jueves, 22 de diciembre de 2016

"Operación masacre": crónica inconclusa

1.    LAS PERSONAS

ANSELMO: Selmo, el Rojo, se había resistido en un principio a la lectura de ese mes ya que no le entrañaba ninguna novedad. Ya lo había leído y releído, y discutido una y otra vez consigo mismo. Sin embargo el sábado de tormenta no pudo evitar un rapto de éxtasis literario y se alzó en medio del círculo de sillas, libro en mano y espetó, cual adalid de las masas lectoras, la increíble capacidad literaria del autor que nos convocaba. No se dio cuenta hasta que terminó de leer el fragmento que lo había vuelto a cautivar, que había logrado compartir su arrebato al resto y que escuchaban su voz severa y profunda asintiendo a cada oración. No sería la única vez en esa tarde que tomara la voz cantante e iniciara el debate. Respondió enérgicamente y como con un cacheteo de realidad ante la afirmación de Daniel de que la justicia no existe, que en realidad sí existe, pero solo para los ricos porque son quienes hacen las leyes. Y que la paranoia que nos domina al resto de los desclasados de esa elite es producto de esa sensación de amenaza constante, todo el tiempo estamos al borde de perder nuestra libertad por cualquier cosa, por caminar por la calle, por ser nosotros y no ellos. Más adelante sería quien planteara la pregunta incómoda ante el relato de una experiencia personal contada por Pato: “A los chicos que piden plata en las calles, a esa nena en particular de la que habla Pato, ¿hay que darle plata?”

POL: Pol, vocero oficial del Perro Feroz escuchaba, sopesaba los comentarios del resto, cavilaba, observaba serio, muy serio. Tardó un largo rato en intervenir, habló pausadamente, eligiendo las palabras, desatando toda una red de asociaciones con ideólogos sin nombrarlos. Por ahí se le deslizó un “Marx” o un “Weber”, pero sobre todo remarcó la omnipresencia del “coraje civil” en el libro de Walsh, algo que Alicia había mencionado al pasar anteriormente. Reivindicó el valor de este periodista que se animó a denunciar al estado que tiene el monopolio de la fuerza legitimada, un hombre que apenas con sus escritos demandó al estado que fusiló gente. Después de su intervención, Pol volvió a su estado caviloso, escuchaba, reflexionaba y sopesaba. Pero cuando intervino nuevamente no pudo dejar de reivindicar que el “coraje civil” no es exclusivo del escritor, que hay otros en esa historia que son como él, que no se trata de un Quijote contra los Molinos, sino de varios, aunque sea pocos que enfrentan la injusticia. Las enfermeras que asistieron a Livraga en el Hospital San Martín lo protegieron, le guardaron las pruebas, se jugaron. De la misma manera que el juez Hueyo que indagó, descubrió y reveló las inconsistencias de los asesinos, los incomodó, los inquirió, quiso saber y hacer justicia en un momento en el que la justicia parecía solo posible en un relato de ficción. O la masa de curiosos desarrapados que apedreó el auto de una mujer que esbozó un “hay que matarlos a todos” frente a la escena del crimen, con los cuerpos aún tibios y el olor a pólvora surcando el aire.  Horada el libro y encuentra, en ese muro casi de los lamentos, un resquicio de esperanza en aquellos que se envalentonan y se juegan por lo que creen.



ALICIA: Imposible dejar de pensar a Ana, Ali y Pepi como madres. Sobre todo porque esa maternidad se les filtraba por los poros, porque cuando hablaban de su hijos o a sus hijos se les desbordaba en los gestos, en la voz, en la percepción del mundo. Ante el debate por la anécdota de Patricio con la nena, disentía con Ana en su serenidad acalorada, defendió la maternidad, pero apuntó a las condiciones materiales en las que cada maternidad se lleva a cabo. ¿Cómo ser madre cuando una ni siquiera puede consigo misma? ¿Cómo emitir un juicio de valor acerca de la maternidad de una mujer que vive en una situación de extrema necesidad? Al mismo tiempo trajo la voz autorizada de Margarita Barrientos: “Falta madre”. Y no sólo ahí sino en todos lados. La experiencia docente lo confirma. Ahí encontró un puente con Ana.
Pero no fue solamente como madre que intervino, sino también como profesional de las letras- nos indicó que a Walsh le llevó 15 años completar (?) la investigación- y como mujer comprometida con la realidad presente y pasada. Se lamentaba por haberse pedido la presencia de Livraga en el país y en la conmemoración de los fusilados en el ex basural de José León Suárez. Observaba, sonreía cuando acordaba con quien hablaba. Permanecía reflexiva y en silencio cuando algo la interpelaba. Hablaba con voz suave y dulce, pero nada en su postura era débil o quebradizo.

