El azar, que no necesariamente expresa
la ausencia de Dios, sino que puede manifestar la existencia de uno que, al
decir de Serú Girán, “se nos mea de risa” o bien –para honrar el politeísmo de
nuestra querida Ani- la presencia de varios que se hallan sentados en ronda y
jugando al Ta Te Ti para determinar cuál es el próximo en hacer su movida en el
mundo; quiso que nos juntáramos el 25 de marzo, un día después del aniversario del golpe de Estado de 1976, que otorga el marco en el que se desarrolla la historia
del boxeador Rocha y el cantante de tangos Galván, y dos días antes del
aniversario de la vuelta del exilio de Soriano en el año 1983. No fue azaroso,
en cambio, el punto de encuentro: La
Perla, bar ubicado en La Boca, barrio donde vivió durante algún tiempo el
escritor hincha de San Lorenzo.
Un
servidor cronista arribó al lugar convenido luego de una larga travesía que
implicó un trasbordo de subte a colectivo en Plaza de Mayo. El olor a chori
todavía impregnaba el aire de ese centro neurálgico de la ciudad: constituía un
recuerdo de una jornada de recuerdo. Por cierto, la llegada ocurrió
aproximadamente 60 minutos después del horario pautado, justo en el mismo
momento en que el Dios judío ganaba la partida de Ta Te Ti. Sin pensarlo mucho,
Yahveh (¿ya ve usté?) procedió a llevar adelante su jugada: despertarle al
cronista el bichito de la culpa, acción que condujo a éste, precisamente, a
ofrecerse a cronicar en compensación por su aparición demorada. Ani, Pepi,
Pato, Nacho y Dani, que no habían puesto reparos en la tardanza de Pol, tampoco
lo hicieron ante su propuesta.
Nacho
abrió la reunión. Más aún: abrió el promisorio año de este hermoso grupo de
lectura. Sostuvo que las novelas le habían parecido “light”, lo que hizo que
las leyera de corrido. El cronista percibió que el payamédico no veía con
buenos ojos la mencionada característica y, en ese sentido, se separaba de la
opinión emitida por Cortázar sobre No
habrá más penas ni olvido: “Leí de un tirón tu novela y eso en mí es
siempre un primer balance favorable; sigo creyendo que un libro que agarra da ya la prueba de su calidad”.
A continuación, Nacho comentó que la incursión en los libros suscitó el recuerdo de una situación vivida en su trabajo. Contó que un día apareció un puntero político de la zona y le pidió que atendiera inmediatamente a su padre, a pesar de que había antes que él varias personas esperando. La negativa de Nacho produjo una discusión acalorada. En un momento, el facultativo anarco-punk preguntó a qué partido pertenecía su interlocutor. Difusa pero no sorprendente, la respuesta fue: “yo soy peronista”. La anécdota orientó el debate hacia el tratamiento de los siguientes interrogantes: ¿eso es ser peronista? ¿Qué es el peronismo? Al respecto, Nacho leyó el siguiente pasaje de No habrá más penas ni olvido:
A continuación, Nacho comentó que la incursión en los libros suscitó el recuerdo de una situación vivida en su trabajo. Contó que un día apareció un puntero político de la zona y le pidió que atendiera inmediatamente a su padre, a pesar de que había antes que él varias personas esperando. La negativa de Nacho produjo una discusión acalorada. En un momento, el facultativo anarco-punk preguntó a qué partido pertenecía su interlocutor. Difusa pero no sorprendente, la respuesta fue: “yo soy peronista”. La anécdota orientó el debate hacia el tratamiento de los siguientes interrogantes: ¿eso es ser peronista? ¿Qué es el peronismo? Al respecto, Nacho leyó el siguiente pasaje de No habrá más penas ni olvido:
-
Dicen que somos bolches.
-
¿Bolches? ¿Cómo bolches? Pero si yo siempre fui peronista…, nunca me metí en
política.
