miércoles, 28 de diciembre de 2022

Crónica del encuentro por "Río de las congojas"

  Fue el seis de Noviembre del 2022 que nos, los lectores de la gran Libertad Demitrópulos, nos juntamos en la terraza de Dani, rodeada siempre por el unánime cielo villurquí.

  Como todavía estaba un poco fresquito, nos guarecimos en el salón musical que está muy bien ventanado. Alrededor de una mesa ratona llena de manjares olímpicos, estábamos Pepa, Ana, Nacho, Yo, Jason, Pau y Dani. Sabemos que hubo otros lectores que la leyeron y que no pudieron venir, pero ya charlaremos y la comentaremos en algún otro encuentro.

  Estábamos todos con los ojos muy abiertos porque “esta novela me encantó”; “es rara, pero me encantó”; “al principio no podía enganchar, pero me encantó”; “Sí- dijo Jason y creo que Dani también,- esta fue la mejor novela del año”.

  Y bajo estos estados incantatorios (así denomina Cortázar a los efectos de lo poético), empezamos a referir partes, fragmentos y a releer párrafos.

 ¿Rara la novela? Bueno, sí. Empieza narrando Blas de Acuña, de quien Jason dijera que era un “gran personaje”, y, sí, lo es porque quizá fuera éste el protagonista y no la adorada María Muratore. Blas de Acuña es el que más narra. También narra la heroína supermujer, batichica del siglo XVI, porque la ficción se ubica en el año mil quinientos y tanto; Juan de Garay vivió desde el 1528 al 1583, dicen los manuales de historia (never google). Hay también un narrador omnisciente que aparece por momentos. O sea que tres son los narradores de esta acuática novela, sí, porque tuve la sensación de nadar mientras la leía, quiero decir, todo era acuático, navegable, navegante; la historia avanzaba por el río Paraná, o bajaba, según dice el narrador del primer capítulo: “ Bajé de La Asunción con Juan de Garay y una runfla de mozos como yo: mestizos". “ El río a la vera estaba, el río ahí sigue estando”. Blas de Acuña, de los tres narradores, es a la vez, el más presente. Y de todos los mestizos, es el que se destaca, digamos, el individuo más singularizado, aunque en un momento nombra a unos cuantos mestizos, y, sobre todo, a uno en especial, a Lázaro de Venialvo, que fue el que encaró la rebelión, “el más dolorido”, el traicionado por “Cristóbal de Arébalo, el peor de los traidores”. “El Lázaro no tuvo tiempo de sospechar la falsedad de este aliado, solamente en su agonía, en el pasaje de una puñalada a otra que el traidor propinaba, habrá tenido el relámpago de la verdad.”

  A toda la primer parte de esta obra la recorre una rebelión contra la bestia ibérica que los había llevado desde La Asunción a Santa Fe, y que después no les dio tierra ni mando  ni nada de lo prometido.

  En el momento de la traición y represión es cuando se rebela la identidad de la heroína batichica supermujer.

  Esta novela es una historia de bastardos, “¿Onde quedaba la lujuria de esos viejos cochinos que nos semillaron en mujer guaraní?” se pregunta Blas de Acuña. Y afirma más adelante que todos los mestizos son bastardos, y que todos los mestizos, tan racializados, eran los que peleaban, los que ponían el cuerpo en la guerra permanente de las épocas coloniales, la guerra entre españoles y pueblos originarios; entre godos y timbúes o quiloazas. Entre medio de estos dos bandos estaban los bastardos sin identidad clara. Porque no eran claros, pero tenían que pelear, sangrar, morir  o sobrevivir bajo la férula del español.

  En estas épocas el destino no se elegía. Nada se elegía. Las mujeres debían casarse o prostituirse o ser monjas. Los hombres debían ir a la guerra aunque no quisieran ir. Terrible destino el de los varones también.

  Las mujeres son nudos o cruces de sentido. Ana Rodríguez, venida de España en barco para casarse en las Indias con marido español. Ana Rodríguez, mujer que da el mal paso en una escala en Portugal, o, más bien, que transgrede su destino de casadera y que también es amante de Juan de Garay y de la que no se sabe por qué sufre bulling de parte del pueblo. Ni siquiera puede ir a la Iglesia.

  Ana Rodríguez transgrede su destino de mujer, ella abandona a su hija en vida, pero asume su maternidad en el último minuto, o en el minuto anterior a su muerte y así revela su misterio.

  Es que, como dije más arriba, es una novela de bastardos, y en ellos el enigma era la filiación, saber de quién eras hijo, quién fue el padre que te engendró para dejar de habitar esos inciertos lugares intermedios.

  María Muratore. La chica tutelada por un gran padrino que la crió con el mayor esmero para desposarla después, cosa que no pudo ser; María Muratore “la muertecita” es la gran heroína, la que rechaza el rígido destino de las mujeres, María Muratore se rehúsa. Rehúsa a casarse con quién la cuidó y sanó de la herida mortal. ¿Quién dijo que no hay hombres capacitados para las tareas de cuidado? Blas de Acuña, su eterno enamorado, veló por ella con el mayor de los afectos y la casó contra su voluntad, él amó a su muertecita rebelde. Mucho la cuidó y mimó para poseerla después. Pero la quería.