PEPI: Con una edición casi prínceps de “Operación masacre”, perdiéndose en las referencias que nosotros, los supuestos “nóveles”, hacíamos de diferentes fragmentos de la historia, hasta que ubicaba casi jocosa la cita aludida, nos conectaba a los “imberbes” con el relato de los hechos. Pero no de aquellos lejanos del 56, sino de aquellos otros, no menos terribles (hay quien dice que peores) del 75 en adelante. Como una Rial de aquellos años, reveló amores y amoríos de nuestro autor, trajo la novela rosa en la tarde gris y en la noche oscura de esos años y de ese hombre que murió por una causa y por muchos amores. Nos recomendó lecturas, nos transportó sin escalas a todos con una sola frase en el debate acerca de la justicia entre Daniel y Anselmo. Frente a la sensación de inseguridad de hoy día, frente a la paranoia mentada por Selmo, la verdad irrecusable de aquellos años: “En el ‘76 éramos todos sospechosos. ESO era miedo”. Imposible agregar más palabras a las palabras, más profundidad que al terror que eriza la piel de solo percibirlo en una oración. Vivir inmerso en la paranoia, caminar con  la certeza de que algo podría pasarte, peor aún si estudiabas Letras. La cara tan serena y risueña se le transformaba en un rictus de dolor o en una sonrisa de complicidad cuando los muchachos del “Centro Nono Lizaso” contaban sus experiencias como Montos. Ella estuvo ahí y, tal vez, ya con su librito de “Operación masacre”.



ANA: Aguerrida como pocas, tomaba una y otra vez la palabra, no cejaba en la discusión cuando entendía que debía defender su punto de vista. Recordó, como Ali y Pepi, momentos post ‘75 que funcionan como espejo de aquellos que narra Walsh veinte años antes. Se apasionó por el compromiso del escritor, destacó lo gráfico de su relato, lo poderoso de sus palabras. Todo en ella parecía pura pasión. Se sentía indefectible e inexorablemente convocada al debate ante la anécdota de Pato. “La madre está usando su hija al mandarla a pedir”. Desató tempestades en el grupo con su afirmación. Pero a ella no le importaba, sostuvo su postura, la explicó, la argumentó. Se reía mucho de esta situación. Se emocionó. Suspiraba y asentía cuando le gustaba algo. Ana, pura pasión.

DANIEL: Todos sabemos que sin su intervención reguladora, el grupo perdería su organización. Intervenía, opinaba, reflexionaba, se involucraba y sobre todo, moderaba. Hizo que la charla retomara el hilo de la discusión literaria cuando se derivó por un largo rato por la anécdota de Pato. Fue inevitable que se filtrara su mirada médica. Una de las primeras veces que intervino señaló lo paradojal del personaje de Livraga, “el fusilado que vive”, un hombre destrozado físicamente sobre el que se construye, sin embargo, todo el relato.
Hubo un momento en el que se atajó, se separó de los que él consideraba con credenciales para hablar sobre literatura: “Solo voy a hablar de sensaciones, para lo otro están los filósofos y los especialistas en letras…”. Habló francamente de sus miedos, de su miedo a la muerte pero sobre todo de su miedo a que lo lleven preso injustamente porque insistía en que la justicia no existe, en que esta no evitó en el ‘56 que sucediera lo que sucedió con los fusilados de Suárez, pero actualmente tampoco evita las injusticias. Tal vez, pensaba, este miedo se conecte con una vivencia particular de hace algunos años. Caminaba de noche por Camargo y Serrano, lo interceptó un policía que lo cacheó, lo acusó de ser portador de anteojos -esto inevitablemente me hace pensar en “La fiesta del monstruo” de Borges y Bioy- lo rodearon incontables patrulleros, le “revisan las venas”. Nadie está exento de esta amenaza. Pepi recordó el verdadero miedo de la dictadura, Mario recalcó que ahora hay que volver a salir a la calle con DNI. Inevitablemente recordó lo que les pasó a los chicos de “La garganta poderosa”, víctimas de la violencia policial pocos días atrás.
Cuando la discusión fluyó a la actualidad, a esos nenes que piden y la responsabilidad o no de sus padres, él también moderó. Pero no para poner un punto final autoritario a la cuestión. Construyóe esa autoridad de punto final con la cita de la Convención de Derechos del Niño en la que se prohíbe el trabajo infantil, pero no contento con eso arrojó una acusación impersonal, pero que nos aguijoneó a todos y cada uno: “Ni qué hablar de darles plata, ya de solo verlos somos todos cómplices de ese delito.”



CAMILA: Llegó al grupo por primera vez entre tímida y curiosa. Escuchaba, asentía, nos (re)conocía y finalmente participó. Parecía que reía todo el tiempo con sus grandes ojos azules. Sus intervenciones fueron pocas, pero decisivas. Cuando se desató la discusión acerca de los alcances de la Ley Marcial y su relación con el Estado de sitio, ella zanjeó la cuestión con una cita reveladora. A partir de ahí ya no nos quedaron dudas. Es la menor del grupo, pero indudablemente eso no la apoca.