Dani
dijo que la izquierda peronista consideraba a Perón como un líder
revolucionario, mientras que la derecha lo percibía como aquel que sería capaz
de aquietar a quienes lo veían como un líder revolucionario. “El peronismo es
una bolsa de gatos” concluyó el médico fanático de un club cuyo estadio porta
el nombre del General. Ahora que escribe estas palabras, el cronista se
pregunta si Mauricio entra en la aludida bolsa o queda afuera como Chatrán y
otros gatos. Por lo demás, la tapa del ejemplar de Cuarteles de invierno de Nacho tenía dibujado un gato negro porque
Soriano amaba los gatos. Como sea.
Pepi,
por su parte, se encontró, en cierta ocasión, en la compleja tarea de explicar
a sus primos españoles qué es el peronismo. Complejidad que, desde su
perspectiva, derivaba del hecho de que se trata de un fenómeno que “atraviesa
la historia, atraviesa diferentes clases y atraviesa diferentes generaciones”.
Agregó
que se enamoró del peronismo en una marcha realizada a principios de la década
del ’80. En aquella oportunidad, el cansancio que provocó en ella la caminata
no resultó indiferente a un muchacho (porque los peronistas son muchachos) que
así habló: “¿quiere un choripán, compañera?” Gesto que evidenciaba que el
peronismo iba más allá (o, mejor dicho, más acá) de las banderas y consignas
pomposas: alcanzaba el nivel micro del vínculo cara a cara. Gesto que, a su
vez, mostraba que el chori era al peronista lo que la espinaca a Popeye.
Pato
dijo que el peronismo tenía una dimensión afectiva ausente en el anarquismo, el
comunismo y el socialismo. Al respecto, Pepi recordó que en la facultad, los
militantes de la izquierda clásica bajaban una línea muy teórica que quizás
algún que otro estudiante comprendía, pero que definitivamente los obreros no.
Dani trajo a colación las críticas que Jauretche propinó a la izquierda en el Manual de Zonceras.
Ani,
que calificó al General de “pollerudo cobarde” (etiqueta de mayor calidad que
la de “tirano prófugo”, en la humilde opinión del cronista), introdujo el
siguiente interrogante: ¿por qué Evita nunca fue presidente e Isabelita sí? Su
respuesta no tardó en llegar: porque Perón no la dejó. Pepi afirmó que
circulaba una hipótesis según la cual el ejército presionaba a Juan Domingo
para que obstaculizara el inquietante ascenso de la abanderada de los pobres.
Al parecer, Perón impidió que Eva viajara a Estados Unidos a operarse en
mejores condiciones de la enfermedad que vivaron los gorilas.
Dani
aportó dos frases de su suegro peronista para seguir pensando este fenómeno made in Aryentain: “yo soy más peronista
que Perón” y “el objetivo del peronismo es el poder”. En relación a la primera,
comentamos que expresa el carácter paradójico del peronismo. En relación a la
segunda, planteamos que la izquierda también busca el poder, pero no está
dispuesta a negociar con otros actores, a ensuciarse en el barro, posición que
Nacho apoyó con firmeza.
El
poder constituyó otro de los tópicos abordados en la reunión. Una vez más, el
tordo riverplatense dio el puntapié inicial. Sostuvo que existen elementos
simbólicos que invisten de poder a quien los porta. Por caso, el ambo que erige
al médico por sobre el paciente. Dicha situación puede dar rienda suelta al
abuso de poder, al autoritarismo. Nacho se refirió a otro ejemplo en el que una
burócrata de una obra social se imponía arbitrariamente sobre una afiliada.
(En
este momento, el cronista recibió su medio sánguche de lomito completo, por lo
que su atención a lo charlado y a lo por él registrado se debilitó
considerablemente).
Dani también
aportó un caso en el que un pibe de la villa le pedía a los gritos que
denunciara a los gendarmes porque él, en tanto médico, tenía poder y, por ende,
iba a ser escuchado. Al respecto, Nacho leyó un fragmento de No habrá más penas ni olvido:
Juan
retrocedió hasta el auto. Sin dejar de apuntar tanteó en el piso hasta
encontrar la escopeta. La levantó y se la mostró.
