1.
LAS PERSONAS
ANSELMO: Selmo, el Rojo, se había
resistido en un principio a la lectura de ese mes ya que no le entrañaba
ninguna novedad. Ya lo había leído y releído, y discutido una y otra vez
consigo mismo. Sin embargo el sábado de tormenta no pudo evitar un rapto de éxtasis
literario y se alzó en medio del círculo de sillas, libro en mano y espetó,
cual adalid de las masas lectoras, la increíble capacidad literaria del
autor que nos convocaba. No se dio cuenta hasta que terminó de leer el
fragmento que lo había vuelto a cautivar, que había logrado compartir su
arrebato al resto y que escuchaban su voz severa y profunda asintiendo a cada
oración. No sería la única vez en esa tarde que tomara la voz cantante e
iniciara el debate. Respondió enérgicamente y como con un cacheteo de realidad
ante la afirmación de Daniel de que la justicia no existe, que en realidad sí
existe, pero solo para los ricos porque son quienes hacen las leyes. Y que la
paranoia que nos domina al resto de los desclasados de esa elite es producto de
esa sensación de amenaza constante, todo el tiempo estamos al borde de perder
nuestra libertad por cualquier cosa, por caminar por la calle, por ser nosotros
y no ellos. Más adelante sería quien planteara la pregunta incómoda ante el
relato de una experiencia personal contada por Pato: “A los chicos que piden
plata en las calles, a esa nena en particular de la que habla Pato, ¿hay que
darle plata?”
POL: Pol, vocero oficial del Perro
Feroz escuchaba, sopesaba los comentarios del resto, cavilaba, observaba serio,
muy serio. Tardó un largo rato en intervenir, habló pausadamente, eligiendo las
palabras, desatando toda una red de asociaciones con ideólogos sin nombrarlos.
Por ahí se le deslizó un “Marx” o un “Weber”, pero sobre todo remarcó la
omnipresencia del “coraje civil” en el libro de Walsh, algo que Alicia había
mencionado al pasar anteriormente. Reivindicó el valor de este periodista que
se animó a denunciar al estado que tiene el monopolio de la fuerza legitimada,
un hombre que apenas con sus escritos demandó al estado que fusiló gente.
Después de su intervención, Pol volvió a su estado caviloso, escuchaba,
reflexionaba y sopesaba. Pero cuando intervino nuevamente no pudo dejar de
reivindicar que el “coraje civil” no es exclusivo del escritor, que hay otros
en esa historia que son como él, que no se trata de un Quijote contra los
Molinos, sino de varios, aunque sea pocos que enfrentan la injusticia. Las
enfermeras que asistieron a Livraga en el Hospital San Martín lo protegieron,
le guardaron las pruebas, se jugaron. De la misma manera que el juez Hueyo que
indagó, descubrió y reveló las inconsistencias de los asesinos, los incomodó,
los inquirió, quiso saber y hacer justicia en un momento en el que la justicia
parecía solo posible en un relato de ficción. O la masa de curiosos
desarrapados que apedreó el auto de una mujer que esbozó un “hay que matarlos a
todos” frente a la escena del crimen, con los cuerpos aún tibios y el olor a
pólvora surcando el aire. Horada el
libro y encuentra, en ese muro casi de los lamentos, un resquicio de esperanza
en aquellos que se envalentonan y se juegan por lo que creen.
ALICIA: Imposible dejar de pensar a
Ana, Ali y Pepi como madres. Sobre todo porque esa maternidad se les filtraba
por los poros, porque cuando hablaban de su hijos o a sus hijos se les
desbordaba en los gestos, en la voz, en la percepción del mundo. Ante el debate
por la anécdota de Patricio con la nena, disentía con Ana en su serenidad
acalorada, defendió la maternidad, pero apuntó a las condiciones materiales en
las que cada maternidad se lleva a cabo. ¿Cómo ser madre cuando una ni siquiera
puede consigo misma? ¿Cómo emitir un juicio de valor acerca de la maternidad de
una mujer que vive en una situación de extrema necesidad? Al mismo tiempo trajo
la voz autorizada de Margarita Barrientos: “Falta madre”. Y no sólo ahí sino en
todos lados. La experiencia docente lo confirma. Ahí encontró un puente con
Ana.
Pero no fue solamente como madre que
intervino, sino también como profesional de las letras- nos indicó que a Walsh
le llevó 15 años completar (?) la investigación- y como mujer comprometida con
la realidad presente y pasada. Se lamentaba por haberse pedido la presencia de
Livraga en el país y en la conmemoración de los fusilados en el ex basural de José
León Suárez. Observaba, sonreía cuando acordaba con quien hablaba. Permanecía
reflexiva y en silencio cuando algo la interpelaba. Hablaba con voz suave y
dulce, pero nada en su postura era débil o quebradizo.