PATRICIO: A Pato lo lleva la música además de la medicina. Por eso no pudo evitar mencionar el tango que Gardel le compuso a Uriburu, cuando Nacho recuerda que Walsh fue en un principio antiperonista. ¿Se puede cuestionar al artista por su opinión política? Se situó en la época, la revivió, entendiendo que aquellos tiempos implicaban un compromiso impostergable, aunque no inflexible. Walsh cambió llevado por las ráfagas de su tiempo, hasta incluso en su opción por la toma de las armas. Minutos más tarde Pato trajo nuevamente otra figura histórica a la discusión; esta vez la del padre Mugica y su llamamiento a la lucha armada como ejemplo del pacto de los hombres de ese momento con el pueblo, con lo terrenal y lo inmediato. Con el llamado ineludible a la intervención en la realidad.
Pero fue también el que condujo el debate a la actualidad. Es la deriva por la que corre la pequeña grieta de la incomodidad. Narró su anécdota: alguien en un transporte público lo conminó  a no darle plata a una nena que mendigaba, él se resistió y puso su límite. Actuó en libertad. “Los nazis de hoy en día se sienten legitimados para hablar por la coyuntura”, tal como este hombre que le advirtió que esa nena no necesitaba la plata. Frente a estos fachos que avanzan, la firmeza de quienes como Pato se plantan y reafirman el discurso de los que no tienen voz.



NACHO: En su intento por comprender racionalmente el texto y sus derivaciones, se impresionaba por la investigación de Walsh, la acumulación magnífica de evidencias sobre el caso, su estilo simple y llevadero. Destacó, junto con Pol y Alicia el coraje del escritor que pudo denunciar al estado asesino. Hablaba pausadamente, tratando de hacerse entender, pero buscando también sentido en las frases al pronunciarlas. Intervenía, disentía, activaba y avivaba discusiones. Le gustaba hacerlo, se notaba. Leyó rastros anacrónicos del neoliberalismo en la economía de ese tiempo tal como la describió Walsh. Vio en esa mujer que deseaba la muerte a todos los peronistas desde un auto frente al descampado, el mismo odio de clase hacia los pobres que todavía hoy se ve por todas partes.
Ante la pregunta de cómo emitir un juicio de valor acerca de la maternidad/ paternidad en contextos de pobreza, va directo al grano: “Cuando estás atravesado por la miseria dejás de ser libre”.


2.    LOS HECHOS:
Este grupo de algo más que siete locos se citaron convenientemente un mes antes para discutir aquel sábado por la tarde la lectura del libro “Operación masacre” de Rodolfo Walsh. Al revisar las circunstancias de ese encuentro todo pareció algo fortuito. En principio el cambio de texto a último momento casi denostando al padre de las aulas argentinas, al origen de la literatura nacional, al gestor de la dicotomía que clasificó a la sociedad argentina y sigue teniendo vigencia para ubicar a los sectores políticos o sociales en el bando de los civilizados o los bárbaros. De Sarmiento a Walsh. Todo por un evento familiar. Luego la tímida proposición de Alicia del espacio: La Casa del Nono Lizaso. A medida que iba transcurriendo el mes otros gestos fueron abonando la magnitud que iba a cobrar finalmente la cita del 26 de noviembre. Un recorrido fotográfico de Ali y Pato por el barrio de los fusilados, documentos y testimonios que Selmo enviaba como por entregas al grupo, el paso a la inmortalidad de Fidel…
El tiempo no parecía ajeno a todas estas circunstancias. Al momento de la reunión se desató una tormenta caudalosa. Sin embargo al interior de la Casa del Nono se respiraban otros aires. El Sapo, Mario, Justo y los demás muchachos no solo nos mostraron las paredes de la historia, los retazos de graffitis y afiches que casi mágicamente trascendieron más de cuarenta años para llegar a  nosotros, sino que nos hicieron vivir la historia. La cotidianeidad de su compromiso y el de los que ya no están, pero que siguen presentes en esas fotos blanco y negro que cuelgan frente a la frase: “En una revolución se triunfa o se muere”.
Anécdotas de ellos, historia para nosotros. La mítica escena del Chino y el Sapo en la Plaza de Mayo el día de la expulsión. Un movimiento de karate para aplacar a los patoteros de la derecha, la retirada voluntaria de los pibes de la JP… Mate, pizza, facturas, masitas de por medio. Un encuentro histórico para nosotros, Walsh, Perón, Montoneros, los “Erpios” la derecha recalcitrante de hoy y de siempre. Un viaje eternáutico.



3.    LAS EVIDENCIAS:
Pruebas materiales de esos hechos son las fotos en primer lugar, testimonio contundente de la presencia, de la participación, del diálogo. Los libros que nos regalaron y que abren otros espacios de lecturas posibles, otros encuentros, por qué no, en ese espacio y con esas gentes pero en otro contexto y con otras palabras. Y aunque la palabra “evidencia” tiene, y mucho más en el caso de Walsh, una connotación material, no podemos soslayar que las evidencias de estos hechos serán más que nada intangibles, inefables, inalienables de cada uno de los siete locos.





Tati. Munro, 26 de noviembre de 2016