martes, 25 de julio de 2017

Los secretos que guardamos en "Don Benjamín"

   Nosotros sabemos que estamos locos, que somos muchos más que “Los siete locos” y que elegimos voluntariamente recorrer las ambivalentes calles del barrio de Constitución ese sábado primero de julio de 2017. En un principio, con el afán de explorar los alrededores, establecimos como punto de encuentro la Plaza Garay. Sin embargo, inevitablemente en ese barrio, todo nace en la Plaza Constitución. La mayor parte del grupo se encontró casi fortuitamente frente a la fachada victoriana de la cabecera del ferrocarril Roca, cuyo nombre no se eligió al azar evidentemente y cuya arquitectura europeizante de fines del siglo XIX se entrevera con la nueva estación de subtes de diseño europeo a la siglo XXI y con la geografía urbana de coloridos puestos callejeros,  sórdidos personajes acurrucados en rincones  y agentes de la policía de la ciudad.

   Caminar por Avenida Garay fue sumergirse de lleno en  la experiencia real de los escenarios que Mariana Enríquez describió en algunos de los relatos que conforman “Lo que perdimos en el fuego”, el libro que nos convocaba. Varios “chicos sucios” haciendo esquina, deambulando, corriendo detrás de sus padres, una santería rancia con imágenes de santos paganos que invitaba a especulaciones acerca de cualquier tipo de rituales oscuros, casas antiguas abandonadas y selladas con cientos de retazos de pósters publicitarios superpuestos donde podría haberse escondido el Petiso Orejudo.


   Finalmente, en frente de la Plaza Garay, el bar “Don Benjamín”, una de esas fondas de barrio donde los platos desbordan y te atienden como en casa, donde en alguna mesa solitaria hay un paisano frente a una botella de cerveza que mira el paisaje urbano a través de la ventana. Ahí nos sentamos finalmente los viejos siete locos: Dani, Pato, Pol, Ana, Pepi, Alicia, Nacho, y Guille para dar la bienvenida a las nuevas incorporaciones: Damián y Nati.

   Una vez servidos, dimos comienzo a la tertulia con una intervención de otro mundo: del celular de Dani emergió una cara blanca en un fondo oscuro y de repente, una voz grave y seria. Desde el exótico Oriente, un casi fantasmagórico Selmo nos mandaba sus impresiones del libro. Casi en consonancia con esto, la voz desvanecida y ronca de Nacho tomó la posta y encaró el tema de la virtualidad siniestra en el cuento “Verde, rojo, anaranjado” y de qué manera nos enfrenta con una realidad tan omnipresente de nuestro tiempo: “la fobia social” que es una epidemia en Japón, según lo que nos contaba Ana. Para Daniel todo el libro trata temas reales aunque se los presenta bajo la máscara de lo fantástico, como por ejemplo la marginalidad en “Chico sucio” o en “Bajo el agua negra”, la depresión o las problemáticas adolescentes. Ana agrega que también los lugares, los escenarios aparecen casi como personajes porque representan ciertos mitos, la idiosincrasia de quienes los habitan y de los mismos lectores que se identifican con ellos. Ahí es cuando tira sobre la mesa con desparpajo, como si arrojara un animal recién muerto para escándalo de los comensales, porque así es ella, el tema del masculinicidio que ella cree ver en los cuentos. Inevitablemente se suceden unos largos minutos de discusión en la que intervienen  Pol y Nati sobre la violencia de género, el femicidio y sus implicancias históricas y culturales.


   Para Nacho el libro genera incomodidad porque señala que “hay basura bajo la alfombra”, lo que presentan los cuentos es la normalidad de mucha gente, ahí está lo siniestro. Por eso para Pato el último cuento es revelador de un mecanismo propio y a la vez terrorífico de la humanidad: antes los hombres eran los que quemaban a  las mujeres, el cuento revela que las mujeres toman ese lugar y se apropian de ese acto. Todo se va normalizando en la sociedad, aún lo más terrible.

   En consonancia con eso Guillermina y Nacho descubren que en “La casa de Adela” son los chicos quienes ven la “verdadera” realidad mientras reina la incomunicación con los adultos que viven la fiesta menemista. Al mismo tiempo Nacho destaca de qué manera se presenta la pulsión de muerte en este cuento y en “Nada de carne” como algo romántico, de qué manera el mundo adolescente vislumbra ese horizonte como algo deseable, hasta qué punto se puede ir en el sufrimiento. Esto dispara un sinfín de asociaciones en todo el grupo. La que más tiempo resuena es la de la muerte digna en oposición al suicidio. Pero para zanjar la cuestión aparece Pol, que hasta entonces se mantuvo expectante y meditabundo para volver a citar uno de sus cuentos de cabecera de Abelardo Castillo “Also sprach el señor Núñez”: “No podemos terminar sino de manera trágica en esta sociedad.”

