Fue el domingo de la semana siguiente al resultado electoral este último encuentro de los 7 locos. Fue un domingo de sol, un día peronista propiamente dicho, con el cielo límpido, aunque con los ánimos nublados. Yo llegué temprano. Llegué una hora antes. Equivocación debida a la ansiedad, o quizá la urgente necesidad de verse con compañeres after de catastrophe.
Eran las dos cuando toqué el timbre a la bella Paula, que tan diligentemente me abrió, me recibió y subimos escaleras arriba en el pintoresco caserón de Flores. ¡Qué acogedoras son las casas antiguas! Sobre todo en momentos en los que realmente queremos escapar de la actualidad. Escapar y a la vez hablar, como si esto que llamamos “actualidad” no fuera más que un tema de conversación.
Pauli y yo barrimos el salón, instalamos una mesita ratona en el centro y fueron llegando les loques lectores. Se oía el trotar por las escaleras, las risas, las expresiones de asombro. Creo recordar que llegaron, primero Anita, con su risa serena, Dani, Nacho, Valen y Maxi; Pepa, la gacela Pepa, Silvana, rubia de New York (te queda muy lindo); Rosi, ojos grandes, mirada intensa. Todos estábamos intensos. Nos sentamos en ronda, y, claro, nos largamos a hablar de política todos juntos, todos a la vez, con mucho humor e impaciencia, mezclábamos relatos personales con acontecer político, opiniones con risotadas. Rosi dijo haber superado su ánimo de reclusión, y estaba, por suerte, activa en la conversación. Faltaban Cristian y Jason. Pauli observaba e intervenía poco. Le contamos algo de la historia argentina reciente; nos la contamos unos a los otros, nos interrumpíamos, nos reíamos, qué le vamos a hacer. Vamos a tener que reponernos de la catástrofe electoral. Cuando nos juntamos les amigues compañeres el optimismo sube. Yo soy optimista.
Nuestra anfitriona nos puso de pie en ronda e hicimos una sanadora relajación recorriendo el cuerpo, aflojando hasta sentarnos a referir sobre el libro que nos convocaba.
Antes que nada debo contar que en la mesa había manjares sabrosos, saladitos y dulces, todos muy estimulantes para la conversación imaginativa y vital que supimos sostener.
El libro en cuestión es “Los casos del
comisario Croce”, que Ricardo Piglia escribió en el año 2007 -fueron años
felices-, y que se editó póstumamente.
Una amiga mía que lo asistió en sus últimos momentos, me contó, cosa que está
consignada en diversos artículos periodísticos y en su tercer diario, que
utilizaba una máquina cuyas teclas eran sensibles a la mirada. Increíble,
maravilloso y tristísimo.
Los casos del comisario Croce son once,
aunque el último “caso”, sea un compendio de varios casos contados de forma muy
resumida.
Por alguna razón no son llamados “cuentos”.
No guardan la regla de contar dos historias como nos refiere nuestro autor en
su célebre “Tesis para un cuento”, en la que el cuento clásico, sobre todo en
el género policial, “narra en primer plano la historia 1 (el relato, el juego)
y construye en secreto la historia 2 en los intersticios de la historia 1. Un
relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y
fragmentario.” Acá no. Acá son casos desplegados, con su solución a la vista y
con una segunda historia en presencia o que emerge completa en palabras del
propio detective.
Una novela o, más bien una biografía va
atravesando estos casos. Es la vida del comisario Croce. Ficcional como el
personaje, por supuesto.
Sabemos que Croce es un héroe de la
resistencia peronista, y lo sabemos por el magnífico cuento “El astrólogo”, en
el que nuestro detective se encuentra con este célebre personaje de Roberto
Arlt, que, después de lo ocurrido en Los lanzallamas, acá, en la ficción de
Piglia aparece transformado en un ladrón de joyas perseguido por nuestro
policía al que esquivó muy hábilmente. Luego, en este mismo caso, ambos son los
perseguidos, y se encuentran y reconcilian por esa misma condición, los dos,
policía y ladrón, escapando de la represión de la fusiladora.
Piglia le dio un final a este gran personaje
de Roberto Arlt, el astrólogo, así como Borges le dio un gran final a la vida
de Martín Fierro en su cuento “El fin”, y como también le dio un origen biográfico
(de ficción, obvio, siempre ficción), al querido Cruz en “Historia de Tadeo
Isidoro Cruz”’. Gesto poderoso e interesante el de Piglia, esto de darle a un
personaje de Roberto Arlt un lugar destacado
como el que Borges le dio a los personajes de José Hernández. Nuestro
autor habla largamente en varios artículos sobre la relación que él encuentra
entre Arlt y Borges.