  La gran heroína también se atreve a rehusar al deseo del más poderoso, mata a sus esbirros y huye con su amigo, el negro Cabrera, músico, un personaje entrañable, muy pobre. Ella le cambia el anillo por la canoa con la que escapa. El anillo es un objeto-recurso condensador de largos pasados en mucha literatura.     María cuando lo entrega, se despega de mucha tradición. Con ese anillo condensador de un aura primordial, el negro esclavo podrá comprar su libertad y ella, bajo identidad cambiada, Fernán Gómez, y ropa de hombre, huye por el río. 

  Y hay una tercer mujer, heroína también, transgresora, que tenía un proyecto propio, era laboriosa, era industriosa, era costurera. Decidió fundar un linaje, dar principio y futuro, crear una tradición y un punto de origen. Isabel Descalzo creó la leyenda de “la muertecita”, el objeto de adoración, el mito de origen. Ella se queda, se instala en una chacra, acepta el pacto que propusiera su padrino Don Alonzo Martínez y acepta casarse con su ¿hermano? Tal como  Adán y Eva, dos hermanos son fundadores de una estirpe que pondrá fin a una vida nómade, llena de guerras.

  Y pensando en esto de los tres destinos posibles, hay algo notable en la novela y es el tratamiento que se le da a la vida en la “calle del pecado”. Ahí se vivía una atmósfera de libertad y placer que era como un paréntesis en medio de la opresión eclesiástico- colonial. Hay un párrafo que Nacho leyó especialmente y que no casualmente muchos habíamos subrayado. Lo cito. Es Blas de Acuña, (gran personaje) el que habla: … “Siempre he tenido a las meretrices como madres huérfanas, medioángeles sueltos por el mundo para alegrar el corazón de los hombres machos, conjuradoras de soledades, dispuestas a brindar a cualquier hora y a quien fuera, el perfume de su misericordia. Son gráciles cuando jóvenes, finas cuando envejecen. Más corre la vida en ellas, más delicadezas acopian, porque todas son señoras del sufrir y del mercar, y de ambos negocios mantienen libre el corazón. No soy hombre de repudiar a las putas.”

  Isabel Descalzo se ocupa de enterrar a María para tener un pozo de recuerdo, una melancolía necesaria, un objeto de adoración cargado de pasado, de historia, un objeto de culto, un mito.

  En la novela hay retrato de época, sí. Disiento con la idea de que es como una crónica de indias. Las voces que crea la autora narran y describen desde la intimidad de los narradores. Si vamos a las crónicas de Colón o a las de Hernán Cortés, vemos que en ellas hay un afán por ser objetivos, distantes y una necesidad de mostrar la geografía en detalle. En Río de las congojas, no. Ya desde el título estamos sumergidos en el puro líquido emocional de los personajes. Emociones mezcladas con la geografía. ¡Y qué patriarcal que era la sociedad! Todas las mujeres eran calificadas en su honra por los accesos carnales sufridos o gozados.

  También disiento con eso de que María Muratore era mestiza. No, no lo era. Se descubre su filiación. Pero no espoileo.

  Los grandes enigmas de esta historia son las identidades de los mestizos que siempre son bastardos, sobrevivientes de sus padres españoles opresores. Estos protagonistas están poniendo el cuerpo entre medio de los verdaderos rivales. Indios versus invasores españoles. Mucho queda por decir. La novela es política y poética.

  Libertad Demitrópulos nació en Jujuy, en Ledesma, nada menos, en 1922, y murió en 1998. En este año, 2022 se han cumplido cien años de su nacimiento.

  En los primeros noventa, muchas feministas empezaron a colocarla en un lugar merecido. En 1997 ganó el premio Boris Vian. Había publicado esta novela en 1981.

  Le sigue “sabotaje en el álbum familiar”, de 1984; “Un piano en bahía desolación”; un ensayo sobre poesía argentina, una biografía sobre Eva Perón y otras novelas más.

  Dicen los que la han leído que sus novelas suelen tratar sobre mujeres humildes como la querida María Muratore y como la misma Evita.

  Estuvo casada con Joaquín Giannuzzi, el amor de su vida.

  Y nosotros amamos esta novela, dijimos que fue la que más nos gustó. Aunque Nacho afirmó que  El entenado lo fascinó más. Y, sí, por supuesto, Saer es una masa y se mete en el 1500 en tierras americanas muy desconocidas siendo un protagonista sin nombre, un puro humano sin pasado. Los personajes del Río de las congojas tenían todos un nombre y  un apellido, aunque estuvieran flojos de papeles en cuanto a paternidades y filiaciones en una sociedad mucho más clasista y racista que la actual.

  Y a propósito de esto, nosotros, reunidos alrededor de la mesa empezamos a contar quiénes eran nuestros abuelos y ascendientes. Pepa empezó a contar anécdotas muy graciosas de su padre y sus abuelos gallegos, Pau contó que fue nacida en Bélgica. Todos venimos de migraciones y, por suerte, vivimos en una época libre de discriminaciones del tipo “bastardo” o  de la creencia en razas superiores, aunque algún ignorante suelto lo niegue. Somos ajenos a esas consideraciones, aunque neuróticos por otras, pero no importa, siempre brindamos por nuestros encuentros, por nuestras lecturas y ahora brindo por este encuentro del que estoy hablando y por el de diciembre en el que escuchamos humorísticas canciones y tonadas de los artistas clown que engalanan a este grupo bajo el cielo azul villurquí.



 

                  Raquel Poblet.