Nosotros sabemos
que estamos locos, que somos muchos más que “Los siete locos” y que elegimos
voluntariamente recorrer las ambivalentes calles del barrio de Constitución ese
sábado primero de julio de 2017. En un principio, con el afán de explorar los
alrededores, establecimos como punto de encuentro la Plaza Garay. Sin embargo,
inevitablemente en ese barrio, todo nace en la Plaza Constitución. La mayor
parte del grupo se encontró casi fortuitamente frente a la fachada victoriana
de la cabecera del ferrocarril Roca, cuyo nombre no se eligió al azar
evidentemente y cuya arquitectura europeizante de fines del siglo XIX se
entrevera con la nueva estación de subtes de diseño europeo a la siglo XXI y
con la geografía urbana de coloridos puestos callejeros, sórdidos personajes acurrucados en
rincones y agentes de la policía de la
ciudad.
Caminar por
Avenida Garay fue sumergirse de lleno en
la experiencia real de los escenarios que Mariana Enríquez describió en
algunos de los relatos que conforman “Lo que perdimos en el fuego”, el libro
que nos convocaba. Varios “chicos sucios” haciendo esquina, deambulando,
corriendo detrás de sus padres, una santería rancia con imágenes de santos
paganos que invitaba a especulaciones acerca de cualquier tipo de rituales
oscuros, casas antiguas abandonadas y selladas con cientos de retazos de
pósters publicitarios superpuestos donde podría haberse escondido el Petiso
Orejudo.
Finalmente, en
frente de la Plaza Garay, el bar “Don Benjamín”, una de esas fondas de barrio
donde los platos desbordan y te atienden como en casa, donde en alguna mesa
solitaria hay un paisano frente a una botella de cerveza que mira el paisaje
urbano a través de la ventana. Ahí nos sentamos finalmente los viejos siete
locos: Dani, Pato, Pol, Ana, Pepi, Alicia, Nacho, y Guille para dar la
bienvenida a las nuevas incorporaciones: Damián y Nati.
Una vez
servidos, dimos comienzo a la tertulia con una intervención de otro mundo: del
celular de Dani emergió una cara blanca en un fondo oscuro y de repente, una
voz grave y seria. Desde el exótico Oriente, un casi fantasmagórico Selmo nos
mandaba sus impresiones del libro. Casi en consonancia con esto, la voz
desvanecida y ronca de Nacho tomó la posta y encaró el tema de la virtualidad
siniestra en el cuento “Verde, rojo, anaranjado” y de qué manera nos enfrenta
con una realidad tan omnipresente de nuestro tiempo: “la fobia social” que es
una epidemia en Japón, según lo que nos contaba Ana. Para Daniel todo el libro
trata temas reales aunque se los presenta bajo la máscara de lo fantástico,
como por ejemplo la marginalidad en “Chico sucio” o en “Bajo el agua negra”, la
depresión o las problemáticas adolescentes. Ana agrega que también los lugares,
los escenarios aparecen casi como personajes porque representan ciertos mitos,
la idiosincrasia de quienes los habitan y de los mismos lectores que se
identifican con ellos. Ahí es cuando tira sobre la mesa con desparpajo, como si
arrojara un animal recién muerto para escándalo de los comensales, porque así
es ella, el tema del masculinicidio que ella cree ver en los cuentos.
Inevitablemente se suceden unos largos minutos de discusión en la que
intervienen Pol y Nati sobre la
violencia de género, el femicidio y sus implicancias históricas y culturales.
Para Nacho el
libro genera incomodidad porque señala que “hay basura bajo la alfombra”, lo
que presentan los cuentos es la normalidad de mucha gente, ahí está lo
siniestro. Por eso para Pato el último cuento es revelador de un mecanismo
propio y a la vez terrorífico de la humanidad: antes los hombres eran los que
quemaban a las mujeres, el cuento revela
que las mujeres toman ese lugar y se apropian de ese acto. Todo se va
normalizando en la sociedad, aún lo más terrible.
En consonancia
con eso Guillermina y Nacho descubren que en “La casa de Adela” son los chicos
quienes ven la “verdadera” realidad mientras reina la incomunicación con los
adultos que viven la fiesta menemista. Al mismo tiempo Nacho destaca de qué
manera se presenta la pulsión de muerte en este cuento y en “Nada de carne”
como algo romántico, de qué manera el mundo adolescente vislumbra ese horizonte
como algo deseable, hasta qué punto se puede ir en el sufrimiento. Esto dispara
un sinfín de asociaciones en todo el grupo. La que más tiempo resuena es la de
la muerte digna en oposición al suicidio. Pero para zanjar la cuestión aparece
Pol, que hasta entonces se mantuvo expectante y meditabundo para volver a citar
uno de sus cuentos de cabecera de Abelardo Castillo “Also sprach el señor
Núñez”: “No podemos terminar sino de manera trágica en esta sociedad.”