   En definitiva el libro de Enríquez no parece contar nada novedoso: lo terrorífico es la realidad. Pepi descubre por qué nos espanta tanto: lo ominoso es eso conocido, pero que impacta cuando es visto en mayor magnitud, tal como sucede en “Los pájaros” de Hitchcock. Inmediatamente después Dani anuncia su próxima paternidad, pero luego de las breves felicitaciones, descubre de qué manera es una situación que puede espantar. “Pablito clavó un clavito” magnifica las transformaciones naturales que se dan en una pareja al afrontar la paternidad, nos  coloca en el lugar del personaje deseando en algún punto que el bebé no existiera, pensando que en cualquier momento el padre mata a su propio hijo.


   Para Nacho lo más siniestro es la pobreza espiritual en la que nos sume la incomunicación representada en “Verde, rojo, anaranjado”. Nos conocemos a través de colores, de estados virtuales. Esto da pie para otro de los grandes temas de la tarde y de sobremesa en el bar “Don Benjamín”, flan de por medio: la tecnología que incomunica. Pol indica que eso pasa porque el afuera es peligroso. De hecho los espacios públicos se privatizan, como las plazas por ejemplo, mientras que los espacios privados se hacen públicos: hoy todo el mundo publica sus asuntos en las redes sociales. Damián indica perspicazmente que cada vez tenemos más aparatos para agilizar nuestras tareas, pero nosotros no sabemos qué hacer con ese tiempo libre y nos quedamos esperando ansiosamente que los dichosos dispositivos terminen lo que les encomendamos. Estamos en la era de la ansiedad. Estamos en la era de la posverdad, dice Pato, el momento en que sólo conocemos la verdad a través de lo que los medios nos comunican. No experimentamos la realidad, la performamos a partir de lo que nos dicen que queremos ver, sentir, pensar. 


   Alicia interviene casi tímidamente para decir que el libro no le gustó tanto como el de Samantha Schweblin, pero sí le produjo una impresión profunda el último cuento “Las cosas que perdimos en el fuego”, porque pone en escena un tema de absoluta relevancia para nuestro presente, incluso lo piensa como un material para trabajar con sus alumnos.  Al mismo tiempo cuenta que “Bajo las aguas negras” le recuerda una excursión realizada con alumnos por Dock Sud, por esos lugares marginales y tristes. Las historias tienen para ella algo de autobiográfico, de las obsesiones de la autora. Y entonces Pepi indica que hay que tener en cuenta los epígrafes del libro: dos citas de Bronte y Sexton, dos mujeres que rompieron con el modelo de mujer de su época. Evidentemente Mariana Enríquez pretende deconstruir todo lo que se espera de ella: tanto en el contenido como en la forma ya que usa un lenguaje más frío, más oscuro. Pato recuerda que Enríquez es fanática de Stephen King y que se plantea como un objetivo el hecho de escribir un libro que genere tal sensación en el lector que quiera tirarlo y no leer más.

   Tanto Alicia como Nacho vuelven sobre el tema de lo macabro cotidiano: lo más siniestro está en el propio círculo íntimo como en “Pablito clavó un clavito”, pero esta incomodidad hace pensar, enfrenta al lector con una realidad evidente, como las películas de Trapero. Damián encuentra que la escritura de Schweblin resulta más amable porque hace uso de la elipsis, en cambio Enríquez dice todo, con desparpajo. Es entonces cuando Pol sentencia también con mucho desparpajo que hubo cuentos de Enríquez que le aceleraron el tránsito…


   Terminamos la tertulia decidiendo nuestra próxima lectura, barajando fechas y posibles lugares de encuentro. Nos despedimos del bar “Don Benjamín, comenzamos a separarnos y alejarnos del barrio de Constitución. Cada uno se fue pensando qué tanto nos transformó esta lectura, en qué grado hizo que nos diéramos cuenta de que lo siniestro está en todos nosotros: en la fantasmagórica presencia virtual de Selmo, en la sinceridad apabullante de Ana al buen estilo Enríquez, en el propio reconocimiento de Pepi en las mujeres fuera de género, en la dulce Alicia llevando a sus alumnos a Dock Sud, en el silencio tímido pero inquietante de Nati, en la identificación de Dani con el personaje de “Pablito clavó un clavito”, en el miedo atávico de Nacho a la “depresión tecnológica”, en Guille y sus preferencias literarias fuera de lo común, en el tránsito intestinal de Pol, en la ansiedad latente de Damián ante la eficiencia de las máquinas… Porque en definitiva todos, absolutamente todos escondemos algo siniestro.



                                                                                                    Tati