Poética, dolorosa, llena de violencia. Así describe Pepa la novela de Camila Sosa Villada. Nuestra compañera que sabe de Letras, es la primera que se atreve a hablar. Continúa diciendo que tiene la impresión de que la autora se libera del dolor a través de la escritura. Es un recurso sanador, a tal punto que Camila logra perdonar a sus padres, y ellos aceptarla como es, no como ellos quisieran que fuera.
Guille apoya en lo que dice a su compañera Pepa y elogia su poder de síntesis. Se quieren mucho y se respetan hace años, de otros grupos y talleres literarios. Agrega que la lectura le resultó cinematográfica, y le mostró un mundo que desconocía.
Y es cierto, ninguno de los 8 que participamos de la juntada virtual de este domingo de diciembre pandémico, conocemos demasiado de la vida trans. Camila nos permitió acercarnos un poco a esas historias a través de la lectura de Las Malas:
"Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo".
La novela visibiliza una violencia de tal magnitud, que nos cuesta entender. Para Guille es la misma violencia a la que se ven expuestas las mujeres cis. Wagner cree que muchos de los hombres que acuden a los parques para tener sexo con travestis, rechazan moralmente aquello que desean fervientemente, y a esta profunda contradicción responden con violencia. Una violencia aprendida desde niños.
El filósofo Pol se mete en la discusión criticando el término "transfobia": no se trata de miedo o fobia hacia los trans, sino de odio enraizado en mentes atravesadas por el patriarcado.
Wagner sigue atentamente la charla ejerciendo su paternidad, con Irina a upa, mientras camina por la plaza París, cerca del barrio Lapa en Río de Janeiro, donde hay mucha vida nocturna según nos cuenta, y mujeres trans trabajando, prostituyéndose. Ana, nuestra más reciente incorporación, también carioca, reafirma lo dicho por su amigo.
En la novela es el Parque Sarmiento de la Ciudad de Córdoba Capital donde Camila conoce a su familia elegida de travestis. La serie televisiva de "La Veneno" transcurre en el Parque del Oeste en Madrid. En fin, los parques son elegidos lugares de placer y congregación.
Pol nombra la oscura calle Godoy Cruz en el barrio de Palermo de la Ciudad de Buenos Aires, donde hasta hace poco aguardaban las travestis emperifolladas hasta subir a un auto, meterse en un albergue transitorio o escapar de la policía. Reflexiona acerca del proceso de expulsión que hubo desde éste y otros lugares de la ciudad, con puertas laborales cerradas, es decir, sin ofrecer otra alternativa de trabajo.
En este mismo sentido se trata de un texto político, con un discurso anti - capital y tiene además una mirada de clase: ellas eran travestis pobres, marginales, pero estaban las de guita, "las habían bautizado las Cuervas, porque les gustaba juntarse con la carroña".
"(Las Cuervas) nos imitaban, pero eran incapaces de superar los obstáculos de clase. Hablaban nuestra lengua, porque por supuesto hablaban varios idiomas, imitaban nuestro andar y cogían con nuestros clientes, pero no les cobraban: lo hacían porque podían darse el gusto, porque no necesitaban ser mercancía. Simplemente jugaban a vivir una vida que no le era propia".
Pero no todo es de color negro en la novela, al contrario. Nacho, el médico clown, habla de ternura cuando se refiere a la ´maternidad travesti´ encarnada por La Tía Encarna, valga la redundancia, y su bebé El Brillo de los Ojos, renacido en el Parque Sarmiento, entre los arbustos, por debajo de las espinas.
Es una resurrección la de El Brillo de los Ojos, y se produce gracias a Encarna, que se lo arrebata a la Muerte de sus manos huesudas y lo lleva con ella a la Casa Rosa. Y como la Difunta Correa, quien no deja de amamantar a su hijo pese a haber perdido la vida, la madre travesti alimenta a su bebé con mamas de siliconas.
La comparación con la Difunta Correa, no es el único elemento mítico en la novela. Mística y fantasía sobran en la Casa Rosa. María es una travesti muda, que ayuda en la crianza a tía Encarna, y paulatinamente se va convirtiendo en ave. Al principio son unas plumas en el antebrazo y termina como un pajarito dentro de una jaula, para evitar que se la coma el gato. También estaba Natalí, la travesti que en las noches de luna llena se escondía en el baño porque se transformaba en lobizón, condena ésta congénita por haber sido la séptima hija varón.