PEPI: Con una edición casi prínceps
de “Operación masacre”, perdiéndose en las referencias que nosotros, los
supuestos “nóveles”, hacíamos de diferentes fragmentos de la historia, hasta
que ubicaba casi jocosa la cita aludida, nos conectaba a los “imberbes” con el
relato de los hechos. Pero no de aquellos lejanos del 56, sino de aquellos
otros, no menos terribles (hay quien dice que peores) del 75 en adelante. Como
una Rial de aquellos años, reveló amores y amoríos de nuestro autor, trajo la
novela rosa en la tarde gris y en la noche oscura de esos años y de ese hombre
que murió por una causa y por muchos amores. Nos recomendó lecturas, nos
transportó sin escalas a todos con una sola frase en el debate acerca de la
justicia entre Daniel y Anselmo. Frente a la sensación de inseguridad de hoy
día, frente a la paranoia mentada por Selmo, la verdad irrecusable de aquellos
años: “En el ‘76 éramos todos sospechosos. ESO era miedo”. Imposible agregar
más palabras a las palabras, más profundidad que al terror que eriza la piel de
solo percibirlo en una oración. Vivir inmerso en la paranoia, caminar con la certeza de que algo podría pasarte, peor
aún si estudiabas Letras. La cara tan serena y risueña se le transformaba en un
rictus de dolor o en una sonrisa de complicidad cuando los muchachos del
“Centro Nono Lizaso” contaban sus experiencias como Montos. Ella estuvo ahí y,
tal vez, ya con su librito de “Operación masacre”.
ANA: Aguerrida como pocas, tomaba
una y otra vez la palabra, no cejaba en la discusión cuando entendía que debía
defender su punto de vista. Recordó, como Ali y Pepi, momentos post ‘75 que
funcionan como espejo de aquellos que narra Walsh veinte años antes. Se
apasionó por el compromiso del escritor, destacó lo gráfico de su relato, lo
poderoso de sus palabras. Todo en ella parecía pura pasión. Se sentía
indefectible e inexorablemente convocada al debate ante la anécdota de Pato.
“La madre está usando su hija al mandarla a pedir”. Desató tempestades en el
grupo con su afirmación. Pero a ella no le importaba, sostuvo su postura, la
explicó, la argumentó. Se reía mucho de esta situación. Se emocionó. Suspiraba
y asentía cuando le gustaba algo. Ana, pura pasión.
DANIEL: Todos sabemos que sin su
intervención reguladora, el grupo perdería su organización. Intervenía,
opinaba, reflexionaba, se involucraba y sobre todo, moderaba. Hizo que la
charla retomara el hilo de la discusión literaria cuando se derivó por un largo
rato por la anécdota de Pato. Fue inevitable que se filtrara su mirada médica.
Una de las primeras veces que intervino señaló lo paradojal del personaje de
Livraga, “el fusilado que vive”, un hombre destrozado físicamente sobre el que
se construye, sin embargo, todo el relato.
Hubo un momento en el que se atajó,
se separó de los que él consideraba con credenciales para hablar sobre literatura:
“Solo voy a hablar de sensaciones, para lo otro están los filósofos y los
especialistas en letras…”. Habló francamente de sus miedos, de su miedo a la
muerte pero sobre todo de su miedo a que lo lleven preso injustamente porque
insistía en que la justicia no existe, en que esta no evitó en el ‘56 que
sucediera lo que sucedió con los fusilados de Suárez, pero actualmente tampoco
evita las injusticias. Tal vez, pensaba, este miedo se conecte con una vivencia
particular de hace algunos años. Caminaba de noche por Camargo y Serrano, lo
interceptó un policía que lo cacheó, lo acusó de ser portador de anteojos -esto
inevitablemente me hace pensar en “La fiesta del monstruo” de Borges y Bioy- lo
rodearon incontables patrulleros, le “revisan las venas”. Nadie está exento de
esta amenaza. Pepi recordó el verdadero miedo de la dictadura, Mario recalcó
que ahora hay que volver a salir a la calle con DNI. Inevitablemente recordó lo
que les pasó a los chicos de “La garganta poderosa”, víctimas de la violencia policial
pocos días atrás.
Cuando la discusión fluyó a la
actualidad, a esos nenes que piden y la responsabilidad o no de sus padres, él
también moderó. Pero no para poner un punto final autoritario a la cuestión.
Construyóe esa autoridad de punto final con la cita de la Convención de
Derechos del Niño en la que se prohíbe el trabajo infantil, pero no contento
con eso arrojó una acusación impersonal, pero que nos aguijoneó a todos y cada
uno: “Ni qué hablar de darles plata, ya de solo verlos somos todos cómplices de
ese delito.”
CAMILA: Llegó al grupo por primera
vez entre tímida y curiosa. Escuchaba, asentía, nos (re)conocía y finalmente
participó. Parecía que reía todo el tiempo con sus grandes ojos azules. Sus
intervenciones fueron pocas, pero decisivas. Cuando se desató la discusión
acerca de los alcances de la Ley Marcial y su relación con el Estado de sitio,
ella zanjeó la cuestión con una cita reveladora. A partir de ahí ya no nos
quedaron dudas. Es la menor del grupo, pero indudablemente eso no la apoca.
