelo Américo, la cumbre del
disparate.
¿Una obra de ficción que retrata muy bien la
realidad? ¿Una ficción de género realista al modo de Unamuno, Balzac, Manuel Gálvez?
No. Acá hay realismo disparatado con mucho humor y personajes grotescos,
delirados, como la Negra cabeza, las
novias del Caio, la vieja Montforte que nunca aparece, el pizzero uruguayo y
hasta la ciudad de Mercedes también.
Nuestro encuentro fue muy lindo, y como dije al principio, quisiera proyectarlo bien en estas líneas.
Fue en la casa de Dani, en la hogareña sala
de abajo, puesto que las condiciones climáticas no ayudaban a instalarnos bajo
el cielo villurquí. Todos en ronda alrededor de la mesa ratona. Pepi y su
sonrisa, Nacho en el sillón con Rosi, Silvana, Cristian, yo, Anita, Dani
terminando el círculo y levantándose a servir y ofrecer. Gran anfitrión. La
mesa, repleta de manjares que todavía recuerdo. Una torta de manzana, unas
masitas secas, unas galletitas, muchas cosas había y casi todas dulces.
No todos fuimos muy entusiastas y gustosos
de la novela. Yo sí, por supuesto. Rosi, asombrada, contó que ella se la leyó
en dos días mientras la preciosa Ayme jugaba. Nacho advertía la escritura en
forma de entregas y dijo no haber disfrutado de tales discontinuidades.
La bella Paula llegó más tarde y fue
cálidamente recibida. Era su primer encuentro con nosotros después de su viaje
a la tierra natal. Nos dio a escuchar un audio de su papá opinando sobre la
novela. Nos dio palabras sabias, de refinado lector. Encontró en la novela las
semejanzas entre los países latinoamericanos.
Quisiera poder reproducir la voz y el discurso del papá de Paula. O volver a escucharlo. Fue un momento de absoluta atención de todos. Fue un momento de pausa en nuestras ansiedades.
La novedad que trajo Silvana también es curiosa. Resulta que nuestra compañera se topó con la versión española de la novela en la que Mirta se llamaba “Lola” y la historia se desarrollaba en la postrimería del franquismo.
Muy distinta, y, a la vez
bastante parecida fue aquella España post dictadura. Franco dejó a España sin
pobreza pero con la sociedad llena de vacíos; es decir, llena de ausencias. En
casi todas las familias o grupos faltaba algún tío o primo o amigo. El infame
dictador no paró de firmar sentencias de fusilamiento hasta sus últimos días.
En la argenta familia Bertotti también había una ausencia.
En la novela de Hernán Casciari la familia se mueve en bloque para sobrevivir. Ponen la pizzería, se van a vivir a la casa del abuelo, se comparten las amantes entre abuelo y nieto.
Rosi se refirió a la historia diciendo que trataba de una familia atravesada por el amor. O que había un fondo amoroso en ese grupo familiar. Pienso que ese fondo amoroso está en el relato y en el estilo de la protagonista, sobre todo cuando se refiere a cada personaje. Hasta cuando en un momento, mientras miran la ecografía del nieto, le habla a su hijo el Caio de la siguiente manera: “Se quedaron los dos petrificados. La sofi medio empezó a moquear, y el nene se hacía el machito pero se notaba que por dentro le corría un frío.- ¿Cuánto mide?-pregunta el Caio.
- Así - le hago con los dedos para que entienda.
- ¿Y yo a esa edad cuánto medía?
-¿Vos? ¡Mucho menos! – le digo- . A vos recién te captó la
lente a los ocho meses. Con decirte que pensábamos que eras un tumor. Si
incluso estuvimos a punto de extirparte.
- Igual medio tumor sos, por lo maligno – mete cizaña la
Sofi, pero el Caio no le da bola.”
Porque acá el humor es constante y
constantemente incorrecto.
Y otra pregunta. El Zacarías, la bestia bruta
violenta de la historia, ¿Tenía que ser peronista?
El amor de Mirta por su hermano desaparecido
de quién se desprende, o se entrelee una suerte de afinidad con su amado hijo
mayor, el Nacho.
Su hermano decía de Julio Cortázar que era su
amigo y Mirta se refiere así a su hermano: “Francisco
lo adoraba. Tanto lo quería, que, cuando supo que lo estaban buscando,
pobrecito, había metido en un bolso una muda de ropa, un cartón de Jockey club
y su edición de Rayuela destartalada. Pero no hizo a tiempo a irse del país ni
de ninguna parte. No pudo irse.”
Y ahora, a cuarenta años de la partida de nuestro escritor, querría citar las palabras de la protagonista narradora refiriéndose a nuestro escritor:
“Yo no soy una gran lectora, ustedes ya lo saben. Yo no sé nada. Pero tres de los seres que más amé y amo en este mundo fueron felices y mejores personas después de haber conocido a Julio Cortázar, Y hoy, que estas personas ya no están, y la que está se me fue a vivir tan lejos, toco con la yema de los dedos ese primer libro amarillo, ese Bestiario deshojado, y pienso que sí, que si ellos lo decían, ese hombre de ojos de gato, tan buen mozo, altísimo, también es amigo mío. Y lo quiero como si lo hubiera leído siempre, como si a mí también su amistad me hubiese cambiado la vida.”
Retomando el tema del principio. Sí, veo un
retrato de la Argentina desastrada por el neoliberalismo, aunque es notorio que
el autor escribió la novela a puro talento e imaginación, sin plantearse el
panorama político que en el relato podemos leer. Y veo en la historia una
fuerte herencia de nuestro grotesco criollo, de nuestro sainete y de un fuerte
humor discepoliano. Es una tradición que nos atraviesa a muchos escritores y
lectores.
Nos quedamos charlando, brindando. En
alguno de los cuartos Vicente, Maxi, Valen y Aymé jugaban. Se oían las
vocecitas y algunos “plaf”, “pum” de almohadones y juguetes voladores. El otoño y la literatura nos extendieron la
charla. Se hicieron las seis de la tarde sin que nos diéramos cuenta.
Raquel Poblet