Dentro del realismo mágico de Camila, aparecen también Los Hombres Sin Cabeza, que regresaron de las guerras en África y eligieron casarse con las travestis en vez de las mujeres cis. "Ellos dejaban en claro que se enamoraban de nosotras porque a nuestro lado era más fácil compartir el trauma, dejarlo trepar por las paredes o recluirlo cuando hacía falta".
Los Hombres Sin Cabeza son de alguna forma ideales, porque al no tener cabeza carecen del pensamiento machista. Hay un rechazo de lo patriarcal, a través de un recurso fantástico.
El señor Pol, con su librito de Kant en una mano y el de Marx en la otra, continúa destacando lo positivo: "Encontré en el texto gestos de valentía dignos de admiración, y por sobre todas las cosas humor, alegría a pesar de todo".
No hay arrepentimiento ni victimización en la novela, se habla de la fiesta de ser travesti.
Sin embargo, esta colorida historia de reivindicación, que alterna furia y fiesta trans, tiene un final trágico. ¿Cómo interpretarlo? ¿Por qué La Tía Encarna decide que lo mejor para ella y su hijo era irse de este mundo después de tanta lucha, después de haberlo rescatado y haber sido tan felices juntos?
La sabia Ana María recuerda que La Tía Encarna había accedido a retomar su rol no deseado de varón, con tal que El Brillo de los Ojos pudiera asistir a la escuela. Y su hijo sabía cuándo tenía que llamarla mamá y cuándo papá. En este punto el relato me hizo acordar a "La casa de los conejos" de Laura Alcoba, ya que el personaje principal, una nena de 9 años, sabía cómo ocultar en el colegio y con los vecinos, la identidad de sus padres que habían pasado a la clandestinidad por ser militantes montoneros en la década del 70.
"La Tía Encarna había ingresado en la vida blanca. La vida del camaleón, la de adecuarse al mundo tal y como es. Me dice que El Brillo lo sabe todo. No hay nada que ocultarle. Es muy sabio el niño. En ese momento él deja de mirar la televisión y dice: "Sí, lo sé todo. Ella es mi mamá y mi papá. No todos los niños del mundo tienen esa suerte".
Pese a esta difícil e injusta adaptación, comenzaron las amenazas y la persecución. "Aparentemente, el padre de alguno de los compañeritos de jardín del Brillo había sido alguna vez cliente de La Tía Encarna y sabía su secreto". Nuevamente aquí la doble moral, y el desenlace fue trágico:
"Murieron cara a cara, mirándose a los ojos. Murieron sabiamente, para no tener que soportar más humillaciones. Nuestra madre y su hijo adorado. Qué más decir".
A Pepa, apoyada nuevamente por Guille, esta decisión final le pareció un acto de amor. Wagner habló de final épico: "lo rescata de este mundo de mierda". Quien escribe estas líneas, no entiende que La Tía Encarna haya decidido que el niño debía morirse con ella, no es poético ni amoroso, sino todo lo contrario. ¿Por qué si ella, la travesti madre de todas las travestis, se rendía, el Brillo de los Ojos debía seguirla?
De cualquier forma, es una clara denuncia de cómo la horrorosa sociedad con doble moral en la que vivimos y de la cual formamos parte puede llevar a una persona al límite, ponerla entre la espada y la pared, y forzarla a tomar decisiones trágicas. Esa misma sociedad llevó seguramente a los padres de El Brillo de los Ojos a abandonarlo en el Parque Sarmiento y luego cuestionó hasta el hartazgo a su madre travesti, quien lo había rescatado, hasta dejarla sin opciones.
Ya eran pasaditas las 5 de la tarde y el sol de diciembre continuaba pegando fuerte. Los 7 locos, ocho en esta ocasión, cada uno encerradito en su casa para no pescarse el covid, discutía desde la computadora o el celular. Hubo un punto de acuerdo, a todos nos encantó la novela y terminamos encariñados y hasta un poco enamorados de las travestis del Parque Sarmiento.
Y así se esfumó el último encuentro del año, este 2020 tan particular, de estar lejos, de aislamiento, sin mates ni besos ni abrazos, de poco aire libre, de miedos y angustias, donde este grupo volvió a funcionar de sostén. Creo que la mejor manera de despedirlo es con una frase de La Tía Encarna:
"Agachá la cabeza cuando quieras desaparecer, pero mantené la frente alta el resto del año, nena".
DR