Croce es casi un prófugo. Vive en la costa
porque tuvo que escapar de la fusiladora, pero pareciera que el exilio fuera
una constante en su vida. Vive solo, rodeado de poca gente. Está retirado de su
profesión, jubilado, pero le gusta volver a ocuparse y darle un sentido a su
vida. Y se lo da, como cuando le regala el acordeón al marinero croata. Hermoso
primer cuento. Pero no quiero espoilear más.
Otro cuento inolvidable es “La película”. Se
trata de eso, de una película, pero de una película pornográfica en la que,
supuestamente, actúa nuestra abanderada de los humildes, y de la que se dice
como remate y gran mensaje político, que, sabemos, el pueblo la perdonaría.
“La conferencia” es el cuento en el que
Piglia más se dedica a hacer lo que él siempre hizo: reflexionar sobre el
género y reflexionar sobre los textos que él mismo construyó haciendo visible
esta reflexión en el texto mismo. Este relato se trata de una conferencia
organizada por Rosa, personaje importante de esta saga. (¿Es una saga? Diría
que sí) Organiza una conferencia dictada por el más célebre de nuestros
escritores, al que no se nombra. Nadie del pueblo asiste porque el pueblo
siempre prefiere los eventos deportivos. Pero sí va nuestro comisario. El pobre
se queda dormido, y, de pronto, se despierta porque se siente interpelado. Es
que en esta conferencia, el célebre escritor, habló sobre el género policial, y
Croce, que no obedece al estereotipo del detective razonador, limpio y casto
del género policial clásico como Holmes, el padre Brown o Dupín, y que tampoco
es el típico investigador vicioso, borracho, drogón y reventado del policial
negro norteamericano, se sintió aludido.
Croce es un detective criollo. En realidad,
ni siquiera es detective, es un comisario veterano, o sea que ocupa y
transgrede el lugar del detective de género policial que siempre está cuestionando
el sentido común de la policía. Croce se permite situarse en ambos lugares: el
de policía y el de investigador. Y encima es retirado. Croce es un detective al
que no le interesa razonar mucho, que prefiere atender a sus “pálpitos”, y que
ve “la doble vida” en todos. En el relato (buenísimo) “El impenetrable”, muy
citado por Dani y Nacho, el narrador lo explica bien: “El comisario había
pensado varias veces en esas conductas, hasta en sus últimos detalles, para
poder asir el perfil posible de los hombres – y de las mujeres- que llevaban
una vida paralela. Aunque a veces pensaba que la identidad usada como coartada-
por ejemplo, en su caso, hacer de comisario-era en verdad, su vida falsa y que
la otra era en realidad más intensa y más verdadera.”
Dos mujeres en la vida de Croce: Rosa, la
bibliotecaria del pueblo, y la irlandesa. Rosa, que no quería que lo vieran con
él, no porque fuera policía, “por eso no, Croce,… es que sos muy feo.”
La identidad de género como tema aparece muchas veces en la obra de Piglia. Acá se ve en el relato “La excepción”. Se trata de un cirujano en la batalla de Caseros. Un cirujano que en un encuentro privado con Urquiza trata a este de traidor y es condenado. (Recordemos el gran cuento de Piglia, “Las actas del juicio”, en el que aparece el general entrerriano). Es muy interesante cómo se va descubriendo el secreto. La identidad es un secreto. Lo recomiendo.
Además de los once relatos de casos están las
palabras liminares y la Nota de Autor. En las primeras, las liminares,
subrayaría y citaría unas líneas: “El crimen descarga al mercado de trabajo de
una parte de la superpoblación sobrante, reduciendo así la competencia entre
los trabajadores y poniendo coto hasta cierto punto a la baja del salario, y,
al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia absorbe a otra parte de la
misma población. Por todas estas razones, el delincuente actúa como una de esas
“compensaciones” naturales que contribuyen a restablecer el equilibrio adecuado
y abren toda una perspectiva de ramas “útiles” de trabajo.”
Es que todo el libro es una reflexión acerca
de la delincuencia y la sociedad, y, para sorpresa nuestra, esta suerte de
prólogo llamado “Liminar” está firmado por Karl Marx y fechado en 1857.
Nos queda pendiente a mí y a quien quiera
acompañar en la lectura, la novela Blanco nocturno, que es, justamente,
la novela de nuestro querido comisario, personaje que nos despierta un cariño y
al que quisiera volver a leer. Es también la última novela de nuestro escritor,
gran profesor de teoría y de literatura argentina, que, por suerte, nos ha
dejado mucho por leer.
Raquel Poblet