En definitiva el
libro de Enríquez no parece contar nada novedoso: lo terrorífico es la
realidad. Pepi descubre por qué nos espanta tanto: lo ominoso es eso conocido,
pero que impacta cuando es visto en mayor magnitud, tal como sucede en “Los
pájaros” de Hitchcock. Inmediatamente después Dani anuncia su próxima
paternidad, pero luego de las breves felicitaciones, descubre de qué manera es
una situación que puede espantar. “Pablito clavó un clavito” magnifica las
transformaciones naturales que se dan en una pareja al afrontar la paternidad,
nos coloca en el lugar del personaje
deseando en algún punto que el bebé no existiera, pensando que en cualquier
momento el padre mata a su propio hijo.
Para Nacho lo
más siniestro es la pobreza espiritual en la que nos sume la incomunicación
representada en “Verde, rojo, anaranjado”. Nos conocemos a través de colores,
de estados virtuales. Esto da pie para otro de los grandes temas de la tarde y
de sobremesa en el bar “Don Benjamín”, flan de por medio: la tecnología que
incomunica. Pol indica que eso pasa porque el afuera es peligroso. De hecho los
espacios públicos se privatizan, como las plazas por ejemplo, mientras que los
espacios privados se hacen públicos: hoy todo el mundo publica sus asuntos en
las redes sociales. Damián indica perspicazmente que cada vez tenemos más
aparatos para agilizar nuestras tareas, pero nosotros no sabemos qué hacer con
ese tiempo libre y nos quedamos esperando ansiosamente que los dichosos
dispositivos terminen lo que les encomendamos. Estamos en la era de la
ansiedad. Estamos en la era de la posverdad, dice Pato, el momento en que sólo
conocemos la verdad a través de lo que los medios nos comunican. No experimentamos
la realidad, la performamos a partir de lo que nos dicen que queremos ver,
sentir, pensar.
Alicia
interviene casi tímidamente para decir que el libro no le gustó tanto como el
de Samantha Schweblin, pero sí le produjo una impresión profunda el último
cuento “Las cosas que perdimos en el fuego”, porque pone en escena un tema de
absoluta relevancia para nuestro presente, incluso lo piensa como un material
para trabajar con sus alumnos. Al mismo
tiempo cuenta que “Bajo las aguas negras” le recuerda una excursión realizada
con alumnos por Dock Sud, por esos lugares marginales y tristes. Las historias
tienen para ella algo de autobiográfico, de las obsesiones de la autora. Y
entonces Pepi indica que hay que tener en cuenta los epígrafes del libro: dos
citas de Bronte y Sexton, dos mujeres que rompieron con el modelo de mujer de
su época. Evidentemente Mariana Enríquez pretende deconstruir todo lo que se
espera de ella: tanto en el contenido como en la forma ya que usa un lenguaje
más frío, más oscuro. Pato recuerda que Enríquez es fanática de Stephen King y
que se plantea como un objetivo el hecho de escribir un libro que genere tal
sensación en el lector que quiera tirarlo y no leer más.
Tanto
Alicia como Nacho vuelven sobre el tema de lo macabro cotidiano: lo más
siniestro está en el propio círculo íntimo como en “Pablito clavó un clavito”,
pero esta incomodidad hace pensar, enfrenta al lector con una realidad
evidente, como las películas de Trapero. Damián encuentra que la escritura de
Schweblin resulta más amable porque hace uso de la elipsis, en cambio Enríquez
dice todo, con desparpajo. Es entonces cuando Pol sentencia también con mucho
desparpajo que hubo cuentos de Enríquez que le aceleraron el tránsito…
Terminamos la
tertulia decidiendo nuestra próxima lectura, barajando fechas y posibles
lugares de encuentro. Nos despedimos del bar “Don Benjamín, comenzamos a
separarnos y alejarnos del barrio de Constitución. Cada uno se fue pensando qué
tanto nos transformó esta lectura, en qué grado hizo que nos diéramos cuenta de
que lo siniestro está en todos nosotros: en la fantasmagórica presencia virtual
de Selmo, en la sinceridad apabullante de Ana al buen estilo Enríquez, en el
propio reconocimiento de Pepi en las mujeres fuera de género, en la dulce
Alicia llevando a sus alumnos a Dock Sud, en el silencio tímido pero
inquietante de Nati, en la identificación de Dani con el personaje de “Pablito
clavó un clavito”, en el miedo atávico de Nacho a la “depresión tecnológica”, en
Guille y sus preferencias literarias fuera de lo común, en el tránsito
intestinal de Pol, en la ansiedad latente de Damián ante la eficiencia de las
máquinas… Porque en definitiva todos, absolutamente todos escondemos algo
siniestro.
Tati