PATRICIO: A Pato lo lleva la música
además de la medicina. Por eso no pudo evitar mencionar el tango que Gardel le
compuso a Uriburu, cuando Nacho recuerda que Walsh fue en un principio
antiperonista. ¿Se puede cuestionar al artista por su opinión política? Se
situó en la época, la revivió, entendiendo que aquellos tiempos implicaban un
compromiso impostergable, aunque no inflexible. Walsh cambió llevado por las
ráfagas de su tiempo, hasta incluso en su opción por la toma de las armas.
Minutos más tarde Pato trajo nuevamente otra figura histórica a la discusión;
esta vez la del padre Mugica y su llamamiento a la lucha armada como ejemplo
del pacto de los hombres de ese momento con el pueblo, con lo terrenal y lo
inmediato. Con el llamado ineludible a la intervención en la realidad.
Pero fue también el que condujo el
debate a la actualidad. Es la deriva por la que corre la pequeña grieta de la
incomodidad. Narró su anécdota: alguien en un transporte público lo
conminó a no darle plata a una nena que mendigaba,
él se resistió y puso su límite. Actuó en libertad. “Los nazis de hoy en día se
sienten legitimados para hablar por la coyuntura”, tal como este hombre que le
advirtió que esa nena no necesitaba la plata. Frente a estos fachos que
avanzan, la firmeza de quienes como Pato se plantan y reafirman el discurso de
los que no tienen voz.
NACHO: En su intento por comprender
racionalmente el texto y sus derivaciones, se impresionaba por la investigación
de Walsh, la acumulación magnífica de evidencias sobre el caso, su estilo
simple y llevadero. Destacó, junto con Pol y Alicia el coraje del escritor que
pudo denunciar al estado asesino. Hablaba pausadamente, tratando de hacerse
entender, pero buscando también sentido en las frases al pronunciarlas. Intervenía,
disentía, activaba y avivaba discusiones. Le gustaba hacerlo, se notaba. Leyó
rastros anacrónicos del neoliberalismo en la economía de ese tiempo tal como la
describió Walsh. Vio en esa mujer que deseaba la muerte a todos los peronistas
desde un auto frente al descampado, el mismo odio de clase hacia los pobres que
todavía hoy se ve por todas partes.
Ante la pregunta de cómo emitir un
juicio de valor acerca de la maternidad/ paternidad en contextos de pobreza, va
directo al grano: “Cuando estás atravesado por la miseria dejás de ser libre”.
2.
LOS HECHOS:
Este grupo de algo más que siete
locos se citaron convenientemente un mes antes para discutir aquel sábado por
la tarde la lectura del libro “Operación masacre” de Rodolfo Walsh. Al revisar
las circunstancias de ese encuentro todo pareció algo fortuito. En principio el
cambio de texto a último momento casi denostando al padre de las aulas
argentinas, al origen de la literatura nacional, al gestor de la dicotomía que
clasificó a la sociedad argentina y sigue teniendo vigencia para ubicar a los
sectores políticos o sociales en el bando de los civilizados o los bárbaros. De
Sarmiento a Walsh. Todo por un evento familiar. Luego la tímida proposición de
Alicia del espacio: La Casa del Nono Lizaso. A medida que iba transcurriendo el
mes otros gestos fueron abonando la magnitud que iba a cobrar finalmente la
cita del 26 de noviembre. Un recorrido fotográfico de Ali y Pato por el barrio
de los fusilados, documentos y testimonios que Selmo enviaba como por entregas
al grupo, el paso a la inmortalidad de Fidel…
El tiempo no parecía ajeno a todas
estas circunstancias. Al momento de la reunión se desató una tormenta
caudalosa. Sin embargo al interior de la Casa del Nono se respiraban otros
aires. El Sapo, Mario, Justo y los demás muchachos no solo nos mostraron las
paredes de la historia, los retazos de graffitis y afiches que casi mágicamente
trascendieron más de cuarenta años para llegar a nosotros, sino que nos hicieron vivir la
historia. La cotidianeidad de su compromiso y el de los que ya no están, pero
que siguen presentes en esas fotos blanco y negro que cuelgan frente a la
frase: “En una revolución se triunfa o se muere”.
Anécdotas de ellos, historia para
nosotros. La mítica escena del Chino y el Sapo en la Plaza de Mayo el día de la
expulsión. Un movimiento de karate para aplacar a los patoteros de la derecha,
la retirada voluntaria de los pibes de la JP… Mate, pizza, facturas, masitas de
por medio. Un encuentro histórico para nosotros, Walsh, Perón, Montoneros, los
“Erpios” la derecha recalcitrante de hoy y de siempre. Un viaje eternáutico.
3.
LAS EVIDENCIAS:
Pruebas materiales de esos hechos
son las fotos en primer lugar, testimonio contundente de la presencia, de la
participación, del diálogo. Los libros que nos regalaron y que abren otros
espacios de lecturas posibles, otros encuentros, por qué no, en ese espacio y
con esas gentes pero en otro contexto y con otras palabras. Y aunque la palabra
“evidencia” tiene, y mucho más en el caso de Walsh, una connotación material,
no podemos soslayar que las evidencias de estos hechos serán más que nada
intangibles, inefables, inalienables de cada uno de los siete locos.
Tati. Munro, 26 de noviembre de
2016