-Sin
esto sos una mierda. No valés nada.
Pepi
invitó a pensar la otra cara del poder a través de una anécdota nacida de su
trabajo. El jefe apareció con unas ideas nuevas que encontraron el rechazo de
los empleados. Ante tan rotunda negativa, el jefe les preguntó qué sugerían y
nadie respondió. En definitiva, proponer no implica solamente exponer
ingeniosas estrategias sino asumir las consecuencias de la implementación de
dichas estrategias. El poder conlleva una responsabilidad que muy pocos están
dispuestos a soportar.
Todavía
con migas en sus dientes, Pol habló de dos aspectos de la novela que le
llamaron la atención: por un lado, los móviles de muchos de los personajes. Lo
que los llevaban a jugarse la vida no eran los ideales de izquierda o de
derecha. Eran metas mucho más mundanas: el Sargento García quería ascender
(“¡Qué va a decir mi negra!” expresaba contento cuando Fuentes le firmó su promoción),
el comisario, a quien había designado Fuentes, se puso contra éste porque le
prometieron un cargo en Tandil y su señora quería que sus hijos estudiaran
allí, Galván volvió a avisarle a Rocha que no peleara porque sentía cierto
afecto por él, etc. Por otro lado, personas que se conocían muchísimo se
encontraron en dos bandos contrarios que buscaban exterminarse. Por caso,
Fuentes y Suprino: el lazo cercano que había entre ambos, manifestado en el
hecho de que el primero le había vendido una camioneta al segundo, no impidió
que, de pronto, se convirtieran en enemigos a muerte.
Pol
agregó que también le despertaba curiosidad el título de No habrá más penas ni olvido. En efecto, remite a un tango que
habla sobre la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, la historia allí narrada
transcurre en un pueblito de la provincia de Buenos Aires ¿Por qué habrá optado
por ese título? Es más, el epígrafe de la primera parte es la estrofa completa:
Mi
Buenos Aires querido / cuando yo te vuelva a ver / no habrá más penas ni olvido
A
modo de conjetura, se le ocurrió la siguiente respuesta: dicha estrofa adquiere
sentido si se reemplaza “Mi Buenos Aires querido” por “Mi General querido”.
Mi
General querido / cuando yo te vuelva a ver / no habrá más penas ni olvido.
Cosa
que se liga con el final del libro:
-Va
a ser un lindo día, sargento.
García
se dio vuelta en dirección al pueblo y se quedó con la vista clavada en el
horizonte. Tenía el rostro fatigado, pero la voz le salió alegre, limpia.
-Un
día peronista- dijo
Pepi
encontró una alusión a Los siete locos
de Arlt en No habrá más penas ni olvido.
En particular, al famoso octosílabo ¡rajá,
turrito, rajá! Se trata de un octosílabo debido a que, si bien la frase
cuenta con siete sílabas, se le suma una más porque la última palabra es aguda.
Por cierto, semejante información fue aportada por Patricio, quien la aprendió
de su mamá, la querida Alicia. Pues bien, en la aludida novela de Soriano, Pepi
encontró otro octosílabo: ¡torito macho,
carajo!
A
Nacho, Cuarteles de invierno le hizo
acordar a otro libro que leímos: El patio
de atrás de Carlos Gorostiza. En efecto, ambos aluden a la indiferencia de
la sociedad ante la dictadura.
Y
a Pol, Cuarteles de invierno le hizo
acordar a Operación Masacre de
Rodolfo Walsh. Los personajes, sin estar directamente relacionados con la
política, se vieron, de repente, envueltos en una trama sangrienta: en el
primer caso, un boxeador y un cantante de tangos que llegaron al pueblo a
participar de una fiesta; en el segundo, personas que se juntaron a escuchar en
la radio una pelea de box.